El Gobierno ha convocado este martes las elecciones municipales y a las asambleas de Melilla y Ceuta, del próximo 28 de mayo. Según el calendario marcado, el Martes Santo, 4 de abril, el Boletín Oficial del Estado publicará el Real Decreto que formalmente llama a votar el último domingo de mayo.
En Melilla llevamos tiempo en precampaña electoral, pese a que oficialmente no empezará hasta la tradicional pegada de carteles prevista para la medianoche del 12 de mayo. Sin embargo, en los últimos días, no damos abasto para asimilar la lluvia de proyectos espectaculares que nos venden nuestros políticos.
Nos tienen a todos abrumados. Sobre todo, porque a uno, como votante, se le queda un mal sabor de boca pensando en que ojalá se hubieran hecho todos estos proyectos en los cuatro años de legislatura que estamos a punto de cerrar. Somos muchos, cada vez más, los que vemos el cebo, y dudamos si lo que estamos viendo es cosa de la inteligencia artificial, tan de moda este año.
Recuerdo en febrero de 2004, la colocación de lo que yo pensaba que era la primera piedra del trasvase del Ebro, aunque el tiempo luego me demostró que en realidad estábamos ante la primera, la única y la última piedra que se puso en ese proyecto.
El expresidente José María Aznar celebró el acto en Huércal-Overa, Almería, y allí anunció que esa misma semana se iban a licitar todas las obras para que el Plan Hidrológico Nacional entrara en servicio lo antes posible. Luego perdió las elecciones el 14 de marzo, apenas un mes después, y José Luis Rodríguez Zapatero derogó el Plan Hidrológico Nacional en abril de ese año.
Nunca más se supo de tamaña infraestructura, que jamás habría conseguido financiación europea. Pero en su día la primera piedra se llevó todas las portadas de los periódicos. Lo cuento ahora, no con el ánimo de sacar los colores a nadie, sino porque pretendo entender por qué los políticos creen que ante este tipo de espectáculos pirotécnicos y decepcionantes, los ciudadanos somos capaces de picar irremediablemente cada cuatro años. Quizás aquí esté la explicación de una parte del descrédito que rodea a la política en nuestro país.
Ahora mismo nos están vendiendo proyectos cuyos plazos de ejecución superan el 28 de mayo. Incluso algunos sólo tienen el anteproyecto y plazos de ejecución que se van a dos, tres, cuatro y seis años en un futuro que al menos a mí se me antoja lejísimo.
¿Qué pasa si, como apuntan las últimas encuestas, cambia el Gobierno del cambio en Melilla? ¿Adónde creen que irán a parar todos estos proyectos? Exacto: a un cajón junto con todo el dinero que ha costado su diseño.
Que conste que esto no es un problema de un solo partido. Vale para todos los que aprovechan el período preelectoral para vendernos lo que quizás nunca lleguen a hacer, ni siquiera si las urnas les sonríen y logran mantenerse en el Gobierno. Lo sabemos con el eterno proyecto de ampliar el Puerto de Melilla.
Ahí está también el ejemplo del nuevo Hospital Universitario. Ya están las obras listas, pero no se inaugurarán (si se inauguran) hasta después de verano. Y digo si se inauguran porque equipar un hospital con maquinaria puntera y, además, con una plantilla adecuada, cuesta millones que no han sido incluidos en los Presupuestos Generales del Estado para este año, que como todos sabemos, es inferior al del 2022.
No tenemos ni para reforzar las plantillas del Comarcal y contentar a los médicos de Melilla, en huelga desde el 9 de marzo. ¿Cómo vamos a tener para echar a funcionar un nuevo hospital?
También es difícil entender cómo es posible que en una ciudad como Melilla, donde la sanidad pública tiene unos niveles de precariedad más propios de la España vaciada que de una ciudad que pretende ser la puerta de entrada de Europa a África, nos podamos permitir cancelar las consultas de 500 pacientes durante 9 jornadas de huelga sin que el director territorial del Ingesa, Omar Haouari, dé la cara, ni siquiera para explicar qué soluciones está buscando para devolver la normalidad a un servicio público esencial en este país y en esta ciudad.
Lejos de eso, el Ingesa habla solo de entre 7 y 14 consultas suspendidas, en referencia a las especialidades afectadas por la huelga. Así, supongo que creen que canta menos. Pero cada uno de los entre 400 y 500 pacientes que pierden la consulta con el especialista que llevaban meses esperando sabrán que la cosa es más grave de lo que nos cuentan.
La Delegación del Gobierno se mostró la semana pasada en disposición de mediar en el conflicto de los médicos y el Ingesa, pero no entendemos bien a qué se refería cuando hablaba de "interlocución", si a recibir a los médicos en un despacho para que le lloren sus penas o a llamar a Madrid y ponerse las pilas para buscar una salida necesaria y urgente que acabe cuanto antes con la cancelación de hasta ahora, casi 3.000 consultas e intervenciones quirúrgicas en Melilla.
Esta huelga, desde luego, dejará listas de espera interminables y eso asusta, porque hay gente que se hace un esguince y le dan cita con el traumatólogo para dentro de dos meses, pese a que un esguince con reposo se alivia más o menos en una semana. O gente que lleva casi un año a la espera de un holter de corazón. En fin, no está la cosa para que ningún cargo público se atrinchere en su despacho.
Hay que buscar una solución urgente a este conflicto que ha dejado tirado por medio la ministra Carolinas Daria que, cómo no, se ha puesto en modo campaña electoral para intentar ganar las elecciones en Canarias.
En Melilla no podemos permitirnos que se nos eternice el paro de los médicos, como ha ocurrido con la huelga de letrados, que ha dejado un atasco monumental en los juzgados hasta que finalmente el Gobierno accedió a pagarles 450 euros más por el sobreesfuerzo que venían haciendo desde que asumieron más funciones, sin que eso repercutiera en la nómina.
Hay que sentarse a negociar con los médicos porque salen de una pandemia durísima, que ha mermado nuestros recursos. Estos profesionales que están en huelga son los mismos a los que en 2020 les dimos la Medalla de Oro de la Ciudad por haber estado en primera línea de batalla contra el coronavirus. Ahora, que la pandemia ya está bajo control, hay que desembolsar ese dinero que no nos duele desembolsar para pagar gobiernos voluminosos y sueldos que dan vértigo.
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