A estas alturas de la pandemia, con el virus paseándose por las calles como Perico por su casa, con el gobierno huído, con las autonomías demostrando que sirven para poquito, con los contagios en fase galopante, cuando ‘los más preparados en siglos’, es decir, los jóvenes y los aspirantes a jóvenes, van de fiesta en fiesta y de bulla en bulla, están saliendo nuevos vocablos que ya mismito estoy coleccionando para mi particular diccionario.
A este que hoy pongo a vuestra consideración, queridísimos, se unirá en su día el de ‘cobernanza’, como si no tuviéramos bastante con aquel ‘gobernanza’ de infausta memoria y ‘europea’ extracción, el gobierno prófugo extrae ahora éste aún más horrible de ‘cogobernanza’, ya habrá tiempo de ocuparnos de él.
Yo iba con esto de los rastreadores, ¿Qué es eso de rastreadores? ¿Son detectives? ¿Son exploradores en busca de objetos fenicios por esos montes de Dios? ¿Son personas que buscan los restos de algún crimen horrendo, cometido habitualmente por un belga?
Hay que hacer notar la proclividad de los nativos de aquellas tribus sin romanizar en cometer los más atroces crímenes y luego pasar por civilizados, los indígenas congoleños, seguramente, darán fe de ello.
Nada de lo que me interrogo más arriba es cierto.
En el idioma ‘pandiamés’, los rastreadores no son otra cosa que intrépidos profesionales encargados de buscar a todas aquellas personas que hayan estado en contacto con un ciudadano ‘positivo’, para controlar al vírico invasor, según unos protocolos establecidos, bien por Simón, por Illa (el de las mascarillas), por el inexistente ‘comité de expertos’ (Illa dixit) o por los monterillas autonómicos, municipales y espesos.
Lo mismo que antes eran precisos los guantes (¿Qué habrá sido de los guantes?), las mascarillas y otros adminículos para combatir a este ‘napoleonchu’ de nuestros días, ahora todo bicho viviente con prurito de científico, clama por estos mentados rastreadores.
No hay verduguillo con mando en plaza que no se desgañite pidiendo urgentemente rastreadores en número inversamente proporcional a la importancia de los ‘entes autonómicos’.
Yo no voy a entrar en la necesidad imperiosa de contar con estos deseados profesionales, carezco de conocimientos y de ciencia para evaluar su eficacia para buscar a las personas que hayan estado con ‘positivos’ y así bajar las ínfulas a la COVID-19.
Lo que sí me permitiría pedirle, ya que están en faena, es que intenten rastrear el camino del denominado ministro de universidades, cuyo nombre siento no recordar, me han dicho mis espías paraguayos que ahora anda convaleciente de una dolencia en la espalda.
Yo creo que debe estar en algún centro sanitario de los que no han pisado nunca en esta pandemia, ni Sánchez, ni Iglesias, ni Illa (el de las mascarillas). Si ello es así, al menos un ministro habrá visitado algún hospital, aunque sea para curarse.
Y ya que están en faena, y su obligación principal se lo permite, podrían rastrear por dónde anda el ministro astronauta, cuyo ignorado paradero da lugar a muy variados y no caritativos comentarios de la afición.
Lo malo es que el ministro en cuestión pulule ahora por otra galaxia, desprovisto encima de la gravedad, lo que haría más difícil y jocoso hallar su paradero.
También los rastreadores, en el tiempo que les deje libre la abnegada lucha contra el fementido virus, podrían rastrear dónde demonios está no el comité de expertos, que ya sabemos que no existe más que en la fabulación del licenciado (en filosofía por la Universidad de Barcelona), señor Illa (el de las mascarillas), sino del ‘comité de sabios’, cuya creación ha sido anunciada recientemente por el señorito del tantas veces nombrado Illa (el de las mascarillas)
Por poner un ejemplo de arduo trabajo, propondría al cuerpo de rastreadores, que siguieran la pista del denominado ministro de ‘cultura y deporte’, cuyo apellido siento desconocer y si digo alguno me puedo referir a algún miembro del gabinete del señor Conde de Aranda en tiempos del rey Carlos III, y tampoco es plan.
Podríamos seguir hasta el infinito buscando a prófugos de la gobernación de España (del Estado, según lo políticamente correcto). Para su captura harían falta miles de rastreadores y se dejaría a estos sin cumplir su principal misión de detectar al virus que nos invade y frenar la pandemia, eso sí que no.
Pero la afición, aunque sea paciente y pasota y pueda decirse de ella lo que decía ‘el filósofo Rancio’ en ‘Lola la Piconera’, la inmortal obra del olvidado Pemán:
“Es esa gente tranquila
que en una infinita espera
está en una y otra acera
quieta, callada, ¡y en fila!”
Puede cansarse de esperar y entonces vendrán los ‘¡diosmíos!’ y los ‘¡madremías!’, con entonación no precisamente piadosa.
Que no le falte agua al elefante.
P.D. En serio: Mi reconocimiento a los rastreadores, que hacen una labor admirable en beneficio de todos. Muchas gracias.
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