Ya hay expertos hablando de la posibilidad real de una tercera ola de la COVID 19 en los meses de enero-febrero, que tradicionalmente han sido de mucha gripe en nuestro país. Cuando escuchamos eso se nos cae el mundo encima. Encendemos cualquier telediario o revisamos la prensa local y vemos que las cifras de contagios por cada 100.000 habitantes son estremecedoras en Melilla: lideramos la lista nacional de nuevos positivos en España. Tenemos casi el mismo número de casos acumulados que Cuba, un país con 11 millones de habitantes. Todos sabemos cómo hemos llegado hasta aquí.
Del otro lado de la frontera nos llegan noticias de contagios en Nador y un par de positivos en Farhana, a los que todos los vecinos tienen el ojo echado. Allí la gente no sale de casa, pero les preocupa de verdad que hayan muerto diez personas en una sola semana en nuestra ciudad.
Lo lamentan sinceramente no sólo porque los trabajadores transfronterizos llevan ocho meses sin trabajo y sin ingresos y esto parece que va para largo sino porque Melilla y Nador son de un pájaro las dos alas. No importan las pretensiones del Gobierno de Rabat y su objetivo de asfixiarnos. A los vecinos de uno y otro lado nos unen siglos de historia y buena vecindad. No nos quepa la menor duda de que ellos, los marroquíes de a pie, están preocupados por nosotros. Pero, sobre todo, están alarmados por la expansión descontrolada de la pandemia. Lo que es malo para Melilla, es terrible para Nador. Cuando a nosotros nos va bien, le va bien a todos.
Tienen motivos suficientes para el sobresalto. En la ciudad empezamos la semana con 1.200 contagios y ya vamos por 1.800. Lo peor es que nos llegan noticias de personas conocidas, de amigos que han dado positivo. Cuando la pandemia nos toca de cerca, empezamos a creer en ella.
El anuncio de la Consejería de Medio Ambiente sobre la eliminación de la tasa de entierros en cualquiera de los tres cementerios de Melilla no ha podido ser más oportuna. Ojalá que ninguna de nuestras familias tenga que verse en la tesitura de beneficiarse de ello en estos momentos. Hay rebajas que son justas, pero que preferiríamos no tener que estrenar.
Entiendo que a estas alturas los melillenses se han dado cuenta de que la pandemia no es ningún cuento. Es real y la tenemos entre nosotros. Nuestra UCI está al 70% y nuestros negocios, en franca quiebra por más que las cifras del desempleo no recojan la realidad de la paralización del mercado laboral en Melilla.
Los ERTE funcionan y gracias a ellos amortiguamos el golpe, pero no son eternos. No pueden serlo y el día que se acaben, nos vamos a dar de bruces con unas cifras de paro tan lamentables como las de contagios de coronavirus que nos comunica el Gobierno local cada lunes, después del apagón informativo patrocinado por el Ingesa y la Consejería de Salud Pública durante los fines de semana.
Estamos preocupados. Vamos a empezar a padecer una migración sin precedentes. Melilla está muerta y a menos que Europa tome las riendas y empiece a meter dinero a mansalva en esta ciudad, nos vamos a convertir en el esqueleto de un barco fantasma que navega sin rumbo ni timón.
Ya hemos escuchado al diputado popular Díaz de Otazu advertirnos de los terribles recortes que el presupuesto de 2021 ha hecho a nuestras empresas públicas y a los proyectos de los distintos ministerios en nuestra ciudad. Por ese lado no hay esperanzas.
Estamos como estamos y seguimos sin controles de temperatura en puertos y aeropuertos. La gente sale de Melilla a la península y regresa sin que nadie les controle. ¿Cómo vamos a parar esto?
De Castro pidió el confinamiento y el ministro Illa dijo que no es el momento, pero ya ayer el Gobierno central dejó caer la posibilidad de acceder a encerrarnos. Da la sensación de que están improvisando con nosotros. Nos mueven como se mueven piezas en un tablero de ajedrez cuando los jugadores son principiantes y sólo ven el peligro una vez que han dado el paso.
Europa ha aceptado que el confinamiento es la única medida efectiva para frenar los contagios, pero la situación económica de Alemania, por ejemplo, no puede compararse con la española. Entiendo que el Gobierno de nuestro país se ve en el dilema de salvar vidas sin hundir la economía más de lo que está.
No nos hacemos una idea más o menos clara de cómo vamos a salir de ésta si no acaba de llegar la vacuna, a sabiendas de que no es la solución, pero es la luz al final del túnel.