Opinión

Retos de las empresas familiares

Siempre que me preguntan sobre los retos a los que nos enfrentamos las empresas familiares en estos momentos de incertidumbre respondo que son los mismos que los de todas las empresas. Todos hemos sufrido -además de la irreparable pérdida de seres queridos- las graves consecuencias socioeconómicas de la pandemia que se han derivado de ella y las nuevas amenazas que se nos han venido encima tras ella.

Cuando empezábamos a salir del pozo y antes de finalizar el año pasado comenzó a escalar sin tregua la inflación derivada del encarecimiento de algunas materias primas y de los fletes marítimos como consecuencia del bloqueo del Canal de Suez y la congestión de algunos puertos chinos y de la costa oeste de EEUU. Para remate, la locura de Putin ha conllevado, además del derramamiento de sangre de miles de inocentes, el encarecimiento de la energía, el desabastecimiento de ciertos productos agrícolas y algunas materias primas al que añadir el coste económico que está suponiendo la subida de los tipos de interés y el endeudamiento de muchas economías – públicas y privadas- y de las futuras generaciones para hacer frente a todo ello. Y, ahora, se nos van a subir los impuestos a los “ricachones” de la clase media-trabajadora y a las pymes sin conseguir que se frene el alza del IPC o se abarate el coste de la cesta de la compra o la factura de la luz y el gas.

Y hoy, como hizo Kennedy en su momento o nuestro actual presidente del Gobierno hace unos meses, nos debemos preguntar ¿qué podemos hacer nosotros por nuestro país? Lo que debe hacer el Estado, lo sabemos. Otra cosa es que el Gobierno de turno no sepa o quiera hacerlo. Pero ¿y nosotros? ¿Qué podemos hacer las empresas familiares por nuestro país? La respuesta es sencilla: seguir haciendo bien -o mejor si cabe- lo que hemos hecho bien durante toda nuestra existencia. Esto es: poner a las personas, a nuestra gente, en el centro de nuestras decisiones; mantener la visión a largo plazo y no tomar decisiones cortoplacistas de mera propaganda que tanto gustan a los políticos; seguir vinculados al territorio que vio nacer, crecer y desarrollar nuestro proyecto empresarial, aunque nos hayamos internacionalizado y posicionado en otros lugares para acceder a mercados más amplios y mejorar nuestra economía; y, sobre todo, trabajar duro y luchar a diario para mantener y crear puestos de trabajo, obtener los beneficios necesarios para seguir aportando riqueza a la sociedad y contribuir con nuestros impuestos al bienestar de nuestros compatriotas.

Y, para ello, sí necesitamos varias cosas de las instituciones públicas. Entre ellas, un marco fiscal adecuado que no penalice la transmisión de nuestras empresas a la siguiente generación. Necesitamos ayuda para la formación profesional de nuestros jóvenes en los oficios que demandan nuestras empresas y los que demandarán las nuevas tecnologías. Se necesitan modificaciones legislativas que faciliten o, al menos, no penalicen con más cargas administrativas el crecimiento de las empresas medianas y pequeñas. Necesitamos incentivos fiscales -que no subvenciones- que ayuden a la puesta en marcha de iniciativas público-privadas y premien las inversiones en nuevos desarrollos industriales, implantación de nuevas tecnologías y adecuación a las energías alternativas que favorezcan la preservación del medio ambiente. Se requiere la mejora de la conectividad entre las distintos centros logísticos y nuestros puertos -al menos, en Andalucía- y paliar el déficit de infraestructuras básicas de algunas poblaciones. Todo ello es lo que necesitamos las empresas familiares o no familiares para salir adelante y superar los retos actuales.

Pero las empresas familiares tenemos otro reto que no tienen las demás empresas. Y es nuestra vocación por mantener y transmitir el legado y los valores que hemos recibido de nuestros antecesores. Para ello, debemos preparar con tiempo el relevo generacional, mejorar la gobernanza de las familias empresarias, profesionalizar la gestión teniendo al frente de nuestras empresas a los mejores y más capaces -sean familiares o no- y formar a nuestros jóvenes. Y para ello necesitamos ayudas – esta vez sí, vía subvenciones- que nos permitan paliar el coste de implantar el Protocolo Familiar que requiere de la colaboración de expertos varios y profesionales del Derecho que no suelen ser baratos y no todas las familias empresarias pueden asumirlo.

Por último, pedimos a nuestros gobernantes de todos los niveles del Estado que dejen a un lado sus postulados ideológicos y partidistas para momentos de bonanza y trabajen juntos por el bien común -desde la posición en que le hayan colocado a cada uno los ciudadanos con su voto- y adopten las medidas que requiere la situación de emergencia social y económica que estamos viviendo. No vale todo por seguir aferrado a un sillón. No es justo ni solución endeudar a las próximas generaciones o pedir más sacrificios a los que pagamos impuestos mientras no se reduce el gasto público ineficiente o las estructuras mastodónticas de la Administración Pública y el plantel de asesores colocados a dedo en todas las instituciones públicas. Todos estamos dispuestos a apretarnos el cinturón, pero empiecen por ustedes y nos será más fácil aceptar lo que nos toca.

Gracias

P.D.

Un recuerdo especial para mis compañeros de Melilla y Ceuta que además de todo lo anterior deben soportar las veleidades de nuestros “queridos” vecinos y sus ataques híbridos a la soberanía española y a la dignidad de todos los que allí vivimos con sus referencias continuas a ambas ciudades como “presidios ocupados”.

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