Ana y Joaquín (Imran) eran dos descendientes del rey y Profeta David. Joaquín era bien conocido entre los hijos de Israel por su generosidad y su gran piedad. Ana era estéril, y no podía tener hijos, cosa que le entristecía mucho. Un día, Joaquín decidió retirarse al desierto. Plantó su tienda y ayunó cuarenta días con sus noches, mientras decía: “No comeré ni beberé hasta que mi Señor me de una respuesta. La oración será mi comida y mi bebida”. Ana por su parte, le hizo la promesa a Dios de que, si le concedía un hijo, lo entregaría al templo de Jerusalén para que allí se dedicara a la adoración a Dios y al servicio al templo. En el Corán nos encontramos con este relato de la siguiente manera: “¡Señor mío! Hago la promesa de ofrecerte lo que hay en mi vientre, para que se dedique exclusivamente a Tu servicio, libre de las obligaciones del mundo. Acéptalo de mí. En verdad. Tú eres Quien todo lo oye, Quien todo lo sabe” (3:35). Pasados los cuarenta días, un ángel se le apareció a Joaquín y le dijo: “Joaquín, Dios ha oído y ha aceptado tu ruego. Sal de aquí, porque tu mujer concebirá en su seno”. Mientras tanto, otro ángel visitaba a Ana, a quien dijo: “Ana, Dios ha escuchado y atendido tu súplica. Concebirás, tendrás descendencia, y será celebre su nombre entre los hombres”. Al cabo de un tiempo, Ana concibió a María, la paz sea con ella. María fue desde el principio un ser especial. Desde su nacimiento estuvo protegida de Satán y de su influencia por una protección especial del Cielo. Siglos más tarde, el profeta Muhammad, que la paz sea con él, dirá: “Tono niño que viene al mundo es tocado por Satán excepto María y su hijo (Jesús)”.
Pasados tres años, Ana y Joaquín (Imran) la llevaron al templo, para presentarla allí a los sacerdotes. Estos se disputaban entre sí la tutela de la niña: todos querían hacerse cargo de ella. Zacarías (la paz sea con él) dijo que él se encargaría del cuidado y la educación de María, que además era prima de Isabel, su esposa. Zacarías asigno a María un oratorio en el templo, un lugar retirado en el que pudiera recogerse para adorar a Dios, cuando no tuviera que ocuparse de sus obligaciones en el templo. Pronto se convirtió en un ejemplo total de entrega a su Señor, y Éste la adornó con dones y luces maravillosas. Recibía su alimento de manos de un ángel. En el Corán nos encontramos con este relato: “Cada vez que (Zacarías) entraba donde ella se encontraba en el santuario, hallaba junto a ella comida. Él le preguntaba: María ¿de dónde procede esta comida? Ella decía: Esto me viene de Dios. En verdad Él provee a quien quiera, sin límites” (3:37). Se trataba en ocasiones tal y como narran los eruditos y exegetas del Corán, de frutas que no podían encontrarse en esa época del año. Así, en invierno aparecían frutas del verano, y en verano, frutas propias del invierno. Los ángeles le anunciaron lo especial que era, diciendo: “María, Dios te ha elegido, te ha purificado y te escogido entre todas las mujeres de los mundos” (Corán 3:42). Cuando María alcanzó una edad en la que ya no podía permanecer en el santuario, estaban viendo quien sería el encargado de cuidar a la joven a partir de entonces. Al final fue un joven piadoso siervo de Dios, pariente de María, José el carpintero, quien se encargaría de ella a partir de ese momento. Un día en que María se encontraba en un lugar al este de Jerusalén, Dios envió al ángel Gabriel, que apareció ante ella bajo el aspecto de un hombre de hermoso aspecto. María al verlo, se asustó mucho, y se refugio en Dios. Pero el ángel le dijo: “Yo solo soy el enviado de tu Señor, que te traigo, un niño puro” (Corán 19:19) en otro versículo del Corán podemos leer lo siguiente: “María, Dios te anuncia una palabra procedente de Él cuyo nombre será el Mesías, Jesús, hijo de María. Poseerá un rango elevado en esta vida y en la Otra, y será de los próximos a Dios” (3:45). Entonces ella repuso: Señor mío, ¿Cómo voy a tener un hijo si ningún hombre me ha tocado? (Corán 3:47). El ángel respondió: “Será así. Dios crea lo que quiere. Cuando decide una cosa le basta decir Se y es” (Corán 3:47). En otro versículo del Corán nos encontramos como Dios dice que hará de Jesús una misericordia para toda la humanidad y que el asunto de su nacimiento era un asunto decretado desde le Eternidad: “Esto ha dicho tu Señor: Esto es simple para mí. Haré (del niño) un signo para todos los hombres y una Misericordia de nuestra parte. Se trata de algo que yo decreté desde la Eternidad”. (19:21). Entonces Gabriel sopló en María el Espíritu de Dios, y concibió a Jesús en su interior. María se dirigió a casa de su prima Isabel, que hacía ya meses que llevaba en su interior a Juan que la paz sea con él. Cuando María besó a su prima, Isabel dijo: “He visto como la criatura que llevo en mi vientre se ha postrado ante lo que llevas en el tuyo”. María entonces glorifico a Dios por todos los dones y las grandes maravillas que Él le había concedido. Cuando José se dio cuenta de que María estaba embarazada, se sintió desconcertado. Sabía que María no haría nada que desagradara a Dios, pues conocía su piedad y su obediencia a la voluntad de su Señor, y sin embargo los signos del embarazo eran evidentes. Un día por fin se atrevió a hablarle, y le pregunto:
María ¿es posible que salga una planta sin semilla?
Si, ¿Quién creó la primera planta?, respondió ella
¿Y pueden nacer árboles sin agua ni lluvia?, pregunto de nuevo
Si, ¿Quién creó el primer árbol?, respondió María
María ¿Puede un niño ser concebido sin padre?, pregunto José
Si, Dios creó a Adán sin padre ni madre, respondió María
Entonces dijo José: María, háblame entonces de lo que te ha ocurrido. Entonces María le repitió las palabras del ángel, y José alabó la Grandeza y el Poder de Dios. Su embarazo avanzaba, y María se retiró a un lugar alejado, lejos de los hombres; estando allí llegó el momento de dar a luz al niño. Sintió entonces cómo una profunda angustia se apodero de ella, así que se detuvo junto a una palmera, diciendo: “¡Ojalá hubiera muerto antes de esto, desapareciendo completamente en el olvido!” (Corán 19:23). Pero Dios la consoló con estas palabras: “No te entristezcas. Tu Señor te ha puesto un arroyo a tus pies. Sacude hacia ti el tronco de la palmera y caerán dátiles frescos y maduros. Come, bebe y alégrate, y si ves a algún ser humano, anúnciale: He hecho promesa de ayunar al infinitamente Misericordioso y hoy no puedo hablar con nadie” (Corán 19:26). Cuando María se presentó ante los hijos de Israel con el niño, éstos no podían creerlo. Comenzaron a acusarla de haber hecho algo terrible, que ofendía a Dios. Ella sólo hizo un gesto y señaló a Jesús. Le preguntaron los que la rodeaban: ¿Cómo vamos a hablar con un niño que ésta en la cuna? Pero, milagrosamente, Jesús habló: “Yo soy el siervo de Dios. Él me ha dado la Escritura y me ha hecho profeta. Ha hecho de mí un ser bendito dondequiera que esté. Me ha recomendado la plegaria y la purificación, así como la bondad hacia mi madre. No me ha hecho violento ni rebelde. La paz sea sobre mí el día en que nací, el día de mi muerte, y el día en que sea devuelto a la vida” (Corán 19:33).
En aquella época gobernaba en Palestina el rey Herodes el grande, padre del otro Herodes que mandará matar al Profeta Juan que la paz sea con él. Herodes era tan cruel y tiránico como sería más tarde su hijo. Herodes Dio la orden de matar a todos los niños de dos años para abajo. Dios envió un ángel, que advirtió a José de las intenciones de Herodes, y le dijo que huyera con María y el niño a Egipto.
Cuando Herodes murió, José, María y el niño regresaron a Palestina. Jesús continuó durante su infancia manifestando los dones que Dios le había dado. En una ocasión amasó barro hizo unos gorriones, sopló sobre ellos, y los pajarillos cobraron vida y se fueron volando, para asombro de quienes lo veían.
En alguna ocasión le hallaron en el templo, sentado entre los sabios de los hijos de Israel, escuchándolos e interrogándolos. Y todos estaban atentos y sorprendidos de que un niño redujese al silencio a los ancianos del templo y a los sabios del pueblo, explicando los puntos principales de la Ley revelada a Moisés, y las parábolas de los Profetas.
Cuando Jesús alcanzó la edad adulta, salió a predicar y a cumplir la misión que Dios le había encomendado, guiando a los hombres hacia el Bien y la Verdad. Era manso y humilde, y visitaba a buenos y a malos, a ricos y a pobres, y muchos reconocían en él al Mesías enviado por Dios. Otros, sin embargo, no le creían, y sólo deseaban su mal, porque las palabras de Jesús les ponían delante de los ojos de sus malas acciones y su desobediencia a la voluntad de Dios.
Para convencer a la gente de que verdaderamente él era el enviado del Cielo, Dios le dio poder para realizar muchos milagros: leía los corazones de las personas para guiarlas hacia la Verdad, sanaba a los enfermos, expulsaba a los demonios que hacían sufrir a los hombres y devolvía la vista a los ciegos; en una ocasión multiplicó unos pocos panes y unos cuantos peces, y dio de comer a miles de personas- que se habían reunido para escuchar sus palabras, y en otras devolvió a la vida a personas que ya habían muerto. Encontramos en el Corán lo siguiente: “He venido a vosotros con un signo de vuestro Señor. Voy a crear para vosotros a partir de barro, algo con forma de ave. Soplaré en ello y, con el permiso de Dios, será un ave. Y sanaré al ciego y al leproso, y daré vida a los muertos con permiso de Dios, y os diré lo que coméis y lo que guardáis en vuestras casas. Y, si sois creyentes, tenéis en ello un signo. He venido a vosotros con un signo de vuestro Señor, así pues, temed a Dios y obedecedle. (Corán 3:49-50)
Jesús no se quedaba mucho tiempo en ningún lugar, viajaba sin cesar por la tierra de los hijos de Israel predicando la palabra de Dios y haciendo milagros.
Jesús solo veía el bien y la belleza de Dios en todas las cosas. En una ocasión, pasaba con sus discípulos junto al cadáver de un perro. Algunos de ellos dijeron: ¡Qué olor tan repugnante! Pero él dijo: ¡Qué blancos y hermosos son sus dientes!
En otra ocasión, predicando en un monte, ante mucha gente, dijo: “Benditos sean los que tienen misericordia, porque ellos recibirán misericordia. Benditos sean los mansos, porque ellos heredaran la tierra. Benditos sean los que tienen el corazón limpio, porque ellos verán a Dios”. Dijo también: “No juntes tesoros ni riquezas aquí en la tierra, donde se oxidan y se las come la polilla, y donde los ladrones la pueden robar. Junta un tesoro en el Cielo, donde no hay óxido ni polilla, ni ladrones que lo puedan robar. Pues donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón”
También recordaba que Dios está siempre presente, y que cuida de su Creación: “Fijaos en los pajarillos que vuelan por el cielo: no siembran, ni cosechan, ni guardan su alimento en graneros, y sin embargo su Creador los alimenta. Y, ¿no valéis vosotros mucho más que los pajarillos? Mirad cómo crecen las flores del campo. No trabajan ni tejen, pero yo os digo que ni siquiera Salomón, con todo su lujo, se pudo vestir como una de ellas. Y si Dios viste así las plantas del campo, que hoy brotan y mañana se echan al fuego, ¿no hará mucho más por vosotros? Buscad primero cumplir con la voluntad de Dios que lo demás se os dará por añadidura”.
De todos los enviados del Cielo, Jesús es el que más se pareció a un ángel caminando sobre la tierra, y él mismo decía: “Mi reino no es de este mundo”.
A pesar de las palabras, los signos y los milagros de Jesús, había entre los hijos de Israel algunos que no creían en él, y que odiaban profundamente lo que él decía. Veían además cómo Jesús reunía mucha gente a su alrededor, que le seguía y creía en él. Así que decidieron acabar con él. Varias veces intentaron atraparlo para matarlo, pero Dios lo ocultaba a sus ojos y no podían encontrarlo. Desesperados, le pidieron ayuda al gobernador romano de Palestina. Fueron a donde él se encontraba y le dijeron que Jesús andaba diciendo que él era el rey de Palestina, y que se estaba preparando para tomar el poder. El gobernador envío a sus soldados a capturarlo, y lo encontraron en un huerto donde se retiraba a rezar con sus discípulos. Lo atraparon y lo maltrataron, con la intención de matarlo, pero eso fue lo que Dios les hizo creer. Y, en realidad, Él lo elevó a los cielos sano y salvo. En el Corán encontramos lo siguiente: “Dios lo elevo hacia Sí. Dios es Todopoderoso, infinitamente Sabio” (Corán 4:158).
Esto es lo que creemos los musulmanes sobre Jesús. También creemos en la segunda venida de Jesús. En esta segunda venida Jesús dará muerte al falso Mesías.
Acabamos este articulo con un versículo Coránico: “Por cierto que la creación de Jesús ante Dios fue como la creación de Adán, el cual fue creado de barro y luego se le dijo Se y fue” (3:59).
Te pedimos Dios por Tus más Bellos Nombres y Sublimes Atributos que en virtud del gran amor que sentimos por nuestros señores Adán, Noé, Abraham, Ismael, Isaac, Jacob, Moisés, David, Salomón, Zacarías, Juan, Jesús y su santísima madre la virgen María y el sello de los Profeta Muhammad, no nos prives de su compañía en el Paraíso. Infinita es la Gloria de nuestro Sustentador. Señor del Honor y el Poder, Excelso por encima de cuanto los hombres conciban para definirle. ¡Y la PAZ sea sobre todos los mensajeros! ¡Y la alabanza es debida por entero a Dios, el Sustentador de todos los mundos!
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