Hoy por hoy, convivimos en un período de enorme competitividad estratégica y de confusas amenazas para la seguridad, acrecentándose los conflictos y despliegues, los embates militares y fuentes de inestabilidad con su rastro de arduos sufrimientos en el trazado humanitario y desplazamientos de población como el que acontece en Ucrania.
Y en el horizonte, arrecian la multiplicación y secuelas de un sinfín de intimidaciones hibridas. Cada vez más, la interdependencia gira a la conflictividad y el poder simbólico se emplea de forma compulsiva y, cómo no, la mutabilidad se agudiza por el factor de las provocaciones y como telón de fondo el destello nuclear, radiológico, biológico y químico. La probabilidad de librar una colisión nuclear que condujese a la Tercera Guerra Mundial, es una de las tesis más redundantes de la Administración norteamericana para oponerse a participar directamente en la Guerra de Ucrania.
Si bien, permanecen todas alarmas, porque se teme que en cualquier instante varíe el rumbo de la ofensiva bélica, que ahora parece empantanarse para el ejército ruso.
Luego, el rearme del Viejo Continente es más que una realidad y los mercados pugnan con reciedumbre por un ‘boom’ sin precedentes en la industria militar, tras el escepticismo que ha desencadenado la invasión de Rusia sobre Ucrania, de la que recientemente se ha cumplido un mes. La última pisada firme en el ascenso militar de los estados de la Unión Europea, UE, es la novedad en la plasmación de una fuerza de despliegue rápido de más de 5.000 efectivos y una inversión comunitaria de 200.000 millones de euros.
A decir verdad, no son pocos los analistas que han percibido este movimiento como el primero de los avances en una causa a largo plazo para el afianzamiento de un ejército europeo. Sin duda, es el resultado de una escalada que está alcanzando al gasto de los países más importantes de la UE, en las jornadas en que las tropas rusas atravesaron ilegítimamente los límites fronterizos de Ucrania.
Tómese como ejemplo el caso de la República Federal de Alemania, informando de la aportación de 100.000 millones de euros para optimizar a su Ejército. Se trata del primer rearme ostensible desde la ‘Segunda Guerra Mundial’ (1939-1945), conjeturando una ampliación en la inversión anual en defensa de más del 2% del PIB.
“El rearme del Viejo Continente es más que una realidad y los mercados pugnan con reciedumbre por un ‘boom’ sin precedentes en la industria militar, tras el escepticismo que ha desencadenado la invasión de Rusia sobre Ucrania”
En el resto de Europa esta predisposición se ha consolidado, fundamentalmente en el Norte y Este, donde los tentáculos de la guerra están más próximos. La Republica de Polonia ha ratificado ampliar el presupuesto en Defensa hasta el 3% para el próximo año; el Reino de Suecia, las Repúblicas de Letonia y Lituania, Dinamarca y Rumanía han dado luz verde a sendas subidas del gasto militar.
Por el contrario, al Oeste de Europa los acuerdos no son tan apremiantes, pero van encaminados en esa misma disyuntiva, como ocurre con la República Italiana y la República Francesa, que hasta ahora no han ofrecido explicaciones.
En cambio, España, se ha propuesto rebasar el 2% del gasto del PIB consagrado a sus Fuerzas Armadas, pero no ha determinado fecha alguna para cosechar este hito. Lo que sí ha precisado es la amplificación en los años próximos del 20% de su inversión en las partidas. Recuérdese al respecto, que dichas partidas están en crecida desde el año 2016 y se ha pasado de los 5.700 millones de euros por entonces, a los 9.700 millones vigentes.
A ras europeo, un Informe reciente confeccionado por el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz, ha deducido que en este continente es donde más se ha agigantado la magnitud de este entorno.
Para ser más preciso en lo fundamentado, en los últimos veinte años las remesas se han desatado en un 20% y los expertos opinan que con los vaivenes que se producen actualmente en Ucrania, Europa se ha convertido en un ‘punto caliente’.
Pese a que la pisada más enérgica se ha originado recientemente, cuando Bruselas promovió otro proyecto para los próximos diez años denominado la ‘Brújula Estratégica’, que otorga a la UE de un ambicioso plan de choque para vigorizar la política de seguridad y defensa de aquí al año 2030.
Y es que, el escenario de seguridad se ha tornado más volátil, lo que exige dar un impulso taxativo y reclamar que se acentúe la capacidad y voluntad de desenvolverse adecuadamente, remozando la resiliencia e invirtiendo más y mejor en los potenciales de Defensa.
Precisamente, el vigor de la Unión radica literalmente en la unidad, la solidaridad y la determinación. De ahí, que la finalidad de la ‘Brújula Estratégica’ recaiga en transformar a la UE en un consignatario de seguridad más musculoso y competente en las sinergias de Seguridad y Defensa.
Por ello, este instrumento coadyuva positivamente a la seguridad transatlántica y universal de manera suplementaria con la OTAN, que continúa siendo el eslabón de la defensa colectiva de sus integrantes; al igual, que robustece el soporte al orden mundial asentado en reglas de juego con las Naciones Unidas como eje central.
La ‘Brújula Estratégica’ formula una valoración del contexto estratégico y de las imposiciones y desafíos a los que se encara la Unión. El documento muestra sugerencias específicas y operables con una agenda bien definida, con la intención de perfeccionar la eficiencia para proceder con audacia en circunstancias de crisis y salvaguardar su seguridad y la de sus habitantes. Al mismo tiempo, engloba cada uno de los carices de la política de seguridad y defensa y se modula en torno a cuatro pilares: actuar, invertir, trabajar de modo asociativo y avalar la seguridad.
Comenzando sucintamente con el primero, para estar calificado a la hora de intervenir con vivacidad y tenacidad cada vez que se ocasione una crisis, en cooperación con sus socios si es viable y únicamente cuando sea inevitable, la UE, compondrá una capacidad de despliegue de hasta 5.000 militares para distintas tipologías de inconvenientes.
Además, asumirá la facultad de desdoblar una misión civil con 200 expertos absolutamente proveídos en un intervalo de treinta días, inclusive, en condiciones complicadas.
A ello hay que agregar, que habitualmente realizará ejercicios reales en tierra y mar, amplificando el compás militar e intensificando las tareas civiles y suscitando un proceso de decesión resuelto y manejable, participando de manera enérgica y acreditando un mayor respaldo financiero.
Y, por último, esgrimiendo cada una de las salidas que brinda el Fondo Europeo de Apoyo a la Paz para sostener a sus socios.
Continuando con el segundo de los pilares, con el propósito de acrecentar su capacidad de anticipación, disuasión y réplica ante las amenazas y desafíos evidentes y que puedan surgir precipitadamente, la Unión acometerá sus virtudes de análisis de inteligencia, expandiendo un conjunto de instrumentales y aparatos de respuesta contra las complejidades híbridas, que refundirá varios equipos para localizar una vasta gama de amenazas en las que proporcionar una contestación conforme.
Asimismo, proseguirá desplegando dispositivos de ciberdiplomacia e instaurará una política de ciberdefensa de la UE para estar mejor dispuesta y resistir ante los ciberataques; para ello, desarrollará mecanismos contra la manipulación de información e injerencia de agentes extranjeros, implementando una táctica espacial para la seguridad y la defensa y tonificará su protagonismo en la esfera de la seguridad marítima.
En alusión al tercero, los Estados miembros se han aventurado en principio a aumentar su gasto de defensa para que se corresponda con su aspiración colectiva de aminorar las lagunas imprescindibles en razón de los medios militares y civiles y mejorar la base tecnológica e industrial de la defensa europea.
Del mismo modo, se pretende conservar un intercambio de consideraciones sobre las metas nacionales, en correlación con la ampliación y optimización del gasto en defensa para compensar los menesteres de seguridad; también, se sugieren otros alicientes para impulsar la concurrencia de los Estados miembros en programas colaborativos de desarrollo de capacidades, que, simultáneamente, inviertan en elementos de apoyo estratégico de nueva generación para maniobrar en los recintos terrestre, marítimo, aéreo, cibernético y espacial.
Y, finalmente, el lanzamiento de la innovación tecnológica en el terreno de la defensa, al objeto de rehacer los vacíos estratégicos y moderar las servidumbres tecnológicas e industriales.
Y en atención al último de los apartados, con el pretexto de contrarrestar las amenazas y retos genéricos, la UE activará la colaboración con socios estratégicos como la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, y las Naciones Unidas y, a su vez, con los componentes regionales como la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, OSCE, la Unión Africana, UA, y la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental, ASEAN.
A la par, desarrollará asociaciones bilaterales más apropiadas con naciones similares y socios como Estados Unidos, el Reino de Noruega, Canadá, el Estado del Japón y Reino Unido, entre algunos. A la postre, llevará a cabo entidades amoldadas en los Balcanes Occidentales, el contorno Oriental y Meridional, África, Asia y América Latina con el refuerzo del diálogo y la cooperación, y el acogimiento de la contribución en encargos y otros procedimientos.
Queda claro, que el coste militar se disparata en el último lustro y se adentra en un recoveco de rearme con la invasión de Ucrania. La humanidad no se arruga en su obcecación de armarse hasta los topes, como si la clase magistral de la disuasión yaciese como la única demostración diplomática para sortear los conflictos, y los actores más acomodados han sustentado con extraordinarios atrevimientos a sus Fuerzas Armadas, a juzgar por el desmedido gasto tendido desde la ‘Crisis Financiera Global de 2008’ desatada de manera directa por el colapso de la burbuja inmobiliaria, nada menos que 26,2 billones de dólares hasta el ejercicio 2022.
La efervescencia por la modernización, más la atemperación tecnológica y la introducción de armas y muestras de ultimísima generación en los Ejércitos, se ha desbocado. Así, desde 2017, tras una ralentización con ligera inclinación al descenso de otros cinco años que, en Europa converge con la extensa bifurcación de la crisis de la deuda en la que estuvo en juego la persistencia del euro. Aunque habría que resaltar que los 1,92 billones de dólares sufragados en 2021 y que encumbraron en un 3,4% el presupuesto militar en contraste al primer año de la pandemia, presumió restada la inflación a un recorte del 1,8%.
Obviamente, la subida de precios tiró al alza los importes energéticos y las interrupciones en las cadenas de valor y el comercio causaron presiones añadidas a las partidas de Defensa.
Ni que decir tiene, que EE.UU. encabezó los desembolsos en el último bienio, comprimiendo en un 6% proporcional a la inflación de los recursos fijados al Pentágono en el ejercicio pasado. O séase, de los 775.000 millones de dólares a los 754.000, en los que se circunscriben las programaciones y maniobras en el exterior.
El tema inflacionista vale para confirmar las convulsiones del gasto en América Latina, África Subsahariana, los estados de Eurasia y Rusia, al igual que en el Magreb y Oriente Próximo.
A pesar de que escalaran sus presupuestos, una doble medición que revela de manera más sugestiva al examinar los fondos militares de Rusia, que ha venido proveyendo mayores cuantías desde 2017 en rublos, pero cuyas anotaciones corroboran rebajas en sus contribuciones anuales cuando su valor se interpreta en dólares.
Aun así, el Programa Estatal de Armamento 2011-20 del Kremlin conducente a restaurar sus arsenales y aunar innovación armamentística, se ha cumplimentado en su conjunto. Antecedente por el que el anterior fue un ejercicio de intensificación más discreto, reuniendo partidas por una cantidad equivalente al 3,8 de su PIB, que el Fondo Monetario Internacional valoriza en 1,64 billones de dólares.
Inexcusablemente, por comisión de cada PIB nacional, la tabla que la OTAN ha establecido como cuota mínima del consumo militar entre sus aliados europeos, y que se emplaza en el 2%, el estado con un presupuesto más productivo consignado a Defensa es el Reino de Arabia Saudita, con el 8,4% del volumen de su economía. El régimen de Riad está sumergido en la inversión de la guerra civil yemení, al que le suceden el Estado de Israel con el 5,6% y la Federación de Rusia, con el 4,3% con reseñas de 2020.
Curiosamente, la arremetida epidemial no ha retraído las contingencias de la militarización, ni los ingenios estatales para adaptar a los Ejércitos. Más bien, lo inverso, como tampoco se constata un bajón de choques armados, ni ha decrecido el sentimiento entre las potencias de jugar a una carrera competitiva con proyecciones plurianuales y significativas apelaciones públicas. Conjuntamente, los conflictos armados han quedado sin solventarse. En África, Francia duplicó sus contingentes en el Sahel, focalizando sus tropas en funciones contraterroristas, mientras la conflagración en la República Democrática Federal de Etiopía y la insurgencia en la República de Mozambique prosiguen activas. Como en Oriente Próximo con el Estado de Libia y la República Árabe Siria, pese a los conatos de desescalada.
Con los acontecimientos belicosos de Ucrania los cálculos económicos han abierto brecha para gastos militares superiores. Y no sólo Rusia o los socios de la Alianza Atlántica que han reavivado la punta de lanza de costear, al menos, el 2% de cada PIB aliado. Fijémonos en la República Popular China, que, entreviendo la enrevesada encrucijada del momento, lo ha ampliado en el 7,1% hasta los 230.000 millones de dólares.
Digamos, que una medida tomada en una etapa decisiva en el que el gigante asiático demanda proteger su soberanía y acondicionar sus capacidades militares por los inexorables amagos externos y el inconsistente espectro de la seguridad.
“La humanidad no se arruga en su obcecación de armarse hasta los topes, como si la clase magistral de la disuasión yaciese como la única demostración diplomática para sortear los conflictos, y los actores más acomodados han sustentado con extraordinarios atrevimientos a sus Fuerzas Armadas”
Igualmente, Alemania, ha repelido de modo irrevocable la guerra abierta por el Kremlin, en lo que atañe al orden militar y la sujeción energética de Rusia. Dos contenciones fulminantes anti-Putin. La primera, obliga a la Administración a que el 100% de la electricidad se genere solamente de fuentes renovables en 2035; y, la segunda, retorna a Berlín a la movilización, admitiendo pagos que superan el 2% del PIB en Defensa, en una artimaña valorada como la ‘revolución de la diplomacia y la política de seguridad’ alemana, como una indirecta al fin de la quimera de la Postguerra Fría de esquivar una fricción con Rusia.
Paralelamente, la principal potencia económica europea se replantea de manera crítica la atadura energética sostenida con el Kremlin durante los años de Angela Merkel (1954-67 años) como canciller.
Por otro lado, la República Francesa, aun habiendo desdoblado 39.900 millones de dólares en 2021, se le concede un gasto inicial de 40.900 millones en 2022, comprendiendo diversos flecos financieros para estimular inversiones en innovación tecnológica de nuevo cuño. Ocupando el undécimo peldaño del ranking en el que España se coloca en el vigésimo primer puesto de una lista que capitanean Estados Unidos, China y Rusia.
Y, entre otros, el Reino de Suecia, estado ajeno a la OTAN, pero con asistencia constante en la Alianza y en lucha permanente como la República de Finlandia, para el anuncio de un referéndum de entrada en la Alianza Atlántica con los análisis pronosticando un respaldo social bastante desahogado, cumple con el 2% del gasto militar, después de años de rearme de uno de los territorios más definidos del movimiento de los no alineados.
La economía escandinava de más hondura había reservado el 1,3% de su PIB para el Ejército en 2021, tras cinco años de aumentos escalonados. Mientras, ha solicitado a los socios de la OTAN invocar el Artículo 5 del Tratado por el que se agiliza la defensa colectiva de la Alianza, ante una aparente agresión que Moscú no ha pospuesto en su discurso beligerante.
En definitiva, la UE dispondría de entre los 65.000 y 70.000 millones de euros más cada año para Defensa, si refuerza su coste al 2% del PIB, teniendo en cuenta que los Estados miembros invierten de media el 1,5% y el empeño de la OTAN es, como mínimo, alcanzar el 2%.
En consecuencia, la aldea global se pronuncia con signos crecientes en la hechura de una gran oleada de inversiones militares, y la vuelta de la guerra a las puertas de Europa está punzando una metamorfosis de los aliados atlánticos, con claras menciones de aumento de gasto en Defensa de numerosos países europeos y un ambiente político proclive a ello, más las recónditas alteraciones geopolíticas a las que concurrimos, enredan seriamente la capacidad de promover el enfoque y defender los intereses comunes.
Sabemos que las garras de la guerra no son invariables porque están atestadas de resaltes y, por si fuese poco, es feroz y engañosa. No existen coyunturas de sosiego, aunque pueda parecerlas y Rusia, que sigue percutiendo despiadadamente las ciudades ucranianas, hace hincapié en que posee ases en la manga.
Dando la sensación de que Moscú se encuentra en un período de rearme, el contexto no es tanto ese, porque los bombardeos y cercos no sólo no empequeñecen, sino que se han acrecentado ferozmente. Los reproches entre ambos bandos se resisten obstruidos por el incesante combate y enfrentamientos, pero, por encima de todo, Ucrania, no desecha la inercia y el manejo de armas nucleares si se halla ante un ultimátum existencial.
Por todo ello, el paisaje decadente comienza a ser una ganancia para los proveedores de armas. La progresiva militarización de las potencias occidentales como alegato al ataque inhumano en Ucrania, fuerza el ofrecimiento de enormes ganancias para el capital destinado a la producción de medios de destrucción.
Miremos a Alemania o Estados Unidos o, quizás, al elenco de actores imperialistas aglutinados en la OTAN, que recurren a la invasión rusa de forma íntegramente demagógica. Estas inclinaciones son exclusivas de un lapso de declive capitalista y ha sido la receta camuflada con la que han exprimido sus tensiones a lo largo y ancho del siglo XX.
Son ellos mismos, los que se entrometieron e irrumpieron en múltiples países de la periferia capitalista para disciplinar un orden en función de sus incentivos. Los acaecimientos de lo sobrevenido en el Emirato Árabe de Afganistán o en Libia, sirven de espejo de este accionar.
Y mientras tanto, Europa, toma las pulsaciones de sus astenias y hay dos que, por antonomasia, se enfatizan a más no poder sobre el resto, cuales son la vertiente defensiva y energética. Excederse sustancialmente en los gastos de defensa y la estrechez de aplacar la dependencia del gas, el petróleo y el carbón, no dejan lugar a cualesquiera de las suspicacias y recelos.