Pensad en Melilla

pasado el tiempo y seguimos hablando de lo mismo, en el mismo lugar y con los mismos interlocutores. Es como si el tiempo se hubiera detenido, pero sólo para nosotros.

Es triste que España se preocupe de una cosa y aquí deshojemos la margarita con nuestros temas estrella: injusticia y poca vergüenza.

Hoy es día de reflexión y líbreme Dios de decirle a la gente lo que tiene que hacer mañana cuando acuda a votar. Que cada cual haga lo que crea mejor para sí mismo y para los suyos. Ojalá que en este último apartado quepa también España.

Por eso prefiero dedicar hoy esta columna a una escena que desde hace cinco años y medio forma parte de nuestro paisaje urbano: los padres de Emin y Pisly protestando cada mes frente al Palacio de la Asamblea de Melilla.

¿Qué podemos decir hoy que no hayamos dicho antes? Nada. Estamos donde estábamos un día después del asesinato de Emin y Pisly. Nadie ha sido juzgado en Marruecos por acribillar y torturar a los dos jóvenes melillenses cuando navegaban en aguas de Punta Negri, cercanas a Melilla.

Ningún gobierno español ha conseguido hasta hoy que Rabat se digne a darnos explicaciones sobre lo ocurrido. Ni el que estaba cuando acribillaron a los chicos; ni el que llegó después cargado de promesas.

Eso sí, cambiaron las formas. El estilo frío, incluso déspota, del exministro José Manuel García Margallo fue reemplazado primero por el diplomático invisible Alfonso Dastis y luego por el europeísta Josep Borrell, acostumbrado a escuchar discursos en el Parlamento Europeo sin apenas inmutarse.

Ninguno de los tres consiguió nada de Marruecos, ese país que siempre ha condicionado nuestra vida en Melilla y que lo seguirá haciendo por aquello de que somos vecinos pared con pared.

Algo hemos hecho muy mal para que la vida de dos españoles no valga nada cuando lo que está en juego es la relación con un país que recibe millones de euros sacados de las arcas europeas por vigilarnos la frontera sur y blindar sus costas. Aún así lo hace a regañadientes, convencido de que le debemos ese favor.

Somos de lo que no hay. Intercedemos ante la Unión Europea para que Rabat corte un trozo de pastel y no sienta celos de los acuerdos alcanzados con Turquía, pero no somos capaces de pedirle explicaciones por el asesinato en alta mar de dos jóvenes melillenses.

El padre de Pisly está convencido de que su causa no interesa a los políticos. Nadie se ha comprometido a buscar, identificar y juzgar a los asesinos de su hijo. Quizás porque no hemos entendido, en su justa medida, el alcance de lo ocurrido hace cinco años y medio en aguas marroquíes.

Puede que para muchos de nosotros Emin y Pisly sean cosa del pasado. Pero para sus familias es como si hubiera ocurrido ayer.

Ellos fueron la punta del iceberg. Luego vino el cierre de la Aduana comercial y después la amenaza del fin del comercio atípico en el plazo de unos diez años.

Por eso las elecciones de mañana son tan importantes. Nos jugamos mucho más que el triste escaño del Congreso y las dos sillas en el Senado por Melilla.

Los que votamos lo hacemos convencidos de que apostamos por la opción política que mejor nos representará en Madrid, pero también por nuestra autonomía y por el desarrollo de una tierra que se nos muere.

La gente no debería humillarse ni delinquir para conseguir un empleo. Pero eso es fácil decirlo cuando se tiene trabajo. Otra cosa es vivir donde nadie quiere vivir, lleno de hijos y sin un duro en casa.

Necesitamos políticos que se pongan del lado de los que quieren y no pueden conseguirlo. Urge crear empleo en esta ciudad. Y hace falta que eso pase ya. No tenemos margen de error. Si esto sigue como está, será mejor que nos lleve quien nos trajo. Nos afecta a todos. Pensad en Melilla y en España.

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