Desde que entró en mi vida la freidora sin aceite, en casa no gastamos aceite de girasol. Sin embargo, el sábado, en el supermercado, me vi tentada de coger una botella. No lo hice, pero reconozco que sentí el deseo de hacerme con una por lo que pueda pasar.
No había tumulto en la estantería ni en el súper, pero el cartel que limita a comprar sólo 5 litros de aceite de girasol por persona, algo que yo no he hecho en mi vida, me metió una presión psicológica sólo comparable a mis lamentos durante la brutal crisis económica que vivió Cuba en los años 90, después de la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, desde donde llegaban la mayoría de suministros a La Habana.
Por aquella época, miraba hacia la bahía habanera y al no ver entrar ningún barco sabía que el hambre iba para largo. Lamentaba no haber visto venir la crisis y no haber hecho acopio de comida con tiempo. En la Cuba de los años 90 desapareció todo. Lo primero, la carne. Nos convertimos en herbívoros, que no vegetarianos, de la noche a la mañana. Lo único que no se perdió fue el azúcar, que la gente bebía mezclada con agua, dignificando el humilde 'refresco' con el nombre de "Milordo".
Las noticias alarmantes a diario que vemos, sobre todo en cadenas de televisión nacionales, nos afectan psicológicamente a todos. Uno ve los telediarios y parece que la vida se paró en España y que lo único que está pasando en el mundo, pasa hoy lejos de aquí.
Todos sabemos que si se prolonga el paro de los camioneros españoles y tienen motivos de sobra para hacerlo, se va a paralizar el país. Y nosotros estamos del otro lado del charco. Si eso pasa, no quiero ni imaginarme las consecuencias para Melilla.
Putin ha conseguido lo que quería: asustarnos y hacernos partícipes de las calamidades que empiezan a notarse en Rusia. Los que hemos crecido en países aislados del orden económico internacional sabemos lo que significa la palabra escasez.
El presidente Pedro Sánchez ha hecho bien en anunciar ya rebajas fiscales que ojalá traspasen el umbral de la promesa incumplida de que al final de 2021 íbamos a pagar en la factura de la luz lo mismo que en 2018.
Los españoles necesitamos ya un respiro porque de lo contrario vamos a sufrir aquí la gran dimisión que se está viviendo en Estados Unidos, donde miles de trabajadores han renunciado a sus puestos de trabajo porque si malo es ser pobre, peor aún es ser pobre y trabajar como un mulo.
Ha sido empezar la guerra de Ucrania y todos nos hemos apretado el cinturón al ver la escalada de los precios del combustible. Hemos pasado de pagar la gasolina 95 sin plomo en Melilla hace menos de un mes a 1,23 céntimos, a dejarnos 1,44 euros por litro: sólo 40 céntimos más barato que la media de 1,80 que se paga en la península.
Ese ritmo es insostenible. Esta crisis no empezó con la guerra de Ucrania. La pandemia nos había dejado ya unas subidas tremendas del precio de las materias primas, sobre todo, en el sector de la construcción, en un momento en el que muchos españoles decidimos reformar nuestras casas para hacerlas más acogedoras por si viene otro confinamiento.
Porque damos por hecho que la pandemia ya se gripalizó, pero en China, que siempre va por delante de nosotros, acaban de confinar a los 17 millones de habitantes de Shenzhen por un brote de covid que el domingo dejó un millar de contagios en solo 24 horas y que amenaza con confinar también a Shanghái.
Es cierto que las autoridades chinas son muy apretadas y siguen a pie juntillas la política de covid cero, pero también es cierto que la pandemia no se ha acabado; que si bien Ómicron ha dejado síntomas más leves, también ha dejado más muertos. En fin, el futuro es francamente incierto.
Y esta situación ha paralizado los movimientos de dinero y las inversiones. Entre que en Melilla dejamos escapar dinero europeo y que la inflación está por las nubes, al final el esfuerzo europeo para facilitar la reconstrucción tras la pandemia se va a quedar en un sueño de grandeza inalcanzable.
Yo he vivido muchas crisis económicas y de todas hemos salimos siempre. El problema es que cuando esa crisis te coge con 20 años, te desarma. Tienes que tomar decisiones difíciles cuando todavía no estás preparado para asumir las consecuencias.
Nuestros jóvenes han vivido la crisis del ladrillo, la pandemia y ahora, la guerra de Ucrania que no sabemos si desembocará en una tercera Guerra Mundial. La grandeza de los ucranianos nos ha conmovido a todos. Muchos de nosotros nos preguntamos si, llegado el momento, seremos capaces de hacer lo que esos ucranianos asentados en España que han vuelto a su país a combatir a los rusos.
En Melilla hemos pasado de sentirnos desamparados en África a sentir el calor cada vez más cercano de la Armada, que en estos momentos tiene tres barcos haciendo ejercicios de adiestramiento avanzado en el Mar de Alborán, el Golfo de Cádiz y Almería.
Son tiempos difíciles pero no podemos perder la cabeza comprando aceite de girasol si no lo necesitamos. Apuesto que todavía hay gente que todavía tiene papel higiénico del que acaparó en el primer confinamiento. Hay que poner los pies en la tierra. Lo que tenga que ser, será, pero si visualizamos la miseria, ella vendrá hacia nosotros.
Hay que cruzar los dedos para que Sánchez esta vez cumpla su palabra y tome medidas para que se estabilicen los precios de la energía y el combustible. Si los camioneros no pararon al principio de la pandemia, cuando se jugaban la vida en la carretera con un virus que nadie sabía cómo se contagiaba, y han decidido parar ahora, la situación tiene que ser grave no, lo siguiente.
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