El comienzo de la segunda década del siglo en España nos ha traído cambios educativos importantes: primero, una nueva ley de Educación no universitaria, la conocida como LOMLOE. Hace solo unos días, una nueva ley de organización del sistema universitario, la LOSU. En este escenario, los grados universitarios vigentes deben actualizarse para ajustarse al nuevo panorama.
Una de las primeras propuestas ha partido del Ministerio de Universidades, que ha elaborado un proyecto de orden que modifica la formación inicial del profesorado de Educación Primaria. Un proyecto que, desde el Departamento de Didáctica de la Matemática de la Universidad de Granada, tiene una fundamentación débil, nace con ausencia de consenso, manifiesta poca conexión con la actual ley de educación no universitaria y propone una llamativa reducción de la formación en matemáticas (y lengua, ciencias naturales, sociales, educación plástica, …) que recibirían los estudiantes del grado si finalmente se aprueba este proyecto, lo que afectaría directamente en el desarrollo de las competencias clave de la futura ciudadanía.
La adaptación que en 2007 se realizó al Plan Bolonia nos dejó unos planes de estudios de formación de maestras y maestros de consenso entre los colectivos implicados. Estos planes, que llevan funcionando en la Universidad de Granada desde 2010, se han evaluado con regularidad y se han detectado en ellos puntos fuertes y débiles pero, en ningún caso, se han detectado problemas tan graves que sugieran una sustitución radical por unos nuevos.
La obligada actualización del grado de Educación Primaria debe partir del diagnóstico sereno, serio y científico de los planes de estudio actuales y nunca de propuestas ocurrentes o de programas descartados en el siglo pasado.
El proceso de elaboración, por su parte, debe ser público, transparente, justificado y contar con diversidad de agentes sociales involucrados en la Educación Primaria: facultades de Educación, departamentos de dichas facultades, maestras y maestros en ejercicio, estudiantes, …
La propuesta que presenta el Ministerio de Universidades parece irreconciliable con la recién aprobada LOMLOE y los documentos que la desarrollan. El 17% de las horas de clase en el colegio se dedica a las matemáticas pero los futuros docentes sólo recibirían el 2,5% de su formación en matemáticas y su didáctica. Y no solo ocurre con matemáticas; conocimiento del medio natural, social y cultural, educación artística o lengua castellana están en una situación similar, esto es, se enseñan en el colegio, pero los docentes no las estudian.
Los maestros y maestras dedican la mayoría de su tiempo a enseñar materias generalistas, pero este proyecto de orden no contempla más que una dedicación superficial a estas materias y sus particularidades didácticas.
Por otro lado, las competencias clave que los ciudadanos deben desarrollar en su período escolar como, por ejemplo, la competencia STEM (acrónimo de ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas) y que vertebran el currículo escolar brillan por su ausencia en el proyecto, evidenciando una desconexión entre la formación escolar y la formación de los profesionales docentes, como si formar a ciudadanos competentes no requiriera un profesorado que dominara dichas competencias clave.
La investigación en educación matemática también ha puesto de manifiesto en repetidas ocasiones el problema de las actitudes negativas de los escolares ante las matemáticas y cómo se ven influenciadas por las actitudes adversas del profesorado. La dinámica negativa se perpetuará si no conseguimos que los estudiantes de grado, que serán los futuros docentes, modifiquen estas actitudes antes de hacerse cargo de la docencia con un grupo de estudiantes de Primaria.
Los miembros del departamento de Didáctica de la Matemática, como muchas otras personas y colectivos preocupados por la formación de los maestros y maestras del futuro, defendemos que deben recibir una formación sólida y adaptada a los retos competenciales del siglo XXI, que solo pueden proporcionar los profesionales de las didácticas específicas de las diferentes Facultades de Educación.
Esta formación debe incluir, por supuesto, conocimiento del contenido matemático que van a enseñar y de su didáctica pero, además, les debe ayudar a un desarrollo superior de las competencias clave que luego deben trabajar con sus estudiantes.
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