La polémica en torno al mantenimiento del arbolado en la ciudad ha marcado esta legislatura en Melilla. A tres meses de que se convoquen las elecciones autonómicas, dos organizaciones ecologistas han convocado una concentración para reclamar la dimisión del consejero de Medio Ambiente, Hassan Mohatar, y una tercera asociación ha recordado que en la zona donde se está construyendo el nuevo hospital se han perdido otros 500 ejemplares de árboles y arbustos.
Visto así, el panorama es desalentador porque a estas alturas debería existir consenso en Melilla para preservar los árboles, como seres vivos, por encima de cualquier proyecto, sin necesidad de convertir el desarrollo de infraestructuras en un arma arrojadiza contra un representante político determinado.
No se trata de criminalizar a las empresas que construyen ni a los técnicos que planifican, sino de incorporar el ecosistema que nos rodea a los proyectos que se pretenden sacar adelante.
No somos ajenos a que vivimos en un continente profundamente amenazado por la desertificación y estamos todos de acuerdo en que la sombra natural de los árboles es más sana y más económica que forrar las calles con toldos para bajarle la temperatura al asfalto.
Melilla necesita un acuerdo serio entre todos los partidos para vetar políticas que atenten contra el bien común, que es el planeta.
Hoy parece que todo es catastrófico, pero en esta ciudad hemos recuperado playas que antes eran vertederos; hemos convertido cementerios de coches en zonas de arbolado. Sabemos hacerlo y se ha hecho, pero hay que seguir trabajando, sin más interés que el común; aparcando la tentación de hacer campaña electoral con la vida de los árboles.
Hay que concienciar a los vecinos de que los árboles no entorpecen sino que reverdecen y también hay que hacer podas responsables y sanear todo lo que necesite ser saneado para empezar de cero, si es necesario.
En España hay ciudades más áridas de Melilla que florecen en primavera y en invierno se llenan de flor de Pascua. Aquí los ciudadanos tenemos la sensación de que no apostamos, como deberíamos, por reverdecer la ciudad, con inversiones potentes en parques y jardines. No hablamos de apaño ni de mantenimiento. Hablamos de invertir mucho más de lo que se invierte ahora.
Hay que parar el trasplante de árboles desde su hábitat natural hasta donde mejor nos convenga. Hay que asumir que la naturaleza es intocable y que un proyecto que exija cortar el arbolado no es bueno para Melilla.
Hay que seguir trabajando en eliminar los vertederos ilegales y reconvertir toda esa tierra yerma y llena de escombros en parques que inviten a la ciudadanía a vivir, aún más, cada rincón de esta ciudad.
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