Singularmente, cuando se niega o confunde, es de las cargas que más cansa portar siempre que se tenga, al menos, un mínimo de principios. Es el pasado, el real, con todo su contenido, el que se acepta o se debe aceptar y no se puede cambiar. Aquello que ayuda a obrar en el presente y no renunciar a un futuro honesto.
Tampoco es el pasado aquél que induzca a esa negativa actitud de vivir en él o intentar revivirlo por un interés no siempre manifiesto y que suele acabar llevando al fracaso, al naufragio. Ese interés que tanto aboca a la memoria selectiva y que desemboca con frecuencia en la ingratitud y que tiene como uno de sus ingredientes preferidos la estulticia, que le abona.
Suele haber mucho de egoísmo y de injusticia también a la hora de saber recordar, reconocer y por ello agradecer donde hubo asideros en momentos de tribulación en los que sentidos y racionalidad, cuando no las fuerzas, tienden a tropezar y flaquear. Hay quienes, en su vuelo alto(a veces tal como Ícaro) y alejado del suelo que antes pisaron, se esfuerzan en olvidar y hacer olvidar.
A la hora de llevar el peso del pasado, como un lastre positivo, quizás falte la sutileza necesaria para ni llegar a hacer bandera de combate perpetuo de la memoria ni tampoco pozo al vacío. Baste con engendrar o engrasar la razón, esa que no olvida pero también perdona y no se paraliza; la que hace enmendar sin descartar, induce avanzar. Territorios que fueron hostiles, al recordar el pretérito con objetividad, impulsan la ingeniería humanística del trazo de puentes que un día (o actual) ni se quisieron y puede ni llegaran a verse y si se vieron, la intención (tan solo ella), fue dinamitada. La venganza es hija de la futilidad.
La debilidad de la memoria que tuerce (o retuerce) el pretérito, aún pese a ser por vocación sobre todo política, alcanza la diversidad de circunstancias de la relación humana. La política, como se ha dicho, con las instituciones de por medio, la amistad o la empresa sufren de algunos males que asientan esa flaqueza, como el ‘adanismo’, tan presente en el ego desmedido y desde donde parten afluentes como la soberbia, el desprecio o incluso el odio o la negación por principio.
En estos días, viene el caso un asunto mayor y que ha condicionado toda una campaña electoral, la vasca, y con consecuencias. Además de abrir cicatrices, el no llamar por su nombre aquello que segó la vida y marcó la existencia de tantas personas, el terrorismo de una banda que, además de armada, fue criminal, recuerda como el pasado puede ser de uso divisorio más que de edificación del encuentro. Quizás, a determinadas conciencias les falte aún rodaje y terapia y le sobren intereses partidistas.
Pero la memoria es terca, está llena de nombres, de aciertos y errores, de virtudes y defectos, de equilibrio cuando es respetada. Cuando se le niega o cercena, se vuelve rebelde, por justa y con causa. Todos seremos olvido, pero al peso del pasado, con todos sus hechos, se le debe acato. Quien o quienes son injustos con él, podrán incluso triunfar, pero difícilmente convencerán más alá de su espacio ideológico o partidario y los beneficios o beneficiarios de ellos.
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