SOY de la mitad de los españoles que está convencido, es cuestión de tiempo, de que Pedro Sánchez alcanzará un acuerdo con Junts para garantizarse la Presidencia del Gobierno. La otra mitad también lo está, pero se agarran al milagro, a la épica, incluso, los más ilusos, a la moral de García Page, mientras se desgañitan lanzando proclamas por la unidad de España, la dignidad y el orgullo, y buscan, por si acaso, al Tamayo de turno.
Aunque me puedo esperar, como dice el pícaro de playa, un giro dramático de los acontecimientos, tengo la sensación desde el día de las elecciones que asistimos a una sesión de magia del gran Juan Tamariz. Lo único que no me cuadra, y lo achaco a que se dejó llevar por la euforia y la sorpresa, es que el Presidente aquella noche hizo sonar de forma histriónica el invisible violín antes de hacer el truco y el trato, que ya puestos a modificar las leyes para favorecer la amnistía, poco importa cambiar las reglas de Halloween.
Para que no haya ninguna confusión tengo que decir que no soy partidario de esta amnistía. Si sirviese para apaciguar los ánimos, hacer borrón y cuenta nueva, y crear un puente de unión, la aplaudiría, pero tomar una decisión de ese calibre, sabiendo que no va a contribuir a ello, sino que va a generar más crispación y conflictos futuros, la considero demasiado arriesgada.
Hubiese preferido que los principales partidos llegasen a un acuerdo, que pudiese gobernar la lista más votada en minoría; que las palabras política, democracia y justicia tuviesen sentido; que nos pudiésemos sentir orgullosos de nuestros dirigentes dando ejemplo de respeto, educación y civismo; que las sesiones del Congreso sirviesen para dialogar, discutir, intercambiar posturas y llegar a acuerdos puntuales o a grandes Pactos de Estado; y que lo aprobado, lo firmado, se respetase por todos.
Pero por desgracia no puede ser, tenemos lo que tenemos. Por eso me avergüenza escuchar las acusaciones a Sánchez de querer perpetuarse en el poder a toda costa, como si ellos, que iban a permitir llegar a Abascal, un fascista que presume de ir armado, al Gobierno, no hubiesen hecho lo mismo de haber tenido una ligera opción. O a las viejas glorias que lo despreciaron, lo echaron a patadas por disentir de la línea marcada del partido, hablando de moral y ética desde el pulpito de las puertas giratorias, por no recordar otras cosas más desagradables.
Si de verdad les preocupase España, lo primero que harían sería reformar la ley electoral. Permitir las listas abiertas, aumentar el tamaño de las circunscripciones, el número de diputados, que cada voto valiese un voto, y comprometerse a que si no son capaces de llegar a un acuerdo para crear Gobierno con cuatro diputados de diferencia, tienen que marcharse a casa, que ninguno de los que se presentó pueda volver a hacerlo. Pero no lo harán, porque la ley actual, aprobada en otro momento histórico, para otra realidad distinta, les beneficia a los grandes, y no quieren perder esa ventaja.
Por eso entiendo que Sánchez desoiga a todos, porque sabe que la política es un juego de intereses empresariales, de partidos, personales y en última instancia de los de la ciudadanía; que el poder se obtiene con votos, y estos se compran y venden libremente, sin importar las ideas, los valores y las ilusiones de los votantes; y que las palabras moral, ética, justicia y dignidad en boca de un ladrón, un timador, un corrupto o un trilero no tiene ningún valor, solo son una estrategia para clavar la navaja lo más profundo que puedan y robarte lo que envidian.
El otro día Luis Piedrahita hizo un truco de magia de su maestro Tamariz afirmando que era de sus preferidos, porque se saltaba las tres normas de la magia: no digas lo que vas a hacer, no lo repitas nunca y jamás expliques cómo lo has hecho. Evidentemente, era la distracción humorística para dejarnos descolocados y con la boca abierta.
Eso es lo que está haciendo Sánchez, copiarle el truco al genio, porque sabe, que ir a unas nuevas elecciones sería un disparate para sus intereses. También, los que amagan con no firmar, Podemos y Junts, saben que no pueden dejar pasar esta oportunidad, que quizá sea la última. Se harán los dignos, le cantarán las cuarenta en la primera votación, pero al final firmarán, y el Presidente orgulloso gritará eso de ¡CHAN-TATACHAN!
La diferencia entre ambos, radica en que Tamariz nos regalaba una sonrisa y la ilusión de que la magia existe, y con la amnistía nos quedaremos con una mueca forzada, el convencimiento de que la democracia no existe, y que los políticos no son ilusionistas, sino unos trileros de los que hay que protegerse.
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