Dice que jamás lleva “anillos ni etiquetas” y que “solo izaría banderas si estuvieran prohibidas”. Así se define a sí misma la escritora Rosa Regàs (Barcelona, 1933), que este jueves, a las 19:30 horas, asistirá en el Teatro Kursaal a la presentación del libro ‘Miradas de ficción’, un conjunto de relatos sobre el séptimo arte, editado en el marco de la X Semana de Cine de Melilla, en el que ha participado. No es la primera vez que visita Melilla y, como aficionada a la arquitectura, subraya que le encanta la parte modernista.
Porque me gustó muchísimo la novela y también la película, que es difícil que gusten las dos cosas. Me llamó la atención la referencia al bolchevique, a la Revolución Rusa. Me interesa lo que supone para un actor meterse en la mentalidad del autor. Normalmente las actrices, aunque en este caso no es la realidad, se obsesionan por el papel de tal manera que es muy posible que lleguen a dudar de si son la una o la otra.
A veces también pasa al revés y una película acaba siendo mejor incluso que la narración. En el caso del cine, se trata de un creador que toma prestado una historia y la hace suya. Y le puede poner toda su genialidad y lo puede hacer muy bien. Pero también puede ser que lo haga muy mal...
Yo no hice nada. Me llamaron y me preguntaron si me importaría que hicieran una serie basada en este libro y dije que me gustaría mucho. Pero mis nietos estaban muy enfadados [risas] porque decían que ellos tenían que ser los actores. Decían que quién mejor que ellos sabe lo que ha ocurrido en estos veranos. Estuvieron viniendo hasta que tenían 15 o 16 años. A veces tenía hasta 20 niños en casa porque también se traían a sus amigos.
Trasladarlo a televisión me pareció bien. No me sentía identificada con Rosa María Sardá pero cuando la veía pensaba: ‘Mira, esta señora hace lo mismo que yo en los veranos’. Lo hicieron bien y tenía un aire más moderno que otras series para niños. Se trataron temas de iniciación sexual y de relaciones que ya no eran solo de chico y chica, sino de dos chicas o dos chicos. Y se hacía de una manera muy delicada y muy bien hecha, que es una manera estupenda de educar.
Mi casa es muy grande y es abierta. Todo el mundo que viene tiene un sitio. Muchas veces pienso: ‘¿Dónde los voy a meter?’ Pero al final caben todos. Aunque también es muy solitaria. La mayor parte del tiempo estoy sola en este caserón inmenso pero de repente se empieza a llenar. Cualquier excusa es buena para venir. Tengos muchos hijos y nietos y también tengo biznietos. Siempre hay gente.
No, no había escrito antes. Me puse a escribir un día y salió mi primer libro. Yo siempre pensé que tenía que ser escritora pero no tenía tiempo. Tengo múltiples vocaciones y entre una y otra, nunca le tocaba a la literatura. Trabajaba en una editorial y sí escribía notas de prensa y reseñas de libros pero no había escrito ficción antes.
Es una obsesión para mí, una plenitud. Ver cómo mis propias facultades se ponen en marcha y empiezan a imaginar un mundo a partir de una idea , de un miedo, de un recuerdo... y cómo acaban montando una historia que es independiente de la realidad en la que se basa, me produce una gran felicidad, la felicidad de la creación, que no tiene nada que ver con la que nos venden desde la publicidad.
Hay plenitud mientras estás creando y buscando ideas para ver cómo evolucionará tal personaje; eso me da mucha felicidad. La felicidad de escribir es la misma que da hacer películas, pintar, diseñar, la arquitectura y cualquier cosa con la que se esté creando. Y yo creo que también se puede crear amando, caminando, cocinando... Hay que obsesionarse, que lo que estás haciendo te parezca lo más importante que hay en el mundo.
Me parece fatal. La filosofía, como decía mi profesor de Latín, sirve para todo. También para cocinar porque lo único que hace falta para ello es sentido común y la filosofía lo desarrolla. Pero las propias personas que nos mandan no tienen sentido común. Es un desastre. Por eso nuestro país no acaba de avanzar, porque tenemos un sistema educativo que está mal montado, que no tiene en cuenta a los profesores y no da importancia a la Música, a la Filosofía...
Yo estoy absolutamente en contra del sistema educativo actual. Los niños están pagando la ineficacia, ineptitud y la incultura de las personas que nos gobiernan. No valoran la cultura; solo creen en valores económicos. Les enseñan a los niños a triunfar y a ser el primero en todo.
Descubrí mis verdaderos valores a una edad bastante temprana, entre los 18 y los 22 años. Desde entonces he fortalecido mis principios y hoy, que tengo 84 años, soy infinitamente más radical. Sigo pensando lo mismo pero con mucho más convencimiento.
He tratado con gente que me han enseñado muchas cosas. Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Juan García Hortelano... eran mis amigos. Algo me imbuyeron. Nadie les hizo ningún caso en aquella época. Pero yo me moví entre esta gente y me enseñaron a pensar y a tener mi propio criterio.
No entiendo nada. Se creen que tendrán esa república y que les va a solucionar todos los problemas por los que ningún gobierno catalán se ha preocupado en cuatro años. Ya ni siquiera lo quiero entender. Me siento muy apartada.
Si tuviera que luchar por una república catalana, desde luego que no lucharía con esta gente ni de esta manera. No soy independentista, pero si lo fuera, no buscaría a gente que solo van provocando sistemáticamente. Tiene todo un aire tan mediocre intelectual y emocionalmente.
Profesionalmente, fue uno de los mejores periodos de mi vida. Hicimos un gran trabajo. Aunque luego vino otro Gobierno y se dedicó a deshacerlo todo. Abrimos la biblioteca a todo el mundo, que antes había muchas restricciones, y empezamos a digitalizar. Dio un paso de gigante, que luego lo dio para atrás. Pero de alguna manera, siempre se adelanta.
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