Entre los episodios heroicos extraídos de la memoria histórica contemporánea que conmemora el ‘Centenario de la Campaña de Melilla’ y que forjaron su destino, indiscutiblemente, hay que referirse a la marcha del convoy en la ‘Posición de Tizza’ (29/IX/1921) enmarcada en el septentrión marroquí.
Este lugar ubicado en un terreno intrincado y quebrado, aunque no hostil, era algo así como un caserío de apenas interés estratégico a unos once kilómetros del enclave español. Conjuntamente, los poblados no se componían como núcleos urbanos en sí, sino por conjuntos diseminados apartados por casas a unos cuantos metros de forma rectangular de una sola planta, con un patio interior y abrazadas y resguardadas por setos de chumberas o muros de piedras, que en épocas remotas tenían en su interior una especie de reducto para protegerse de los ataques exteriores.
En esta tesitura, alcanzado el mes de septiembre de 1921 e inmediatamente a su desmoronamiento, la Comandancia General de Melilla conservaba varios refugios envolviendo la zona no perdida. Y, entre ellos, con el menester de taponar la vía en dirección a Melilla se atinaba la ‘Posición de Tizza’. Lo cierto es, que este lugar, totalmente cercado por las fuerzas tribales rebeldes, en la teoría inexpugnables e insaciables en inferioridad numérica, pero en la práctica, bien parapetadas, a duras penas y con grandes penalidades, se defendía. A decir verdad, muchos benichicar, aliados hasta entonces, se incorporaron del lado contrario, al no soportar la influencia de los harqueños, hermanos de religión y raza, asentados en Beni-Bu-Gafar, en la parte Oeste del macizo del Gurugú, desde Isaguen hasta el río Kert.
Obviamente, en este escenario con un mínimo movimiento en falso, tal vez, podía desembocar en lo que pocos meses antes sucedió trágicamente en el ‘Desastre de Annual’ (22-VII-1921/9-VIII-1921).
Con lo cual, era vital trasladar apremiantemente el convoy en un sector prácticamente asediado y sin escasamente víveres y municiones.
Luego, los hechos que se aquí se relatan son parte del telón de Aquiles con tribus indomables, a modo de un ejército descentralizado, escaso y mal armado, pero que constantemente pone en jaque y derrota a un ejército convencional, ensoberbecido por el triunfo reciente obtenido en ‘Annual’.
Para ser más preciso en lo fundamentado, el rifeño se valía de todo tipo de argucias para salir airoso. Una de las más ejercitadas y que mejor fruto le ofrecía, residía en los conatos reiterativos con un falso repliegue para que fuesen perseguidos y de esta manera penetrar en el espacio dispuesto para la emboscada. Siendo frecuentes las acometidas a columnas distantes de las líneas de aprovisionamiento, aunque el clásico del bereber insurrecto recaía en sitiar y castigar las posiciones aisladas: los blocaos.
Y acorde a la ‘guerra de guerrillas’, las huestes rifeñas invulnerables y ansiosas de venganza se tornaban invisibles, con capacidad de mimetizarse con tonos terrosos, maniobrando con un extraordinario camuflaje, así como su grado de operatividad con una mínima logística. Llámense algunos dátiles, una espingarda en malas condiciones y apenas munición, era el equipo básico para hacerse acreedores de aquellas alturas y cerros ajenos a los foráneos.
“Las huestes rifeñas invulnerables y ansiosas de venganza se tornaban invisibles, con capacidad de mimetizarse con tonos terrosos, maniobrando con un extraordinario camuflaje, así como su grado de operatividad con una mínima logística. Y, a resultas de todo ello, la ofensiva que se gestaba era una suerte de castillo de naipes”
Luego, todo lo que favorece y alivia al moro con una aureola de bravura y ferocidad, perceptiblemente arruina e inflige duramente al Soldado español, ante la aspereza de un entorno que amilana e intimida el espíritu de los que finalmente se enmarañan en sus ramales, declives y gargantas, hasta quedar encandilados de horror y desquiciados, padecen estados disociativos o trances de ansiedad extrema.
Otros muchos acarreaban este deterioro psicológico mediante el sentimiento de la ira, comprendido por una identificación tradicional del adversario. No cabiendo percatarse de un mínimo síntoma de clemencia, ni por ese componente infrahumano, ni por aquellos que se le ocurriese enarbolarlo.
De ahí la violencia desmedida y desenfrenada en cualesquiera de los puntos geográficos del Rif, con el punto de mira puesto en las harkas rifeñas, en justa compensación por el paradigma de combate al que se veía subyugado el soldado español.
A ello hay que añadir, la maestría en la praxis de la confusión, convertida en la opacidad y las tinieblas, cuando la nubosidad omite el sol y la luna, hasta emboscarse, avanzar y abrir fuego sobre las posiciones a batir.
Hay que partir de la base, que los insurgentes e incitadores conducidos y acaudillados por el máximo exponente del nacionalismo rifeño, Abd el-Krim (1883-1963), tenía una lógica y especial inclinación por los convoyes de Intendencia. Porque, enfrentarse al rival y lograr un buen botín era algo a lo que un harqueño no podía resistirse a su implacable tenacidad indígena. Si bien, para el Cuerpo de Intendencia el sagrado deber de trasladar, sea como fuere, el convoy a su destino, imposibilitaba trabar una lucha frontal ante un enemigo forjado en la violencia y la fragosidad del terreno. Siendo las Tropas de Intendencia las más martirizadas y que peor salían paradas, en proporción a la cuantificación de hombres involucrados.
Pero, por encima de todo y costase lo que costase hasta las últimas consecuencias, había que llegar, porque el convoy no podía retrasarse ni una sola milésima, ni siquiera en su defensa. Es sabido que los trenes de víveres y bagajes portaban Tropas de protección, pero mientras estas indagaban seguridad en su progresión, el Soldado de Intendencia permanecía junto a su carga, resistiendo las andanadas habilidosas de un contrincante conocido de siempre como tirador selecto.
No desmereciendo la misión esforzada e intrépida de los Ingenieros que no cesaban en su empeño: echando por tierra los caseríos, talando el bosque y descartando los posibles bastiones de la masa de atacantes en los alrededores de ‘Tizza’.
Con estas connotaciones preliminares, habitualmente las crónicas, relatos y narraciones sobre gestas militares, o tal vez, retratos o iconografías de batallas, o posiblemente, imágenes o fotografías de los corresponsales de guerra, nos han brindado una perspectiva parcial e inconclusa del campo de batalla, centrándose mayoritariamente en la primera línea de combate. Sin embargo, concurren otros enfoques y matices.
Haciendo un ejercicio de introspección, supongamos por unos instantes que nuestra mirada anduviese por el teatro de operaciones de atrás hacia delante, o lo que es lo mismo, observando la totalidad del contexto bélico. Cabría sopesar, lo que palpablemente hallaríamos desde un simple vistazo: quizás, hileras escoltando las distintas clases de abastos, entre otras, víveres, vestuario y equipo, carburantes y lubricantes, munición y explosivos, armamento o incluso piezas de repuesto, o material de fortificación y útiles sanitarios.
En definitiva, me refiero a los recursos elementales para proveer y dotar a todo un Ejército en campaña proporcionada, resuelta y esmeradamente. Ni que decir tiene, que esta labor puede quedar en un cometido improvisado, más bien, ha de tener un encaje complejo que demanda de unos preparativos, como de logística y operativa de quiénes han conformado los Ejércitos en los siglos transcurridos.
Y como no podía ser de otra manera, en las grandes guerras, el protagonismo denodado de los Cuerpos de la Logística e Intendencia, han sido y prosiguen siendo fundamentalísimos, pendiendo del éxito o de la frustración para armonizar apropiadamente sistemas, procedimientos y medios. Los versados en la cuestión recalcan que, por cada Soldado en el frente, hay que disponer de una cantidad sensiblemente superior en la logística, lo que entraña un gran esfuerzo.
Recuérdese al respecto, que, en la Campaña del Norte de África, se sugería que un convoy de Intendencia no sólo significaba una cuantía de géneros, sino que conjeturaba el contraste entre la gloria con la victoria, o el infierno con el fracaso de la derrota.
Como expone el novelista, poeta y dramaturgo Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) en su obra mítica ‘El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha’: “el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas”. Y, para ello, no sólo han de vislumbrarse las reservas meramente alusivas y su cadena de apresto, sino igualmente, un congruente y certero encargo económico que ajuste la optimización de las prácticas determinadas, avalando el mantenimiento de las unidades sobre el terreno, durante las coyunturas que sean indispensables.
Lógicamente, esto comporta que la Logística y la acción económica vayan cogidas de la mano y se reparen en los niveles más elevados de la planificación. Pero, ¿cómo desempeñar, ejecutar y completar adecuadamente estas misiones, catalogadas de vitales para el devenir de los acontecimientos en tierras africanas?
Si el enemigo, o, en el mejor de los casos, las harkas rifeñas, eran bastante avispadas, no tardaban en percatarse de que lo mejor que podían hacer cuando asediaban alguna de las posiciones, era rodearla, abrir fuego esporádicamente desde sitios elevados con disparos pacos o francotiradores y aguardar a que los implicados se toparan sin el más mínimo rastro de agua o comida.
Acaso, años más tarde, curtidos con sus debilidades y fortalezas, la mejor respuesta nos la pueda ofrecer el mismo lema que envuelve la Academia Militar de Ávila, a cargo de la formación de la intendencia militar: “Prever lo que se ha proveer”. En otras palabras: a este Cuerpo le incumbe poner a disposición del Jefe del Ejército, el armamento, las municiones, los víveres, equipos y vestuarios, efectos de campamento y hospitales, y los transportes precisos; además, de la reposición en lo consumido, surtir a las Tropas agregadas y la recuperación de los heridos y extintos.
En lo dicho hasta ahora en esta disertación, hay que sumar que el Soldado peninsular no era ni mucho menos, el guerrillero más motivado de los actores circundantes del momento y, tampoco, el Ejército se consideraba la Institución más engrasada ni flamante en un entramado infructuoso e inexplorado como África.
No obstante, el Gobierno español se embarcó en una faena nada halagüeña, porque la palestra marroquí integraba un coliseo considerablemente dificultoso: se trataba de una superficie con una orografía peliaguda, recursos hídricos no fundamentalmente copiosos, una meteorología desfavorable y una urbe desperdigada y sin núcleos urbanos de amplitud que proporcionasen la ocupación. Del mismo modo, los senderos que recibiesen tal apelativo, usualmente no constaban en el terreno, mientras que las tribus presentes eran enemigas entre sí y agitadoras al Sultán, familiarizadas a la refriega y la piratería. O séase, un estilo poco ortodoxo de ganarse la vida.
Pero, no menos significativo y digamos predominante, iban a ser los vecinos franceses de la Zona Sur de Marruecos y Argelia, más o menos, enfrentados a la causa española, porque procuraban aprovecharse de su fiasco, lo que se convertía en permeabilidad de los límites fronterizos para los conjurados y en refugio de disidentes o contrabando. Simultáneamente, lo estratégico de la región permitió que resultase un cobijo de espías y agentes extranjeros que como mínimo, creaban grandes desequilibrios. Y cómo no, la Zona Hispana estaba amputada territorialmente, porque Tánger administrativamente daba asilo a los insidiosos y renegados de España.
Conviene rotular para una mejor agudeza, que en este período resalta la política internacional decimonónica y de aislamiento de la Restauración, condenando a España al monólogo tras la ‘Guerra hispano-estadounidense’ (25-IV-1898/12-VIII-1898). Asimilada la lección que ello le supuso, eran imprescindible nuevos socios y otro Imperio; la extenuación presidía, pero de la noche a la mañana surgió Reino Unido, no sin alicientes, negándose a quedarse de brazos cruzados.
Estaba claro que la dirección británica cavilaba que el Estrecho de Gibraltar era determinante para la estabilidad de las rutas marítimas y España, potencia de segunda clase en el tablero geoestratégico, no constituía un riesgo para sus intereses. Toda vez, que no ocurría lo mismo con Francia, ante la sospecha inminente a artillar la costa meridional que separaba las aguas de ambos continentes.
El enflaquecimiento hispano solapaba la envolvente de mantenerla desmilitarizada. Además, Tánger, la perla norteña marroquí y llave de paso le fue transferida. Si acaso, lo positivo para España, es que tanteaba un pequeño colchón defensivo norteafricano que le dejaba retraer la Península Ibérica de una potencial agresión de Francia desde el flanco Sur.
Ante lo visto y en general, la escasez de pertrechos y dotaciones era un lamento permanente de la Tropa y la Oficialidad. Cuando el curso era inaplazable y no quedaba más remedio que remitir unidades de refuerzo con urgencia a Nador, Zeluán, Sidi Dras, Punta Afrau, Talifit, Dar Quedsani, Izzumar, Yebel Uddia, Mehayast, Yemaa, Morabo de Sidi Mohamed o el Zoco el-Telatza, entre algunos de los escenarios, se hacía con las inexistencias antedichas y sin conocer los Soldados a sus Mandos, porque estos se extraían de diversas unidades sin haber completado el adiestramiento obligado.
Llegando a la deducción, que los militares españoles parecían vivir inmersos en una especie de bucle histórico.
Ciñéndome en la efeméride concreta de la ‘Posición de Tizza’, es preciso retrotraerse en el tiempo profundizando en la crónica telegráfica urgente del enviado especial de Melilla, fechada el 30/IX/1921 y correspondiente al Diario Independiente ‘El Sol’ N.º 1295, Año V, editado en Madrid el domingo 2/X/1921, titulando en su portada: “El convoy de Tizza. Con la columna de ataque”. Inicialmente, el corresponsal comienza subrayando que a las 7:00 horas empezó el avance de las dos columnas, saliendo a las 8:15 de la plaza en unas camionetas que el Alto Mando puso a su disposición.
Al pie de la letra comienza detallando: “Tizza, es la posición más avanzada de Beni-Sicar. En medio de un poblado situado en lo alto de una loma, se escogieron para esta posición dos de las casas más espaciosas, que, fortificadas con sacos, alambradas y parapetos, ofrecen un conjunto sólido que puede sostener fuerte resistencia.
Ahora bien, tiene la posición de Tizza un grave inconveniente. El poblado en que se asienta ofrece al enemigo una serie de reductos donde puede atrincherarse, y desde los cuales hostiliza constantemente a la posición, y, además, lo accidentado del terreno, batido por las barrancadas, a las que es preciso atravesar entre fuegos cruzados, hace que cada convoy cueste un combate, en el que hay que terminar por el asalto del poblado para que las vituallas lleguen a la posición.
“Todo lo que favorece y alivia al moro con una aureola de bravura y ferocidad, perceptiblemente arruina e inflige duramente al Soldado español, ante la aspereza de un entorno que amilana e intimida el espíritu de los que finalmente se enmarañan en sus ramales, declives y gargantas”
En cuarenta y nueve días que lleva establecida la posición de Tizza, cada expedición nos ha traído una amargura. Era, pues, preciso acudir en socorro de dicha posición, y hoy jueves se dispuso que se realizara el convoy con una fuerte escolta que le permitiese llegar a su destino […]”.
Continuando con el texto que por su naturaleza histórica y humana no tiene desperdicio, dice literalmente: “Por nuestra izquierda vemos que empieza a descender el convoy y avanza por el camino inferior y sigue de frente al barranco terrible, que la columna de asalto tiene enfrente, sin cruzarlo.
¿Cruzará el convoy? Delante de la hilera de mulos marchan dos oficiales y una clase. El capitán se llama D. Mariano Aranguren; el teniente, D. Manuel Fontanilla. La compañía del Cuarto de Intendencia es la primera de Madrid.
En cabeza, con una fusta en la mano, va el capitán, detrás los oficiales y la compañía. Siguen el camino, sin dar un paso más largo que otro. Desembocan en el barranco e inician la ascensión por el camino regado de mulos muertos, testigos de los anteriores días sangrientos. Avanzan, avanzan, sin detenerse un momento en los repliegues que puede ofrecerles resguardo y cobijo.
Saben que la posición está atacada y aislada, que los esperan con ansiedad, y, sin apresurar el paso, sintiéndose batidos por el enemigo, que rabioso concentra todo su fuego en su verdadero objetivo, impedir que llegue ese convoy a su destino, suben llenos de coraje. No son combatientes, son los soldados de Intendencia, son los blancos vivientes. Sin que el enardecimiento de la lucha oscurezca en ellos la visión del peligro, lo desafían estoicos […]”.
Yendo a las vicisitudes cristalizadas en la ‘Posición de Tizza’, estas se abordaron con actuaciones que proyectaban progresar y afianzar las posiciones de la Zona Oriental del Protectorado, con la premisa de asegurar Melilla ante eventuales ofensivas; decidiéndose reforzar algunos de los puntos estratégicos como la periferia de ‘Tizza’, con la remesa de provisiones para dos semanas que indudablemente requirió de enormes sacrificios para convoyar las necesidades básicas de boca y guerra.
A resultas de todo ello, la ofensiva que se gestaba era una suerte de castillo de naipes.
Pero, con anterioridad, imperaba una creciente beligerancia en el espíritu de las comarcas asaltadas, así como el desánimo entre las Tropas con la consiguiente cacería rifeña, experimentando el crudo beso al cuello de la gumía y la daga. A ello se unieron los inconvenientes de comunicación con los diversos puestos, lo que hacía que los abastecimientos no fueran continuos y que el suministro de agua conllevara cuantiosas vidas truncadas.
Era evidente que eufóricos por el éxito de ‘Annual’, los bereberes guerreaban desde el mismo poblado, llevando cuarenta y nueve días asediando en un terreno barrancoso y desigual. Tras varios intentos fallidos por socorrerlo y no proveerse la jornada del 26/IX/1921, tres días más tarde, el 29, se coordina una operación con dos columnas para romper el cerco. En la primera, transita el convoy de víveres encabezado por el Capitán de Intendencia Mariano Aranguren Landero, al que le sigue el Teniente Manuel Fontanilla.
En un corto espacio de tiempo, el Batallón Expedicionario de Borbón N.º 17 no puede hacerse con las riendas de las posiciones que domina ‘Tizza’. Mientras, los Grupos se aglomeran y comprimen, se desencadena un maremágnum con el desconcierto surgido. En la misma incursión se constituye la segunda columna al otro lado del río de Oro, al objeto de preservar los montículos a merced de las harkas rifeñas.
Entre tanto, el Comandante General de Melilla, General de División José Cavalcanti de Alburquerque y Padierna (1871-1937), planifica otra columna encaminándose en dirección a las primeras guerrillas y remolcando tras de sí, arenga a dos Compañías de Ingenieros a las que prosigue el convoy ante la mirada del resto de fuerzas de protección, logrando desmoronar el bloqueo y permitir el acceso del convoy.
Hay que resaltar aun a la sombra de estos hechos, que el desenvolvimiento no se materializó con el plan propiamente diseñado. Llegándose a la conclusión, de no pocas desidias, desaplicaciones y pasividades en respuesta a algunos de los Jefes participantes. A su vez, el Batallón de Valencia se engarza en el avance barriendo la zona referida, siendo el Teniente el primero en adentrarse con su Capitán herido en un brazo. Posteriormente, caen lesionados cuatro Soldados de Intendencia y sucumben un número importante de bestias de carga.
En consecuencia, no disponiéndose de datos taxativos sobre la cuantificación minuciosa de bajas en las fuerzas rebeldes de Abd el-Krim, muy al contrario, ocurrió en las filas españolas, con guarismos, probablemente, inferiores a los asentados, porque en repetidas ocasiones se agrandaban para recaudar más soldadas y mismamente recibir mayores provisiones. No cesando los descalabros y reveses cosechados con difíciles convoyes que, por activa y por pasiva, se repetirán en esta y otras posiciones durante meses, llevando en volandas una redefinición de la política colonial de España en la ‘Guerra del Rif’ (8-VI-1911/27-V-1927), y a una crisis política que minó las raíces de la monarquía liberal de Alfonso XIII (1886-1941).
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