Opinión

Reparar el daño. “Pazman”

O al menos en parte, porque hay una grandeza que solo viven los que son fruto de la injusticia de la memoria. Es muy difícil guardar silencio cuando la desmemoria torna a injusticia, pero hay quienes lo hicieron.

Esta obra, “Pazman”, “basada en hechos reales con la prudente ficción que la hila, no es una historia más de la lucha contra ETA, es el relato coral de los hombres y mujeres que lucharon contra la banda criminal; el de sus vidas atropelladas, confusas, prejuzgadas y olvidadas”, así viene reflejado en la contraportada del libro. “El relato de una realidad que, en gran medida, ha pasado inadvertida a cronistas e historiadores”, añade.

Es un compendio de renuncias, de innumerables renuncias y la mayoría silenciadas, incluso de amor orillado por las circunstancias. Es el recuerdo, contado por un miembro de la Benemérita, de la Guardia Civil, de aquellos años de niebla, pólvora y sangre que acentuó un compañerismo de tal pureza como inédito y puesto al servicio de España. De la protección de la grandeza de la democracia, tan peligrosamente aprovechada por, precisamente, quienes no creen en ella.

Es un relato preñado de sufrimiento, rabia, miedo, impotencia, amistad, ganancia y pérdida, de errores y faltas propias pagadas a precio excesivo también, pero sobre todo de amistad y reivindicación. Trasladado a cómo vivieron servidores públicos y sus familias en un entorno tan bello como hostil; a su jerga, a la cadencia de sus emociones, por lo general en torbellino, a la búsqueda la necesaria frialdad que conciliada con la humanidad es imprescindible para el cumplimiento de la responsabilidad voluntariamente aceptada.

De agentes no acostumbrados a obedecer (nunca dejaron de hacerlo), solo a hacer lo que debían. Ahora su silencio habitual, quebrado justamente e intercalado en los relatos de costumbre de aquellos años, se convierte mediante esta historia en la reiteración de una consideración: a ETA le venció, como banda de criminales, los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, mujeres y hombres cumpliendo con su deber, ese fue el fin de la organización terrorista, que ofreció su cese, al quedar desvanecida, vencida, desaparecida o encarcelada, a los responsables políticos que no tuvieron más que ajustar y anunciar.

Tras ello, algunos de quienes fueron componentes del bando criminal ser convirtieron en “personas de paz” obligadas por el ahínco de muchos guardias civiles, de policías nacionales también. No siempre el poder político ha estado a la altura del reconocimiento a esta labor. Por sus vaivenes y caprichos ha protagonizado muchos episodios de egoísmo y desmemoria con los funcionarios públicos.

Más de 850 personas asesinadas por ETA, 2600 heridos, por encima de los 90 secuestrados; guardias civiles por delante, policías nacionales, familiares de ambos cuerpos, policías locales y autonómicos, militares, políticos, jueces o abogados…se los llevó el mal. Y frente a ese mal, cuyo negocio es la muerte, apellidos como Santiago, Astillero, Llamas entre tantos otros, estuvieron de cara y le combatieron. Volvieron, otros muchos no regresaron. Por eso, esta obra, “Pazman”, recuerda en alguna medida, en lo posible, como vivieron esos hombres y mujeres un tiempo en un mundo de oscuridad.

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