Abdelmalik El Barkani, delegado del Gobierno en Melilla desde hace poco más de un mes y medio, avisa de que no se dejará presionar por ningún colectivo. Es una advertencia que lanzó ayer y que no viene a ser más que una reiteración de uno de los motivos por los que supuestamente fue elegido para el cargo. No resultaría comprensible y sería difícilmente justificable que el Ejecutivo central hubiera elegido a una persona maleable para representarle en la ciudad. A El Barkani la firmeza en las convicciones y la resistencia frente a las presiones son unas virtudes que se le presuponían cuando llegó a la Delegación del Gobierno y hasta el momento ningún acontecimiento las ha puesto en duda. Sin embargo, la verdadera virtud estará en no permitir que esa resistencia a la persuasión le impida ver el escenario que tiene a su alrededor. Hasta ahora, la actuación de El Barkani se ha caracterizado por la cautela. Se ha reunido con la mayoría de colectivos que vienen reclamando desde hace tiempo soluciones a la Delegación del Gobierno, ha escuchado sus demandas y han acordado juntos un discreto tiempo de espera en el que plantear medidas y llevarlas a cabo. Algunas, como las decisiones entorno al CETI, están dando resultado, ya que su nivel de ocupación ha descendido considerablemente, un hecho que se presenta como un logro de la gestión de El Barkani. Otros proyectos, en cambio, se vienen ejecutando discretamente, sin ‘autoría’ de momento y fuera de los focos de los medios de comunicación. En todos ellos ha sido necesario exponer el problema, plantear medidas y elegir la solución más adecuada en cada caso. Ninguno de esos asuntos se ha resuelto por sí sólo, únicamente manifestando el deseo de que el problema desaparezca. Por ello no tiene mucho sentido limitarse a señalar que el poblado de chabolas de Palma Santa “no tiene razón de ser” o que “no es una buena idea” la protesta de los tunecinos, que siguen el ejemplo de los congoleños que ya están en la península.