Qué poco nos quieren

La Autoridad Portuaria de Málaga tiene nuevo presidente y es de Melilla. Para esta ciudad no es sólo motivo de orgullo saber que los nuestros triunfan allá por donde van sino además es una oportunidad para reclamar mejores infraestructuras en la Estación Marítima para uno de sus mejores clientes, quizás el mejor: el Melillero.

Las estrecheces que sufrimos los melillenses que utilizamos el barco de Málaga a la hora de embarcar son penosas. Claro que se han hecho inversiones. Eso es cierto, pero también lo es que no son suficientes y que merecemos más.

Que los usuarios de Balearia y Trasmediterránea, en dos colas distintas, tengan que pasar por el mismo escáner de equipaje, monta un cuello de botella que quitan las ganas de viajar.

Los que preferimos el barco por el precio y por la posibilidad de cruzar el charco con el coche, los niños, el perro y hasta la suegra entendemos que aquellos que tienen la suerte de ir más ligeros de equipaje huyan del mar como de la peste. Y que conste, que Málaga es lo menos malo a lo que nos enfrentamos los de Melilla. Almería, en mi opinión, es lo peor; pero Granada (Motril) le hace sombra.

Durante años hemos intentado tender puentes con Málaga; lazos de amistad, que si medallas... Nos hemos dejado la vida y hemos conseguido poco o muy poco pese a que los melillenses somos los que le damos vidilla al puerto. Tanto es así que somos los únicos que utilizamos ese servicio.

Si comparamos cuánto ha cambiado la Estación Marítima de Málaga, en comparación con el entorno, nos damos cuenta de qué poquico nos quieren.

Ellos saben que viajamos por necesidad. Que esté como esté el puerto vamos a seguir viajando así que hacen alguna mejora por aquí, alguna por allá, pero no meten dinero a fondo porque no somos una prioridad. Es así de simple.

Más les vale que los billetes de avión no bajen de precio hasta el punto de copetir con el barco porque cuando eso ocurra, si es que eso llega a ocurrir en algún momento de nuestras vidas, se lo van a sentir, pero bien.

Me comentaba un amigo que sólo viaja en barco cuando no tiene otra: en caso de extrema necesidad. Creo que su decisión no es mayoritaria y creo que además el barco ha cambiado mucho.

Recuerdo cuando vine por primera vez a Melilla y vi a todo el mundo tirado en el suelo, vomitando, con mantas de invierno en pleno agosto, oliendo a humanidad y el catamarán a toda pastilla por el mar de Alborán. Pensé que acababa de conocer el infierno, que era el fin.

Ahora evito viajar en los días punta de la Operación Paso del Estrecho. Supongo que el panorama no ha cambiado, que sigue así, pero tampoco estoy empeñada en comprobarlo.

Quienes sí deberían comprobar cómo está el barco son nuestros políticos. Tienen que subirse de vez en cuando porque lo que se vive en primera persona no se olvida y nosotros necesitamos compromisos: si son personales, mejor.

Los melillenses somos los españoles que más horas nos dejamos en viajes a la península. Ocho horas en barco es la muerte a pellizcos. Y si encima no funciona el aire acondicionado, los camarotes huelen a fritanga, el embarque es lento y farragoso...

Hay muchas cosas por mejorar, pero ésta debería ser una de las prioridades. Una mejora en las comunicaciones debería revertir en todo: incluso en nuestra economía. No me resigno a vivir con miedo a no tener billetes para salir de Melilla. No quiero sacarlos con tres meses de antelación como si me fuera a Cuba. Esto es España y quiero que se note.

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