Queridas familias y queridos docentes, os comprendo: tenéis miedo. Yo también lo tengo. Es cierto que yo no tengo hijos y no parece que los hados (o los dioses) me los tengan destinados. Pero por mis manos pasan cada año cerca de 150 criaturas no solo para formarlos académica y laboralmente ante la vida, sino ante la vida en sí misma, con sus problemas y contradicciones, y para contribuir a que sean mejores personas. Y solo por eso, si me permiten la licencia, me siento un poco “madre” cada día. Yo, cuando tengo miedo, como detesto verme paralizada o sentirme frágil, hago lo que mejor sé hacer: leer, investigar, documentarme, estudiar detenidamente a mis “miedos enemigos” para procurar vencerlos. No digo que esta sea la mejor táctica, ni siquiera que sea la única, pero es la que a mí me funciona. Lo que tengo claro es que no me voy a permitir perder los estribos, porque así solo se alimenta más a los miedos y los hacemos más grandes. Ni mucho menos voy a ponerme a perder el tiempo lanzando preguntas retóricas (que se contestan por sí solas) porque entonces terminaría en inútiles balbuceos. Menos aún quiero engrosar las filas de quienes tienden a la victimización. Me niego. Es verdad que tenemos dudas, preguntas, incertidumbres, sí, pero yo quiero ser parte activa de la solución y no un pasivo espectador que lloriquea desde la terraza del bar o por las redes sociales. Y como quiero ser parte de la solución y porque detesto sentirme débil e inútil, me pongo a leer. Mucho. Y leo a los mejores para esta situación: profesionales de la ciencia y la docencia que, con mesura y cabeza, con rigor y objetividad, con empatía y comprensión, vienen analizando la cuestión de la vuelta al cole desde el pasado mes de abril.
Me gusta, especialmente, leer (ver y escuchar) a Fernando Trujillo Sáez, profesor en la Facultad de Educación de la Universidad de Granada (campus de Ceuta), fundador y asesor de Conecta13, con un currículum impecable y una cabeza muy bien amueblada. Sería muy conveniente que los medios de comunicación melillenses le hicieran una entrevista extensa, y que las administraciones educativas de nuestra ciudad lo incluyeran en la programación formativa docente, porque Trujillo tiene mucho, muchísimo, que aportar. De entrada, ha coordinado, junto a investigadores de las universidades de Málaga y Granada, el estudio “Panorama de la educación en España tras la pandemia de COVID-19”, para FAD y BBVA, donde consultaron a más de 5000 docentes, familias y estudiantes sobre el inicio del curso próximo. La investigación completa está disponible en www.fad.es y, para los vagos lectores, las conclusiones del estudio están recogidas en 4 potentes infografías. En líneas generales, las claves en las que coinciden son: inversión inteligente, liderazgo unificado, combinación equilibrada de docencia virtual y docencia presencial, y toma de consciencia de que la educación es un reto social, esto es, que compete a todos y a todas.
El pasado 12 de agosto, en una entrevista concedida a la Fundación Atresmedia, Fernando Trujillo afirmó que “la educación semipresencial puede ser una solución intermedia entre el deseo de los centros y las obligaciones sanitarias.” De ahí que semanas atrás, después de analizar el plan de contingencia de la DP de Ceuta (que, como saben, es muy similar al de Melilla, entregado a finales de julio a sindicatos y equipos directivos), lo elogiara como una de las mejores estrategias para afrontar la vuelta al cole. Lo pueden leer en su hilo en Twitter del 22 de julio. La gestión de los espacios (distancia física), el aprendizaje semipresencial y la digitalización de los hogares son, para Trujillo, las tres claves para abrir las aulas cumpliendo las medidas sanitarias. Pero estas claves tienen un “efecto colateral” que no podemos obviar: la conciliación familiar y laboral.
He leído y escuchado en Melilla muchas protestas por parte de las familias ante la aplicación del modelo combinado semipresencial de la DP de Melilla. Y lo entiendo, de verdad. Personalmente, yo prefería alternar días completos, en vez de franjas horarias, pero no es menos cierto que las mascarillas quirúrgicas (las azules) solo son eficaces para un máximo de cuatro horas, según COFARES y el Ministerio de Sanidad, y que se hace preciso “ventilar” y “desinfectar” nuestras aulas cada día. Pero se entienden la inquietud y el nerviosismo por la conciliación, una cuestión que, francamente, preocupa a las administraciones educativas de nuestra ciudad junto a la brecha digital. En Melilla, no se sabe por qué, las familias pretenden que sean precisamente las instituciones educativas quienes arreglen este problema, cuando en realidad a tales instituciones les compete exclusivamente la conciliación de sus trabajadores docentes. No obstante, como recordarán -y si no lo recuerdan, se lo traigo a la memoria hoy aquí-, hace meses que la Consejería de Educación y la DP de Melilla firmaron un acuerdo de colaboración para ayudar a las familias a conciliar. Es increíble que, aún así, haya gente protestando. Somos un pueblo extraño. Pero más increíble me resulta que las distintas federaciones sindicales no estén asesorando bien a sus afiliados y afiliadas en esta materia.
Para los trabajadores públicos, tenemos la Ley de Estatuto Básico del Empleado Público (RD 5/2015, conocido como EBEP), cuyo artículo 49 contempla los “Permisos por motivos de conciliación de la vida personal, familiar y laboral”. De manera que el gremio docente puede acogerse a este articulado (sin tener que hacer “trampas”) para garantizar tanto sus obligaciones laborales en las administraciones públicas como sus derechos familiares en el ámbito íntimo. En cuanto a los trabajadores no públicos, la conciliación laboral y familiar tiene que ser dada sí o sí por las propias empresas, como dictan el artículo 34.8 de la Ley de Estatuto de Trabajadores (RD 2/2015), ampliado en el RD 6/2019. Y si hay discrepancias con las empresas, entonces hay que irse al artículo 139 sobre “Derechos de conciliación reconocidos” según la Ley 36/2011 que regula la jurisdicción social. Seguro que se me escapan normativas, aunque para eso están los sindicatos, ¿o no? Pero, en definitiva, queridas familias, con la ley en la mano, ni las empresas privadas ni las públicas os pueden negar vuestro derecho a conciliar trabajo y familia, sobre todo, por precaución ante una situación sin precedentes como la creada por la COVID-19. Yo de ustedes empezaría ya a solicitar los permisos de conciliación, independientemente de si la escuela será semipresencial o, al paso que vamos, completamente virtual. Porque está claro que la enseñanza, como había sido siempre, no volverá.
A principios de mayo, Albert Sangrá, director de la Cátedra UNESCO en Tecnología y Educación de la UOC, explicó en su artículo “¿Cómo planificar un curso con presencialidad discontinua o intermitente?”, publicado en Obrim L’Educació, la importancia y la necesidad de integrar momentos presenciales y momentos virtuales de enseñanza en los planes de contingencia, cambiando nuestro enfoque de partida y asumiendo que los modelos tradicionales ya no nos sirven. Es verdad que hay edades más difíciles para llevarlo a cabo, que tenemos un alumnado con necesidades muy específicas y que lo de la “socialización” de nuestros infantes y adolescentes ha adquirido ahora una notoriedad también sin precedentes. Pero, como advierte Fernando Trujillo, todo, absolutamente todo, va a requerir ajustes (y sacrificios) y, como bien atina Sangrá, no debemos demonizar las numerosas posibilidades de la interacción virtual, que puede permitir al mismo tiempo socialización y aprendizaje personalizado. Es más, como afirma el sociólogo Xavier Martínez Celorrio, no debemos presuponer que el sistema se paraliza por no ser presencial, porque esto invisibiliza el verdadero trabajo realizado por docentes y estudiantes. Lo que sí es verdaderamente importante es asegurar una óptima comunicación entre profesorado, alumnado y familias.
El aprendizaje semipresencial requiere una vuelta de tuerca no solo de horarios, sino también de los currículos educativos. Hay que priorizar qué debemos enseñar y cómo lo vamos a enseñar, porque se puede aprender más y mejor sin necesidad de saturar al alumnado y sus familias con innumerables y monótonas tareas mecánicas. Los docentes debemos ser consecuentes, coherentes y responsables ante una situación sin precedentes. No tiene sentido trasladar el aula tradicional a cada hogar. Menos aún si en ese hogar no hay dispositivos electrónicos o solo se dispone de uno y con suerte. Por favor, actuemos con cabeza y con corazón. Somos nosotros los profesionales del ámbito, somos los que sabemos de “lo nuestro”, ¿verdad?, pues entonces nos corresponde a nosotros modificar nuestros métodos y patrones. Puede hacerse. Puede hacerse bien y sin perder ni una pizca de “exigencia”. Repito: ¿cuántas veces hemos enseñado bajo la inestable soga de una pandemia?
Y esto lo escribo teniendo en mente el mejor de los escenarios posibles, el semipresencial. Porque conforme pasan los días y asciende la cifra de contagios, más peligrosamente nos acercamos a la virtualidad total (y al confinamiento segunda parte). El epidemiólogo Michael T. Osterholm ya ha desaconsejado la reapertura de los colegios. Este verano también he leído varios artículos y estudios científicos (en inglés) sobre este tema y... Bueno, mejor hablaré de esta indeseada posibilidad el próximo día. Por el momento, queridas familias y queridos docentes, vamos a comprendernos. Sin miedos y sin balbuceos.
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