Es el señor de los perros, Rachid Mohamed; es un señor que se gana lícitamente la vida paseando perros, pero el oficio tiene mucho más de intríngulis porque convencer a cuatro o cinco canes de tamaño considerable que han de caminar de forma armónica, sin morderse, hacer pipí y popó donde y cuando deben… caramba, el asunto tiene ciencia. El secreto está en saber comunicarse con el perro, convencerle de su comportamiento con una sola mirada a los ojos, una interjección y algún gesto ad hoc.
Rachid sabe perfectamente cómo educar al can antes de sacarlo a pasear y habla con él, ya sea un pastor alemán, un pittsburg o un galgo, digamos. Y la magia: El perro o la perra le entienden a la perfección y obedecen.
Familias que confían en el señor de los perros no tienen inconveniente en reconocer que “parece un mago, me ha cambiado a mi mascota; es mucho mejor profesional que el propio César, ese de la televisión”. Y es que maravilla su pose, enérgica –no violenta– con sus cuatro o cinco correas armónicas, simétricas, y sus perros de alquiler ordenados como si fueran un escuadrón de caballería.
Pasean por el centro y las miradas se vuelven al paso de Rachid y su ejército de mascotas. Les recoge a primera hora de la mañana, les recomienda hacer sus necesidades en los lugares adecuados, recoge los detritus y los educa en comportamientos sociables. De esta manera, el perro vuelve a casa siendo otro, otro familiar sociable y educado que ofrece más cariño que agresividad a los suyos.
No hablaremos de tarifas, parecería una ordinariez fuera de contexto a tenor de estos comentarios, pero conviene afirmar que su lista de precios es más que interesante, cobra una miseria por educar y pasear a los perros; pero su miseria es su riqueza y, además, se gana la vida gracias a lo que sabe y a lo que quiere. Es un auténtico servicio público. Los agentes policiales y medioambientale agradecen el trabajo de Rachid y tienen mucho por qué.
Julio le confía su pastor alemán, un can que tiene una apariencia temible, con unos dientes que dan susto de lejos. Gracias a Rachid, el perro se deja acariciar, lame en señal inequívoca de cariño, parece un cachorro de chihuahua. Julio es feliz porque Rachid le ha educado a su amigo, un perro que, sin perder un ápice de autoridad, sabe querer y ser respetuoso con los suyos.
Cada mañana, con sus gafas oscuras siempre puestas o colgadas en la coronilla, Rachid conduce a sus amigos a la tranquilidad de una jornada saludable; cada mañana cinco o seis familias melillenses podrán trabajar o tumbarse a la bartola sabiendo que sus perros están en muy buenas manos, las de Rachid.
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