Con el pie cambiado

El coronavirus ha venido a demostrarnos lo que muchos ya sabíamos, que la Educación en Melilla no cumple con los mínimos de calidad exigibles en este país. Hemos tenido años para ponernos al día, pero siempre había cosas más urgentes que resolver. Pues bien, ahora tenemos un problema.

No sabemos a ciencia cierta si en España estamos ante una segunda ola de la Covid. En Melilla, por suerte, las cosas van razonablemente bien, pero pueden empeorar de un día para otro. El hecho de que seamos una de las autonomías donde menos casos se han registrado nos coloca en la parrilla de salida de los territorios con más papeletas para contar nuevos positivos.

El caso es que septiembre está a la vuelta de la esquina y justo nosotros, que dependemos del Ministerio de Educación, no podemos cumplir con los requisitos sanitarios recomendados para evitar la propagación del coronavirus en las aulas.

Leo las opciones que tenemos y me dan vértigo. Que si dividir las clases por grupos para que haya alumnos que asistan a clases presenciales lunes, miércoles y viernes en una semana y martes y jueves en la otra; que si tener clases divididas en grupos de 8:30 a 11:30 y de 12:00 a 15:00 horas…

Tenemos un problema mayúsculo como en muchas esferas de la vida política, económica y social de esta ciudad. No podemos permitirnos clases con 15 o 20 niños, manteniendo distancias de seguridad porque sencillamente tenemos el doble de alumnos en las aulas y los profesores son los que hay.

Llevamos años denunciando las altas ratios de estudiantes en Melilla y aquí hasta los juzgados rechazaron que fuera un delito. ¿Ahora qué hacemos?

El derecho a la Educación está consagrado en nuestra Constitución, pero el coronavirus lo pone en entredicho en esta ciudad y en este país. De un día para otro tenemos que improvisar clases semipresenciales, con un alumnado que no está preparado para aprender a través de una pantalla, bien porque no tiene recursos tecnológicos, bien porque las condiciones de su casa no le permiten tener un rincón de tranquilidad para centrarse en clase.

Las familias numerosas son, desde luego, las grandes perdedoras de esta crisis. ¿De verdad creen que en una casa con cuatro niños hay cuatro ordenadores para cada uno de ellos? ¿Cómo se organizan quienes viven en espacios reducidos? ¿Y los que no tienen conexión a Internet? Hay gente que no tiene trabajo; que se las ve y se las desea para comer a diario. ¿Cómo vamos a pedirles a esas familias que saquen para mascarillas, para ordenadores o para conectarse a la red?

Hace mucho tiempo que los expertos vienen advirtiendo de que la tecnología y el acceso a la información son aspectos determinantes en la renta y la calidad de vida. Pues bien, ha llegado el momento de confirmarlo. Quienes no puedan seguir el ritmo de las clases online, se quedarán atrás. Previsiblemente las tasas de fracaso escolar irán a peor en una ciudad donde ya son preocupantes.

No podemos hacer como que no pasa nada. Está pasando y para buscar soluciones a un problema es imprescindible, en primer lugar, reconocer que lo tenemos.

En la península, muchas familias empiezan a llenar la despensa por si viene un nuevo confinamiento que quizás no sea un cierre total del país, pero que sí contemple cierres por zonas. Lo estamos viendo ya en Galicia, Cataluña o Murcia, donde hay municipios que han vuelto a la Fase 1.

Es verdad que con la frontera terrestre cerrada se minimizan los contagios, pero no hay que olvidar que tenemos las aéreas y marítima abiertas y que el virus puede llegarnos en avión o por barco.

Tenemos que estar preparados y asumir que el inicio del curso escolar no va a ser pan comido. La salud de nuestros hijos está en juego. Ningún responsable político de esta ciudad puede asegurarnos que no habrá brotes en las aulas, donde hasta ahora los niños estaban hacinados como piojos en costura.

El coronavirus exige distancias de seguridad que no podemos permitirnos en los colegios e institutos de nuestra ciudad. Vamos camino de ampliar la brecha entre ricos y pobres y lo que es peor, habrá una brecha increíble incluso dentro de la escuálida clase media. Entre las familias con hijo único y numerosas; entre pobres y pobres.

Quienes hoy tienen que tomar decisiones en materia de Educación tienen uno de los mayores retos de la democracia. Los padres y madres de alumnos; los sindicatos y los docentes necesitamos respuestas. Sabemos que no es fácil tomar una decisión, pero necesitamos saber qué pasará en septiembre. No estamos pidiendo milagros: pedimos alternativas.

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