Este fin de semana, la Confederación de Empresarios de Melilla (CEME) lanzó una carta abierta a la asociación empresarial Pymes Melilla para invitarla a volver al seno de la patronal local, de donde algunos de sus integrantes salieron tras perder en justa lid las elecciones.
Como era de esperar, Pymes Melilla rehusó la invitación y tendió la mano a la CEME para que se sume a ellos. O sea, estamos donde estábamos sin avances a la vista.
Según explica CEME, Pymes Melilla no ha logrado entrar en Cepyme porque la CEME ya está en Cepyme en representación de los empresarios de Melilla. Además, critica que la organización que preside Francis Serón no sea una confederación como la CEME sino una organización a la que pertenecen organizaciones y empresas sueltas que no comulgan con la actuación de la CEME.
No hay que olvidar que muchos de los que hoy están al frente de la CEME crearon hace unos años, de forma paralela, la Plataforma de Empresarios de Melilla porque no comulgaban con la presidencia de Margarita López Armendáriz, sobre cuyos hombros pesa la desaparición de la Cámara de Comercio de Melilla.
Con el ánimo de recuperar esa entidad, la Ciudad Autónoma incluyó en los presupuestos de este año una partida de 80.000 euros para que la CEME ejerza las funciones de la difunta Cámara de Comercio de Melilla.
A juzgar por el cruce de cartas, vamos a seguir adelante con dos organizaciones empresariales en Melilla separadas, en mi opinión, por las afinidades ideológicas más que por la idea común de construir una Melilla mejor, con un interlocutor único ante los poderes políticos.
Esto me recuerda a una joven política murciana, extremadamente ambiciosa, que se daba golpes de pecho diciendo que a ella le gustaba trabajar en equipo. No mentía. Le encantaba trabajar en equipo siempre que el equipo lo dirigiera ella. Hoy, por cierto, es un cadáver político. Aquí pasa algo más o menos parecido.
Lo ideal en un momento tan delicado para la economía local como el que atraviesa en estos momentos nuestra ciudad, sería tener a todos los empresarios juntos en el mismo barco pensando más en lo que los une, que en lo que les separa. Pero no es el caso y hay que vivir con ello.
En Melilla somos pocos, pero todos quieren mandar y así nos va. Argelia nos ha declarado la guerra comercial y eso echa por tierra los planes de abrir una ruta Melilla-Ghazaouet, que nos pueda servir de alternativa ante futuras crisis con Marruecos. Pero de eso no se habla en esta ciudad.
Aquí estamos enzarzados en una batalla crónica por el poder porque no tenemos en cuenta que a las elecciones se va a ganar o a perder y cuando se pierde hay que saber perder. Lo mismo al revés. Cuando se gana, hay que saber ganar, ser generoso e integrar a los perdedores.
Eso en política funciona mejor que apartar a los perdedores. Los que lo han hecho, saben que eso les debilita. En cuanto repartes trigo, se olvidan las afinidades pretéritas. Al enemigo, mientras más cerca, mejor controlado lo tienes.
El caso es que los ciudadanos asistimos a este intercambio público de correspondencia entre nuestros representantes empresariales con los ojos abiertos como platos vacíos. La inflación no nos deja ni pestañear y la reapertura de la frontera no está rebajando los precios, como esperábamos todos.
A estas alturas más de uno duda de las supuestas bondades de reabrir la frontera sólo para personas, porque nos hemos olvidado de que urgía priorizar el intercambio de mercancías que dé un respiro al sector empresarial.
Tenemos ahora dos entidades empresariales y los ciudadanos no tenemos claro para que sirve una duplicidad que es legítima, pero que en la práctica no es capaz de trasladar sus diferencias.
Se reúnen unos y otros con los políticos, pero ni abre la aduana, ni mejora el transporte, ni se normaliza el tráfico fronterizo. Ya se ha ido la primera mitad del año y tenemos 65 empresas cerradas en el centro y los carteles de "Se vende" o "Se alquila" invaden la ciudad.
Conozco a una chica que se marchó de Melilla en los años 90 y ha regresado ahora. Le sorprende que en estos momentos se hable tanto de Marruecos como un peligro que ella no recuerda que existiera antes al menos de forma tan latente. Ha vuelto con un buen trabajo, pero le da miedo comprarse una casa en la ciudad "por lo que pueda pasar".
Ese nivel de desconfianza no es bueno para la inversión. El dinero huye de la inseguridad y hay que trabajar mucho en nuestra identidad porque da la impresión de que en esta ciudad mucha gente solo está de paso y por eso se gasta su dinero fuera y sólo piensa en salir los fines de semana de aquí. Así es muy difícil construir el futuro.
Por tanto, más empleo público no parece ser la solución a nuestros problemas estructurales. Es cierto que es empleo de calidad, pero no hacemos nada si quienes ocupan esos puestos vienen a coger el dinero y a huir. Por tanto, son nuestras empresas las que pueden hacer ciudad y hay que trabajar para que esa ciudad que pueden hacer sea cada vez más europea y menos tercermundista.
Eso es lo que le preocupa a la gente a pie de calle. En cualquier cola se habla de la subida de los precios; de la luz; de lo caro que está todo en Melilla o de los jóvenes que se marchan a Alemania y Bélgica a trabajar. Por ahí van los tiros.
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