Uno de los desafíos más relevante y al mismo tiempo más coherente con la condición de gobernante democrático que tiene ante sí un responsable político con competencias ejecutivas, es el de gobernar para todos los ciudadanos, con independencia de que compartan con él ideología, percepciones o incluso proyectos políticos o sociales.
Un gobernante democrático debería de ser muy consciente de que cuando es elegido por un sector de la población para gobernar, lo es para gobernar la sociedad al completo, trabajando por su mejora y no para imponer sus criterios al electorado que no le ha elegido. Es cierto que su percepción de la realidad condiciona su disposición anímica a afrontar el proceso de sus decisiones desde una determinada perspectiva, pero no lo es menos que el objeto administrado, la sociedad, no le pertenece al modo al que se consideraba en la época de los absolutismos ni pertenece al sector ideológico que le ha elegido, que, es, por definición democrática, mayoritario sólo de manera coyuntural.
Vivimos en esta legislatura, tanto en Melilla como a nivel nacional, una suerte de corrupción del sistema democrático consistente en interpretar que aquél que ostenta temporalmente las responsabilidades de Gobierno se encuentra investido de un modelo de autoridad que le permite desoír e incluso despreciar a la oposición que, le guste o no, representa a ciudadanos con derechos y con derecho a que sus criterios y preferencias sean atendidos.
Es penoso escuchar en el debate político cómo se menosprecia y minusvalora al que no acumula mayorías para hacer valer sus puntos de vista, lo cual, en el modelo cainita de democracia que padecemos, le convierte de oposición al Gobierno en víctima del Gobierno. El respeto al discrepante es una asignatura pendiente a la que nos deberíamos dedicar con ahínco. De no hacerlo, corremos el peligro de transformar nuestra democracia en una alternancia de despotismos, si es que no se ha convertido ya en ello.
El Presidente del Gobierno no cesa de repetir: “unidad, unidad, unidad”, dando la impresión a la oposición de que lo que pretende decir en realidad es: “obedeced, obedeced, obedeced”, o lo que es peor “rendíos, rendíos, rendíos”. Debería de ser más capaz de aceptar que la oposición tiene su propia perspectiva de la realidad, que, por definición, no tiene por qué coincidir con la suya y de hecho, lo normal, es que no lo haga. Para eso es la oposición. Si no, serían solamente los perdedores de las elecciones, que, al parecer, es lo que le gusta creer a la clase que actualmente ocupa el poder ejecutivo en Melilla y en Madrid. Cainismo puro. Por ahí, no vamos bien.
Esta semana se ha hablado mucho en Melilla del Plan Estratégico 2020-2029 y de si se habían tenido en cuenta las propuestas de la oposición o no. Yo creo, modestamente, que contar para una de las ponencias con un alcalde del Partido Popular, como ha argumentado la Sra. Vicepresidenta del Gobierno de la Ciudad, después de haber desestimado sin explicaciones el proyecto de ampliación del Puerto Comercial, el Proyecto de instalación de una gran infraestructura hotelera en el Acuartelamiento Primo de Rivera, el proyecto de pantalán para el atraque de cruceros, el proyecto de ampliación del Campus de la Universidad de Granada en el antiguo edificio de Correos, al tiempo que se anota el tanto de la reapertura de las obras del Hospital Universitario (recomenzadas bajo un nuevo proyecto, éste sí realizable, en noviembre de 2017, con el Partido Popular en el Gobierno), el Instituto del Jardín Valenciano o el Colegio Gabriel de Morales, no son más que manifestaciones de lo que vengo a decir. Lo que procede de la oposición hay que ponerlo en cuarentena y cuestionarlo, no vaya a ser que le vayamos a dar la razón en algo.
Aún recuerdo la desestimación por el PSOE en el Congreso de los Diputados de la propuesta del Partido Popular para constituir una Comisión Interministerial que permitiese emitir un diagnóstico multidisciplinar de los múltiples y variados problemas que afectan a la sostenibilidad de nuestra ciudad, sustituida un mes más tarde por una ponencia en el Senado con los mismos fines, propuesta por el PSOE y a la que el PP prestó su colaboración y su voto afirmativo.
En fin, se trata de trabajar todos juntos por la mejora de las condiciones de vida de los españoles en todas los rincones de nuestra querida y gran nación y de aportar lo mejor de cada uno mismo para que eso sea posible.
Las propuestas constructivas hay que escucharlas, vengan de donde vengan, las destructivas hay que ponerlas en cuarentena exactamente igual, vengan de donde vengan. Y sobre todo, sobre todo, para un gobernante democrático, si realmente lo es, es bueno escuchar a la oposición.
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