El río principal de Melilla aparece representado en todos los mapas y descripciones de la ciudad desde la antigüedad, aunque es en los planos realizados a partir del comienzo del dominio castellano donde se empieza a usar la denominación de Río de Oro. No es el único nombre con el que se le menciona, pues aparece citado aún con tres nombres más: río de Plata, río de Melilla y río de la Olla, pero fue río de Oro al final la denominación que se impuso sobre las otras.
En cuanto a los nombres que recibe el río al otro lado de la frontera por parte de la población local, tal como los recoge Francisco Narváez, vienen a coincidir en el apelativo “Meduar”, que viene a traducirse como “meandro”, que hace referencia con toda probabilidad al gran meandro que forma el río cuando abandona la zona de Trara y se encaja entre la falda del Gurugú y las colinas de Hidum en su camino hacia Melilla.
La importancia de esta arteria natural para la región merece que dediquemos al menos tres artículos para describirla, pues su influencia es decisiva en la biogeografía de la Guelaya y en la misma historia de la ciudad, ya que ha propiciado desde antiguo los asentamientos humanos; en sus orillas se fundó la colonia fenicia de Rusadir, y fue la existencia de un río y una vega importante en el entorno un factor determinante para que los castellanos ocuparan el peñón que alberga Melilla la Vieja, y una de las razones de que este primer asentamiento prosperara y tomara relevancia en la zona.
Parece que el motivo del nombre de Río de Oro es porque de vez en cuando aparecían algunas pintas de ese mineral en las arenas fluviales del cauce, arrastradas de seguro de las zonas más altas de la cuenca. Es precisamente de esa parte alta de la cuenca de la que vamos a hablar en este primer artículo sobre el río.
El río de Oro es el único de todos los cauces que bajan del Gurugú hacia Melilla que merece la denominación de río, por ser el cauce principal que baja del macizo del Gurugú y en el que desembocan todos los arroyos que bajan de las laderas de la zona norte y este del macizo.
También es un río por conservar un caudal permanente durante todo el año, aunque en las últimas décadas la sobreexplotación del acuífero ha provocado que en algunos tramos del curso medio y bajo el agua del cauce desaparezca para reaparecer un poco más adelante, formando pozas, y así hasta su desembocadura.
Su cabecera se encuentra en la parte noroeste del Gurugú, donde la ladera forma un gran semicírculo por el que bajan múltiples torrenteras hacia el valle de Trara. La más importante de estas torrenteras pedregosas que se deslizan hacia Trara es la que nace en la pequeña meseta de Taxuda; en esta meseta estuvo ubicada la ciudad de Taxuda (aún se pueden observar sus ruinas), que en tiempos de Roma acuñaba moneda propia, y que constituía una de las tres ciudades fortificadas que dieron nombre a la Guelaya en la antigüedad.
El torrente que nace en esta meseta es el único que lleva un caudal más o menos continuo todo el año, por lo que el lugar donde nace se reconoce también como el nacimiento del río de Oro.
Por contra, los cauces que bajan de esta ladera semicircular, algunos con una caída prácticamente vertical, solo llevan agua ocasionalmente en las estaciones más lluviosas, por lo que se pueden considerar estacionales. En algunos de ellos hay pequeñas surgencias de agua que manan de las grietas de la roca donde está excavado su cauce, formado pequeñas charcas que son auténticos oasis de vida en las peladas paredes rocosas.
Estas paredes suelen ser muy húmedas, porque además de los manantiales ocasionales, tienen una importante aportación de agua de los vientos húmedos procedentes del mar, que se condensan al ascender por este gran muro rocoso.
El microclima que existe en este rincón del Gurugú contrasta notablemente con la aridez del resto de la Guelaya, y algunas especies de helechos relictos, como Davallia canariensis y Asplenium marinum, medran en sus paredes. Estas auténticas joyas botánicas, fósiles vivientes que ya existían en el Terciario, han encontrado aquí su último refugio, y es la razón de que se considere que en el Gurugú aún existan especies de la antigua Laurisilva.
Es al pie de este circo rocoso, en el valle de Trara, donde se recoge toda el agua que captan sus laderas y acantilados, y donde empieza el caudal perenne del Río de Oro. Sus riberas están pobladas de árboles y arbustos riparios que forman lo que se conoce como bosque-galería, con unas características ecológicas muy especiales. La especie arbórea que predomina en esta zona es el sauce, concretamente el Salix pedicellata, asociado a los llamativos álamos blancos (Populus alba) formando en ocasiones pequeñas saucedas y alamedas de alto valor ecológico.
Uno de los arroyos que se unen al caudal principal pasa por el nacimiento de Trara, que hoy en día sigue siendo propiedad de la ciudad de Melilla, y el agua de este nacimiento aún llega a la ciudad a través de una canalización que marcha en paralelo al río hasta llegar a Melilla.
En este primer tramo el Río de Oro es un arroyo de aguas cristalinas, al que se le unen otros arroyos con similares características y que hacen que su caudal vaya creciendo según desciende por el valle. Las especies arbustivas que acompañan a sauces y álamos en esta parte del río corresponden a la flora del piso meso-mediterráneo del Gurugú, más fresco y húmedo que los pisos inferiores.
Así, encontramos especies como el espino blanco (Crataegus monogyna) y el rosal silvestre (Rosa canina), que en primavera llenan la parte alta del valle de Trara de flores, y en otoño de preciosas bayas de un intenso color rojo.
A medida que el río desciende por el valle, la pendiente se va tornando más suave, lo que hace que las aguas bajen más tranquilas y se formen numerosas balsas pobladas de plantas acuáticas como los berros (Rorippa nasturtium-aquaticum) y las lentejas de agua (Lemna minor). Poco a poco vamos descendiendo al piso termo-mediterráneo, y el ambiente más cálido y seco va dejando su huella en la vegetación de las riberas.
Empiezan a ser más raros los espinos blancos y los rosales silvestres, y aparecen las primeras adelfas (Nerium oleander) y tarajes (Tamarix africana, Tamarix canariensis). Los árboles ribereños siguen siendo sauces y álamos, pero el bosque ripario se estrecha y por los lados empiezan a aparecer lentiscos (Pistacia lentiscus) y acebuches (Olea europea). Aquí aparece también un árbol, el alcornoque (Quercus suber), que en la antigüedad cubría gran parte del Gurugú, y que ahora es muy escaso y solo aparece aquí y allá en los lugares más recónditos.
Los ejemplares del valle de Trara, que han crecido sobre un suelo aluvial arenoso y húmedo, lo que coincide justo con los requerimientos de esta especie, alcanzan tallas espectaculares. Poco a poco, a medida que descendemos, las parcelas agrícolas pugnan con la vegetación ribereña y en muchos puntos invaden los márgenes del río. Estamos entrando en el curso medio del río, que describiremos en el siguiente artículo.
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