Verónica, agarrada a la mano de su hija, sube una vez más la cuesta que lleva desde su casa en El Tiro Nacional hasta el depósito de agua abandonado y causante de la muerte de su hermana de 22 años, Sonia Ana, y los dos hijos de esta: Francisco Antonio, de cuatro años, y Sonia, de 18 meses.
No es la primera vez que ella y sus hermanos piden que se demuelan los restos del depósito. Asegura que si ya de por sí el sentimiento que llevan por dentro es duro, ver el esqueleto de hormigón “es peor todavía”. Por ello, pide “por favor” que tiren abajo la estructura que desde hace más de dos décadas sigue en pie a pesar de la catástrofe que sucedió.
Todos los días tienen que coger la COA, que pasa justo por enfrente del depósito y han de recordar ese 17 de noviembre de 1997. Hace 24 años justo hoy que un depósito de agua en periodo de pruebas situado en lo alto de Cabrerizas se rompió a medio día, vertiendo 25 metros cúbicos de agua a todos los barrios que se encontraban cuesta abajo hasta la plaza de España. Murieron 11 personas.
Veronica evoca que sintió agonía durante toda la jornada por no saber qué hacer, ya que hasta las 20:00 horas no supieron dónde estaba su hermana y pasaron todo el día buscándola.
“Mi hermana era muy salada” y de su sobrino mayor dice que “nos tenía a todos locos”, asegurando que siempre les sacaba una sonrisa; la bebé aún no sabía andar. “Se les echa de menos a los tres”; subraya que es “una pena muy grande, pero hay que seguir luchando”.
En cada siniestro, las personas recuerdan cómo era ese día y lo que estaban haciendo en ese momento. Nabila, una vecina que vivió la riada del depósito, asegura que fue un “día trágico para Melilla y triste para todos los que estuvimos presentes”. Explica que a ella le pilló en la calle y al principio no entendía qué pasaba, si era una catástrofe natural o no; asegura que le cuesta rememorarlo. “Veía una montaña de agua” y ese momento entró en un local, donde también empezó a entrar agua; cerraron el local y de pronto oyeron un ruido tremendo de todo lo que la riada estaba trayendo. “Nos pudimos salvar de milagro”. Debido al impacto, decidió irse unos días a Nador. “Gracias a Dios que lo podemos contar”.
Juan Antonio tiene una tienda en la calle Sor Alegría y recuerda que era un día soleado sobre las 12:00 horas cuando se rompió el depósito. “Escuchamos un ruido en la calle de gente corriendo, yo miré hacia abajo y veía que la gente seguía corriendo y cuando miré hacia arriba y vi como los coches se levantaban y bajaban”.
Él y su mujer salieron corriendo también, pero no pudieron llegar más allá de la esquina por la cantidad de agua que había y tuvieron que esperar. Cuando volvieron a la tienda, Juan Antonio explica que había 30 centímetros de agua y muchos objetos que la riada había arrastrado, hasta pescado del que se vendía en las calles de El Rastro. Tardaron más de 10 días en abrir, tuvieron pérdidas de unos 15 millones de pesetas, el seguro se negó a pagar y lo único que recibieron fueron las ayudas de la Ciudad Autónoma.
Por su lado, Omar estaba descargando mercancía en Cabrerizas Bajas cuando ocurrió. Recuerda también que era un día soleado. “La verdura que se vendía en El Rastro llegó hasta el muelle, las tiendas estaban llenas de agua”. María Jesús trabajaba en una farmacia de la calle Margallo y tuvieron que esperar varias horas hasta poder salir, tuvo que pedir a alguien ayuda para que fuera a buscar a sus hijos al colegio.
Las generaciones más jóvenes conocen este desastre por lo que les han contado sus padres o han visto en las redes sociales, como cuentan ellos mismos a El Faro en El Tiro Nacional.
Allí acude Rosa cada día a trabajar y explica que estaba estudiando en la UGR cuando ocurrió. Todos se fueron de clase y a medida que iba hacia su casa en el centro, veía como estaba más llena de agua la calle. “No entiendo cómo sigue todavía en pie y no lo han derruido, cada vez que lo veo, me parece un monumento al horror”.
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