Recuerdo perfectamente aquel día de junio de 2019. Era un día histórico, según los pactos fraguados existía la oportunidad de ofrecer a Melilla un cambio en la forma de hacer política después de dos décadas de Imbroda. Todo estaba cerrado en aquella mañana, la solidaridad de CpM y de Mustafa Aberchán posibilitarían un cambio de Gobierno al haber ofrecido la presidencia al huérfano, único diputado de Ciudadanos, Eduardo de Castro.
Eduardo de Castro, a pesar de ser el único representante de su ex partido en la Asamblea y haber obtenido un resultado electoral paupérrimo, había tenido el respaldo de los órganos de decisión de CpM, PSOE y Cs para convertirle, si fuera necesario, en el nuevo presidente de la Ciudad Autónoma.
Pero no todo estaba dicho, el PP había cerrado un acuerdo a nivel nacional con Ciudadanos para cogobernar en todos los territorios en los que fuera posible. ¿Es Eduardo de Castro el primer tránsfuga de España en la presente legislatura? Lo desconozco, pero asumió la obligación moral de ofrecer algo de ilusión a una Ciudad que lloraba semanas antes porque “Melilla se muere”.
Llegaba el día, el primer Pleno de la nueva corporación se celebraba en la mañana del 15 de junio de 2019. Presidía la mesa del pleno Juan José Imbroda y Mohamed Mohand era secretario de edad junto al secretario de la Asamblea, Villoslada. Todo iba según lo previsto. Había intranquilidad por parte de todos los presentes y llegó el momento.
Se realiza la pregunta: ¿presenta candidatura?, Aberchán y Rojas dicen no, Imbroda dice sí, y ¿Eduardo de Castro? Dijo, claramente, sin género de duda: “Uhhh”.
Y solo había que ver las caras de unos y de otros. Nadie sabía qué había pasado. La sorpresa no era menor, “¿Qué ha pasado?”, “¿Qué ha dicho?”, “No, no se ha presentado”.
Comienza la votación, el primer diputado en enunciar su voto fue quién inclinaría el Gobierno de Melilla, el actual consejero de Juventud y Participación Ciudadana, Mohamed Ahmed sin duda y con un tono manifiestamente serio dijo “Eduardo de Castro". En ese momento la sorpresa se trasladó a la bancada de los populares y rápidamente Juan José Imbroda manifestó que no había presentado su candidatura y es en ese momento cuando De Castro a las preguntas de Imbroda responde afirmativamente con un inclinación de cabeza. Ni siquiera en ese momento medió palabra alguna. Pero claro ya se veía de presidente con poco más de mil votos.
Empieza la batalla. El PP ya conocía de la traición y claro, explotó. Es lo normal. Coincidía esa explosión con la felicidad del resto. Se había conseguido, a pesar de los sustos finales. El nerviosismo de Eduardo de Castro era clamoroso, le temblaban las manos y la voz. De hecho, no sabía ni a quién votar para la vicepresidencia de la mesa de la Asamblea. Estaba desubicado. En su interior sabía que acababa de traicionar a su partido pero que iba a ser por carambola del destino, presidente de Melilla.
Y ahora sí, todo estaba por llegar: una sentencia que modificaría la estructura del Gobierno, su expulsión de Ciudadanos y la soledad absoluta en la Asamblea, la pandemia de la Covid-19, su enfrentamiento contra todos y todo. Es normal, se trata de un presidente que nunca ha presidido en tanto que nunca debió ser presidente.
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