Opinión

Sablazo con el wifi del barco de Trasmediterránea

Este fin de semana, de regreso a Melilla, fui a contratar wifi a bordo del barco de Trasmediterránea y la persona que me atendió me advirtió de que había subido de precio a 4,95 euros, frente a los 2,95 euros que cuesta contratarlo en la web.

Según nos explican desde la naviera, el ajuste de precios, que se parece más a un ajuste de cuentas, se debe a la subida de la inflación que hemos sufrido todos en España en 2021, pese a que la encuesta publicada esta semana por El País diga que los españoles estamos dando saltos de alegría con la gestión económica del PSOE y los comunistas.

Por curiosidad hemos revisado el contrato marítimo de 2021 y hemos comprobado que la naviera consiguió puntos extra ofreciendo un servicio básico de wifi gratuito en el barco a Málaga. No digo que no funcione, yo sólo digo que una hora después de zarpar mi teléfono rompió con el ciberespacio en la cafetería del barco. Igual es gratis en los aseos, pero no tuve el honor de comprobarlo.

Desde la compañía nos dicen que este servicio de wifi gratuito se presta en determinadas zonas del barco que, en mi caso, tuve la mala suerte de no encontrar.

Podía haber contratado el wifi a casi 5 euros, pero me pareció un sablazo impresentable. Para que tengan una idea, hace unos años, cuando Internet era un artículo de alta gama en Cuba, los comunistas cobraban 6 dólares en los hoteles por permitir conectarse a personas que no se alojaban en el establecimiento. Así estamos en España, emulando a la dictadura cubana. Y sinceramente, a mí todo lo que me recuerda al castrismo me produce rechazo. Por eso, desde que emigré, nunca he vuelto a hacer colas. Por nada del mundo. Me niego. Yo ya hice suficientes colas en Cuba. Es más tengo un máster en guardar fila, cuidar mi sitio y detectar a los que intentan ponerse delante echándole cara. El desgaste psicológico y temporal es inasumible para esta servidora.

No trago con las colas ni con un sablazo de casi 5 euros en un barco subvencionado por el Gobierno central para que nos preste el mejor servicio a los melillenses. Si en tiempos de covid no hay actividades infantiles a bordo por motivos obvios; si por motivos obvios también está cerrada la piscina y no proyectan películas infantiles atractivas, hacer un viaje en barco para un niño melillense se convierte en un reto difícil de afrontar.

Pero como Dios aprieta pero no ahoga, tuve la suerte de encontrar a una señora en la zona de butacas preferentes, que cuando faltaban dos horas para llegar a Melilla se puso a jugar con mi niño a los escondidos por todo el salón (que estaba prácticamente vacío) y a correr. Aquello era para verlo. El niño no se enteró del tramo final de dos horas, cuando ya habíamos dibujado un cuaderno completo y habíamos agotado todos los recursos a mi alcance.

Sinceramente, yo confiaba en que había contratado wifi con el billete, pero cambié la fecha de llegada a última hora y aunque doy por hecho que pagué internet, no salía en mi billete ni mi número de billete aparecía en el listado de la naviera, así que doy por hecho que en el cambio de fechas cometí el error de no contratar wifi para ver pelis con el niño a bordo.

Pero aún así intenté comprobarlo: primero me dijeron que la famosa lista de las personas que habían pagado wifi estaba en la tienda, de ahí me mandaron a la cafetería y de ahí, de vuelta a la tienda. Para resumir el viaje: fue desastroso.

Y que conste que soy de las que siempre viaja en barco a la península desde 2012. Este último viaje sólo es comparable a uno que hice hace unos años en un camarote compartido con una señora bereber que a las tres de la madrugada se levantó a comer carne en salsa, porque estábamos en Ramadán y la pobre tenía que ingerir alimentos antes de que amaneciera. Nos despertó al resto y ya despiertos nos invitó a darnos un banquete a esa hora. Aquel camarote olía como una cocina sin salida de humos.

También recuerdo otro viaje que hice con una chica soldado que sufrió diarreas y gases con decibelios desmedidos en el camarote compartido desde que subió en Melilla hasta que se bajó en Málaga. O un tercero en el que mi niño se levantó de la cama con el cuerpo lleno de picaduras. En esa ocasión le puse una reclamación a Trasmediterránea por lo sucio que encontré el camarote y todavía estoy esperando respuesta.

A nuestros políticos sigue sin preocuparles el transporte marítimo. Es como si eso fuera cosa de clase media empobrecida que no interesa a nadie. Se les olvida que nosotros, la clase media, somos los que mantenemos funcionando los servicios públicos de nuestro país con nuestros impuestos y que tenemos la potestad de dar y quitar mayorías en las elecciones.

El único político que he visto en el barco, hace varios años, es Francisco Vizcaíno, que como todos sabéis pasó a mejor vida políticamente hablando. Nunca he vuelto a encontrarme a nadie del Gobierno chupando candado en el barco. Por eso no se enteran del suplicio que supone tener que viajar con niño y sin internet para ver pelis. Por eso les da igual que el contrato marítimo amplíe la edad de los barcos a 25 años. Son cada vez más viejos y ofrecen cada vez peor servicio, pero nuestros políticos no se enteran.

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