Lo que evocamos sucedió hace cuatro décadas. En un despacho comercial de la calle del Teniente Coronel Seguí, don Constantino Domínguez hablaba distendido con su amigo, don José Ramírez Medina, en presencia de algunos jóvenes.
Domínguez explicaba a la improvisada audiencia lo que España llegó a perder por su tradicionalmente pacata política exterior. La soberbia española no quiso reconocer a la República Independiente del Rif, una pretensión de los norteños marroquíes que jamás se vieron obligados a obedecer a los imperialistas.
A lo largo de las más de dos décadas de guerras africanas, o bien Abdelkrim El Hatabi o sus más directos colaboradores contactaron con España –en algunas ocasiones, Melilla fue el punto de encuentro. Un reconocimiento oficial de la República del Rif, habría supuesto el crecimiento territorial de Melilla hasta prácticamente Alhucemas por el noroeste y a la frontera con Argelia por el sur, cerca del Muluya, comentaba don Constantino. A cambio, España debería haberse comprometido al reconocimiento oficial y a la divulgación de la cultura occidental en todo el territorio rifeño.
República Rifeña
El propio Francisco Saro Gandarillas, haciéndose eco de la obra del periodista Hernández Mir señala que la organización de la economía rifeña “era la obra más perfecta de las iniciativas emprendidas por la efímera Republica Rifeña y que en un corto espacio de tiempo había conseguido recaudar más de 12 millones de pesetas”, síntoma de que el proyecto tenía visos de credibilidad y que los rifeños querían la independencia contando con su enemigo natural, España, que debería asumir el control futuro de la cultura de la zona.
Algo parecido había hecho Francia al oeste. Domínguez recordaba que “los franceses desembarcaron con pistolas, sí, pero también con dinero, idioma y escuelas”. Por el contrario lo hizo en su zona con lo mejor de su, de por sí, menguado armamento y con el único deseo de restañar la sangre de Cuba y Filipinas. A Abdelkrim, líder rifeño bien tratado por otras potencias extrajeras, el Ministerio de Exteriores lo consideró “un loco con cara de diablo que nos hace la vida imposible”.
Los señores Domínguez y Ramírez extrapolaron en términos actuales lo que pudo haber sido el reconocimiento de la República Independiente del Rif: Punto y final a la cosa bélica, crecimiento económico y poblacional de la provincia de Melilla y perfectas relaciones diplomáticas. Pero no fue así y se perdió la gran oportunidad que denunciaba don Constantino.