EL pasado 10 de abril el buque Galicia de la Armada se marchó de Melilla en dirección a Ceuta con la promesa de que regresaría si las cosas empeoraban en nuestra ciudad. Pues bien, llevamos un mes terrible, de mucha presión hospitalaria y no está ni se le espera.
El presidente de la Ciudad, Eduardo de Castro, ha pedido que venga el barco hospital; el súperconsejero de Salud Pública, Mohamed Mohand, también lo ha solicitado; el líder de CpM, Mustafa Aberchán, ha dicho en una entrevista concedida a El Faro que ya debería estar aquí. Sin embargo, el barco no viene porque para que eso ocurra, el Ministerio de Sanidad tiene que pedirlo. ¿Por qué no lo hace?
Estamos todos de acuerdo en que el Ingesa es la encarnación de Salvador Illa en Melilla y que la Delegación del Gobierno es el intermediario entre los melillenses y el Ejecutivo central y sus ministerios. Puede que existan respuestas infinitas a la pregunta de por qué el buque de la Armada no ha venido en auxilio de la UCI del Hospital Comarcal pese a que la tenemos por encima del 70% de ocupación. ¿Es que sale más económico trasladar pacientes y familias a Almería?
En efecto, puede haber infinidad de motivos para explicar que no haya venido, pero a mí sólo se me ocurren tres. El primero de ellos es que somos unos ineptos y no lo hemos pedido. El segundo, es que lo hemos pedido y han pasado de nosotros porque somos unos ineptos y no somos de fiar. Prueba de ello son los datos falsos que estamos dando la COVID 19 desde el mes de julio. El tercer motivo podría ser que no queremos enfadar a Marruecos con la presencia de un barco militar en nuestro puerto porque en estos momentos no conviene tensar más la cuerda.
En ese caso somos, ni más ni menos, moneda de cambio. Da igual si nuestra gente se muere o si nuestros médicos y enfermeras tienen que soportar una presión sin igual en un hospital que hace años se nos quedó pequeño. Tendremos que arreglárnoslas solos porque el Ministerio de Sanidad no está moviendo un solo dedo para ponérnoslo fácil.
Aberchán lo decía en El Faro, estamos afrontando una situación extremadamente difícil sin apenas competencias. No las tenemos ni en Educación ni en Sanidad, pero nadie reclama responsabilidades a Madrid ni a sus representantes en la ciudad. Ni Delegación del Gobierno ni Ingesa se han llevado un solo tirón de orejas. Nadie les pide explicaciones. Nos toman por tontos.
En el caso de Educación, nos ha venido bien la dependencia de Madrid, al menos este curso. Nunca antes habían llegado tantos millones a Melilla. No creo en las casualidades. Dios ayuda, pero el milagro lo hacen los hombres y mujeres que dan pico y pala a diario. Algo se habrá hecho bien desde la Consejería y la Dirección general.
Pero en Sanidad, no hay perdón de Dios. Llevamos años diciendo que depender de Madrid es un lastre. En plena pandemia no hemos visto las ventajas de ser un apéndice del Estado. Éramos y seguimos siendo una ciudad que se ha convertido en una de las pocas de España en las que la gente prefiere la atención privada a la pública. Yo he probado las dos y no me gusta ninguna. No están a la altura de las del resto del país. La pública de Melilla es sencillamente infame. No hay por dónde cogerla.
Hay mucho por lo que luchar en esta ciudad, pero mientras no seamos económicamente sostenibles no deberíamos pedir más competencias. Es de sentido común. Una cuestión de decencia.
Sabemos que estamos al borde del colapso económico, pero lo que no sabíamos es que podemos estar peor. Nos habíamos encomendando a la llegada de los fondos de recuperación que la Unión Europea asignó a España para paliar los efectos del coronavirus y ayer supimos que Hungría y Polonia han bloqueado la aprobación de ese presupuesto en respuesta a la cláusula pactada para que los países que se alejen del Estado de Derecho y pongan en riesgo la democracia interna puedan acceder a ese dinero. Es, como hemos comentado en esta Jabalina, una velada advertencia al auge del populismo ultraderechista, conservador y nacionalista en estos dos países.
Hay que contar con que ese dinero no llegará de forma inmediata. Ese auxilio está en stand by y hay que hacerse a la idea de que tendremos que echar hacia adelante con lo que tenemos. Que no es poco. Ya querrían los hosteleros de muchas comunidades españolas ayudas como las que están recibiendo los nuestros. Excepto en Murcia, donde están dando de 3.000 a 10.000 euros por barba, en el resto, con suerte, reciben migajas. Pero claro, como no podemos salir de la ciudad porque sólo hay barcos los miércoles, jueves y viernes, no nos enteramos de que afuera hace mucho frío.
Es legítimo protestar y reclamar la reapertura de los bares y restaurantes, pero hay que tener en cuenta que no es un ensañamiento particular con Melilla. La hostelería española, toda, sin excepción, está sufriendo el mayor ataque de la historia reciente, pero en nuestro caso, ahí están los números. Aquí han bajado los contagios con el toque de queda y el cierre de locales. Los números no son de fiar, pero ahí están. En todo caso, confiamos en que la pandemia nos dé un respiro y respete la campaña y las celebraciones navideñas. No serán como las del año pasado, pero si Dios quiere, serán.
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