De Galicia al Mediterráneo
Si vemos la imagen de una colonia de percebes (Pollicipes pollicipes) tapizando las rocas de la costa mientras las olas baten sobre ellas y nos preguntan dónde creemos que se tomó, la respuesta más recurrente siempre será la costa gallega. Este crustáceo, que muchos confunden con un molusco sin serlo, tiene fama internacional gracias en gran parte a la explotación de este recurso en Galicia desde tiempos inmemoriales. De hecho, la calidad gastronómica de los percebes provenientes de la costa gallega sigue siendo considerada en la actualidad una de las mejores del mundo. Todo esto hace que relacionemos esta especie con Galicia, y en menor medida con la costa cantábrica, y que resulte chocante su presencia en las soleadas y calmas costas mediterráneas.
Pero el hecho es que el percebe es una especie presente en el Mediterráneo e incluso abundante en algunos puntos muy concretos de su costa, aunque ciertamente son lugares próximos al estrecho de Gibraltar, con clara influencia atlántica y con unas condiciones ecológicas similares a las que encuentran los percebes en el Atlántico, como aguas fuertemente batidas por las olas y corrientes frías y cargadas de alimento. Esto evidencia la vocación atlántica de esta especie, e indica que evolucionó y se especializó en los acantilados de este océano, y que sólo con posterioridad algunos ejemplares penetraron por el estrecho para instalarse en puntos donde las condiciones ecológicas coincidieran con su alta especialización.
Vivir de las olas
Los percebes son, de hecho, un ejemplo muy bueno de especialización de una especie para adaptarse a un medio concreto Su anatomía es el resultado de múltiples transformaciones evolutivas que han conseguido que los percebes sobrevivan e incluso formen colonias en las rocas más batidas de los mares más bravíos, justo el lugar que se nos antoja menos indicado para que se asiente ningún ser vivo. Las partículas de las que se alimenta están en suspensión en el agua de las olas que chocan contra ellos. Las capturan filtrándolas con unos peines o “cirros” que agitan una vez que la ola ya ha impactado y está en retirada, pues hacerlo en el momento del impacto de la ola sería peligroso para estos delicados órganos. Tanto los cirros como el aparato bucal, el respiratorio y el sexual están protegidos de los embates del mar por unas placas calcáreas semejantes a uñas, que ocupan aproximadamente la mitad del cuerpo del percebe. La otra mitad corresponde al pedúnculo carnoso que los mantiene unidos a las rocas, formado por varios haces de músculos y un tejido epitelial oscuro y muy fuerte que los envuelve y protege. Son estos músculos la parte comestible de este animal, y su sabor a mar es el que los ha convertido en una exquisitez lejos del alcance de muchos bolsillos.
Cirrípedos: percebes y balanos
Los cirros con los que se alimentan los percebes son un invento evolutivo que caracteriza y da nombre a todos los Cirrípedos, entre los que se encuentran también los balanos o bellotas de mar, más conocidos en Melilla por el nombre genérico de “escaramujo”. Los balanos son mucho más abundantes que los percebes en las costas de Melilla, y no faltan en prácticamente ninguna de las rocas de nuestro litoral, incluidas las más accesibles. Por esta accesibilidad nos ofrecen una buena oportunidad para ver estos órganos tan curiosos que comparten con los percebes, los cirros, en acción mientras buscan alimento después de un golpe de mar, una curiosidad que no dejará indiferente a nadie.
Percebes en el arrecife
Para observar los percebes en Melilla tendremos que irnos a la costa norte, la única que reúne las condiciones ecológicas propicias para esta especie. Es en las rocas calizas más duras, las procedentes del antiguo arrecife coralino que cercaba la zona sur y este de la península de Tres Forcas, donde se encuentran estas pocas colonias, esparcidas en puntos donde el mar bate con más intensidad, formando una especie de alfiletero oscuro en el que destaca la claridad de sus uñas calcáreas. No nos lo pondrán fácil para observarlos con detalle, precisamente por ubicarse en las zonas más inhóspitas de los acantilados, pero merece la pena prestarles atención mientras reciben el impacto de las olas y aprovechan para agitar sus cirros encarnados y guardarlos posteriormente en su “estuche” calcáreo hasta la próxima ola. La escasez de esta especie tan interesante en Melilla y su presencia en la costa norte de la ciudad son motivos más que suficientes para proteger como es debido ese entorno, que hoy día está sufriendo un deterioro ambiental a consecuencia de las basuras que abandonan los usuarios en sus rocas como nunca antes se había visto.