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Sacar la silla a la puerta, una costumbre cada vez más perdida

Sacarse la silla a la puerta de casa es una costumbre entre los vecinos, pero que, por desgracia, es una escena que cada vez se ve menos. En el barrio de la Victoria antes era muy habitual ver una estampa como ésta: vecinos que sacan sus sillas a las puertas de sus casas y pasan las noches de verano al fresco y charlando entre ellos. 

Los grupos de vecinos que se sientan por ese barrio abundan más que en otras zonas de la ciudad, pero, sin embargo, los que se sientan por allí aseguran que ya no es como antes. Antes se reunían muchos más y ahora falta mucha gente, bien porque se han mudado o porque hay muchos que ya, por la edad, han fallecido. Nada es como antes. 

Una de las melillenses que se sienta en la puerta de su casa asegura que hace años bajaban con todo un arsenal e iban muy bien preparadas. Se plantaban en las puertas con mesas y sillas, traían comida y bebidas y hacían unas meriendas “estupendas”. Son buenos tiempos que recuerdan entre risas. Echaban la tarde en compañía, se quitaban de estar en casa encerradas y encima les daba el fresquito. Ahora, por el momento, la costumbre la siguen manteniendo un puñado, pero temen que se pierda definitivamente. 

Los mayores de la ciudad son los que continúan con esta tradición que se encuentra en peligro de extinción. Las nuevas generaciones, por lo que se ve, no mantienen la misma costumbre y ellos no entienden porqué, con lo agusto que se está. 

Algunos que están sentados por allí comentan que es una costumbre difícil de mantener porque las calles cada vez están más sucias y muchas veces son ellos mismos quien tiene que coger el cubo y ponerse a limpiar donde van a sentarse, porque sino es imposible disfrutar. 

Las bolsas de pipas, las sillas de la playa, los taburetes de la cocina, las cervezas y los refrescos no pueden faltar. Son los mejores ingredientes para pasar un buen rato en compañía de los vecinos y aliviar de camino el calor que hace durante estos meses de verano.

Llevan haciendo esto durante décadas y sienten que cada vez se hace menos. En algunas zonas los corrales de gente son más grandes, en otros más pequeños. Pero la resistencia está ahí, recordando a las nuevas generaciones lo fácil que es pasar un buen rato entre amigos.

Las risas están aseguradas y también rememoran viejos tiempos. Se bajan cuando el sol aprieta menos y algunos suben a casa cuando se pone, otros continúan hasta altas horas de la madrugada. Al día siguiente, toca volver a empezar. 

Mientras tanto, en otras zonas de Melilla esta estampa se ve menos todavía. En Calvo Sotelo los vecinos comentan que ya casi nadie sale a las puertas de sus casas. Es una tradición que está casi perdida. Algunos lo atribuyen a los bloques de piso que se están construyendo y sustituyen las casas de la zona. 

Una vecina de allí ha estado un rato sola en la calle. Al poco, va a meterse para dentro. Asegura que lleva ya un rato ahí, mirando a un lado y a otro, sola y sin pasar ni un alma. Ya no sabe qué más hacer. Está aburrida de estar en casa y así le da un poco de aire. Nada es como antes. Muchos vecinos del barrio se han enfermado o se han mudado; los nuevos no tienen la misma costumbre.

Dice que ve los coches pasar y poco más. “Es una pena porque era una cosa muy bonita”, comenta. Lleva sacando la silla a la puerta de casa más de cuarenta años y, sin embargo, de todos los que lo hacían, ella es la única superviviente.

Otro matrimonio se encuentra sentado fuera. Los motivos para estar en la calle con la silla son los mismos. El aire fresco y estar fuera les alivia, pero asegura que solo salen a la calle cuando se encuentran bien. Son mayores y hay momentos que tienen tantos dolores que no pueden ni salir a la puerta de casa, no le quedan fuerzas ni ganas para nada.

Extrañan los viejos tiempos en los que todos los vecinos sacaban las sillas a la calle y hablaban y reían unos con otros. Se hacían compañía. Ahora, la estampa es distinta con calles vacías y sillas sustituidas por filas de coches. “A mí me gusta mucho la gente y eso se echa de menos”, comenta Fatusha.

Su esperanza es que esta costumbre no se pierda y que las nuevas generaciones continúen con ella.

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