Como Buda y Pest, Rabat y Salé comparten un río, el Buregreg. A un lado, la capital del Reino, con sus embajadas y organismos internacionales, sus parques y avenidas. Enfrente, Salé, una ciudad el doble de grande pero empobrecida y falta de servicios a la que ahora se pretende dar un empujón urbanístico y cultural.
Un ambicioso plan de reconversión de su ribera del cauce fluvial, de renovación de su medina y de construcción de espacios culturales espera cambiar la forma y el fondo de Salé, que sufrió una explosión demográfica sin control en las últimas décadas y paga el precio de ese crecimiento desordenado.
En la orilla "pobre" del Buregreg se han construido un club náutico y viviendas de lujo. En la "rica" se está edificando la que será la torre más alta de África y descansa el Gran Teatro de Rabat, un sinuoso edificio blanco de la arquitecta Zaha Hadid ya terminado.
A unas decenas de metros de él, cruzando un puente, empieza Salé, donde residen muchos que trabajan en Rabat. Esta "hermana pobre" tradicionalmente reivindicativa confía en recibir un muy necesario impulso cultural de mano de la nueva ópera, pendiente de inauguración.
Mientras Rabat y sus 850.000 habitantes gozan de un urbanismo ordenado que creció poco a poco, Salé explosionó en pocas décadas y pasó de tener 20.000 habitantes en 1915 al millón y medio actual. Lo hizo de forma caótica, lo que se tradujo en pocos espacios verdes y menos culturales. A día de hoy, no tiene ni siquiera un teatro.
En los últimos años, esta situación de marginación, que genera cierto sentimiento de resquemor de los de Salé hacia los rabatíes -históricamente enfrentados-, se está intentando arreglar con inversión pública.
Para 2023 está prevista la apertura de un teatro en Salé y se han invertido 900 millones de dirhams (unos 90 millones de euros) en rehabilitar su medina (ciudad antigua), rodeada por una muralla de cuatro kilómetros y medio casi intacta, solo interrumpida por un pequeño paso de vehículos.
Dentro de esa muralla vivían 20.000 personas en 1915, cuando Salé era solo su ciudad antigua. Hoy hay 80.000, una superpoblación trasladable al resto de la ciudad fuera de los muros.
Junto a la puerta principal de esos muros, por donde hace siglos discurría un canal y que luce ahora llena de andamios, Mohamed Krombi, conservador de los monumentos históricos de Salé del Ministerio de Cultura, explica a Efe la evolución de su ciudad.
"Desde que fue elegida capital por los franceses en 1912, todas las cosas buenas se hicieron en Rabat: institutos, facultades, hospitales, embajadas... Salé acabó como una ciudad dormitorio. Muchísima gente que trabaja y estudia en Rabat vive en Salé porque el coste de vida es mucho más bajo", dice.
Se traduce en alquileres a mitad de precio, pero también, resume, en una diferencia de 2 o 3 dirhams en un kilo de fruta, alrededor de 25 céntimos de euro que para una familia de poco poder adquisitivo marcan la diferencia.
Su abandono se explica, según Krombi, por motivos históricos. En el siglo XVII sus habitantes, convertidos en corsarios que se secuestraban los barcos europeos rumbo a Asia, proclamaron la República de Salé y dejaron de obedecer al sultán.
Desde entonces se consideraron "rebeldes" -en 1911 los franceses tardaron una año y nueve meses en entrar en la ciudad amurallada- y ellos mismos se guardaron de mezclarse con los del otro lado del Buregreg. Casarse con un rabatí era una deshonra.
Su fama lastró su desarrollo hasta el punto de que, en el boca a boca, las cosas positivas construidas en su territorio, como el aeropuerto o la ciudad tecnológica Tecnópolis, se atribuyen a Rabat, mientras que las negativas, como el tribunal de terrorismo, son de Salé.
Poco a poco, la conexión entre las dos riberas va mejorando -ahora las une un tranvía-, pero permanecen escollos por pertenecer a dos municipios. Como los taxis, que no pueden traspasar la frontera del río y ello obliga a los que quieren pasar a coger uno hasta un lado, cruzar el puente a pie y montarse en un segundo en el otro.
"Esperemos que cambie la mentalidad y que las ciudades acaben siendo hermanas", dice el conservador, encargado de supervisar la rehabilitación de la medina y el zoco de Salé, donde hoy van los rabatíes a buscar mejores precios.
En su cabeza está incluso crear rutas turísticas en una ciudad donde a día de hoy prácticamente ninguno se aventura porque, reconoce, es más insegura y descuidada que Rabat. Pero con potencial.
Y si no, anima a visitar el fuerte de su abandonada fachada marítima desde donde se disparaba hace siglos a los barcos enemigos. Podría servir, visualiza Krombi, para acoger espectáculos dentro y fuera de sus bastiones. O simplemente para pasear junto al Atlántico. Como ya hacen los rabatíes al otro lado del río.
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