En el ‘reinado’ de Zapatero viajó a Argelia la vicepresidenta María Teresa F. de la Vega. En su entrevista con altos dirigentes del país solicitó que aceptasen la repatriación de un número importante de personas entradas en España ilegalmente. El interlocutor de Doña María Teresa, el ministro del interior o el propio presidente Buteflika, fue cortés pero divagó: las relaciones hispano-argelinas marchaban bien, España poseía una historia común con los árabes, el Mediterráneo nos unía, el cielo era bello y azul en los dos países y en Argelia había muchos seguidores del Real Madrid y del Barcelona. En definitiva, no se comprometió en absoluto.
Dos días más tarde, sin embargo, un barco español cargado con argelinos solicitó sorprendentemente atracar en Orán para depositarlos. Aquel Gobierno no daba crédito. Nos comunicaron con celeridad que el buque no podía entrar en ningún puerto; el navío hubo de regresar a España. Bastante más tarde un diplomático argelino me comentaba sin acritud que la conducta española había causado estupor, que en su ministerio se decía que los socialistas españoles eran un poco osados, ‘¿ por quién nos toman, por una colonia?’.
Comparado con el leve incidente del barco -fugaz, no publicitado y que no produjo remolinos-, el giro de Sánchez en el tema del Sáhara ha caído en Argelia como una bomba nuclear en las relaciones diplomáticas, algo grave y que, además, al ser pregonado deja en evidencia a los argelinos.
Lo que nos lleva al enigma de la decisión repentina y no consensuada de Sánchez manifestando que la absorción por Marruecos es la solución más útil y viable del problema del Sáhara. ¿Por qué lo ha hecho? Nadie lo sabe. La tesis que ve ¿cómo no? la presión de Estados Unidos es atractiva pero no totalmente convincente como factor determinante. ¿Tanto le debemos a Washington en estos momentos -Biden en año y medio aún no ha recibido a Sánchez- para que una sugerencia yanqui baste para cambiar medio siglo de política española abrazando algo que está al margen la ONU y choca con el programa del Partido Socialista? No es creíble que haya sido el elemento decisivo.
Uno se vuelve conspiranoico y está tentado a concluir, dada la ausencia de explicaciones del Gobierno, que los marroquíes, por escuchas telefónicas o por otro conducto, tienen agarrado a Sánchez por algo que es nocivo para España o más probablemente para su imagen personal y política. Que Sánchez no explique las motivaciones lleva, además, a deducir que él ha hecho a Marruecos el regalo inmenso del Sáhara a cambio de calderilla.
Si los interrogantes son cruciales –por qué el cambio y cuanto nos han dado por ello– no menos capital es la convicción de que nos va a costar caro no percatarnos de las implicaciones funestas y duraderas que la decisión tendrá en Argelia. Aún conocedores de la improvisación de que intermitentemente hace gala nuestro Gobierno en política exterior, resulta inaudito que ni el ministro Albares, aun sin ser un genio de la diplomacia, ni todos los encargados del Magreb en Exteriores, ni las decenas de asesores de Sánchez le advirtieran de que favorecer en ese tema a Marruecos sería un cataclismo en Argelia, casi un casus belli.
Es inconcebible que nadie le apuntara que conseguir el Sáhara es algo trascendental para Marruecos pero que simultáneamente que el territorio no sea marroquí es una obsesión para Argelia. Igualmente trascendental. Era seguro que Argel reaccionaría con ímpetu y cólera. El propio Sánchez, que va de estadista, pudo intuir que la respuesta no sería simbólica. ¿Le advirtieron y no escuchó? Otra incógnita.
A los desmemoriados de La Moncloa se les puede recordar que cuando, con Franco en estado agónico, nos marchamos del Sáhara entregándoselo a Marruecos y Mauritania, los argelinos, archicabreados, nos replicaron amparando al fantasmagórico Mapaiac, movimiento de independencia de las Canarias, al que con muy poco gasto pasearon por África calentando la cabeza de los dirigentes africanos con la fábula de que los canarios eran otra etnia, otra lengua y que se sentían africanos sojuzgados por España. No fue una broma. Multiplicó el trabajo de Exteriores y el ministro Oreja hubo de hacer bastantes periplos a África para deshacer la patraña.
El talante no ha cambiado. La cúpula argelina quiere que el Sáhara sea todo menos marroquí. Y se siente herida y traicionada con el giro de Sánchez al que tachan de poco ético y, en lo que llevan razón, contrario a la doctrina de la ONU que propugna que los saharauis opinen sobre si desean o no unirse a Marruecos. Nada de anexión pura y simple.
Los argelinos no son buenos enemigos. Y se ven cornudos y mofados. Son, según la ONU, ‘parte concernida’ en el tema del Sáhara y Sánchez (enemigo público número 1) los estafa y engaña ‘regalándoselo’ al enemigo y dando a entender, por boca de Albares y Calviño, que Argelia ha actuado espoleada por Rusia. Un insulto injurioso para los orgullosos argelinos.
No creo que Argelia, cumplidora, nos vaya a cortar el gas. Pero se acabaron las compras, cifras voluminosas, de productos u obras (infraestructuras) españoles en el ‘reinado’ de Sánchez. Y él sin dignarse a explicarlo a sus súbditos.
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