Su padre era de Melilla y su madre, de Miranda de Ebro. Se conocieron en Barcelona y se fueron a vivir a la localidad burgalesa, donde, en 1957, nació Pedro Fernández. Allí vivieron hasta que cumplió los diez años, cuando su padre dejó el negocio que regentaba y la familia se vino a la ciudad autónoma.
Residían entonces en el paseo de Ronda, en el barrio de la Victoria, donde Pedro pasó una niñez “muy buena”, según sus propias palabras. Los niños de la zona estaban “bastante unidos”. Cualquier momento era bueno para bajar a jugar con sus amigos a la calle, ya fuera al fútbol o a cualquier otra cosa que se les ocurriera, siempre pasándoselo “muy bien”. Las puertas de las casas siempre abiertas, entraban en ellas como si se tratase de sus propias casas. “No había que llamar, sino que pasabas directamente, preguntabas por tu amigo y os ibais a la calle. Así era la vida en Melilla”, describe.
Estudiaba en la Escuela de Maestría Industrial, en la misma zona de la ciudad, de cuyo equipo de fútbol también formaba parte. Se enroló pronto en el Ejército, con 17 años, y durante 20 meses hizo el servicio militar en el Regimiento de Caballería. Al acabar la mili, Pedro tomó la decisión de opositar a la Policía Armada, actual Policía Nacional, donde ingresó en el año 1978, año en el que se casó con su primera esposa, con quien tuvo cuatro hijos.
También ese año ingresó en el Cuerpo, hizo la academia en Badajoz y en enero de 1979 fue destinado a Barcelona, donde permaneció tres años, hasta que un ascenso lo llevó a Pamplona en lo que él denomina como “los años del plomo”, en relación a que era una época en que la banda terrorista ETA cometía muchos atentados en la zona de Navarra y el País Vasco, especialmente. Él tuvo que atender algunos y recuerda que, en uno de ellos, precisamente, murió, el 13 de abril de 1984, un agente de la Policía también de Melilla, llamado Juan José Visiedo. Pedro, que tuvo que ir a ver el cadáver, confiesa que no reconocía a su compañero “de cómo estaba de destrozado” su cuerpo.
En Pamplona estuvo otros tres años, hasta 1985, cuando regresó a la ciudad autónoma. Después de seis años, dice, no notó un gran cambio en ella.
En Melilla ha permanecido desde entonces y se lo ha pasado tan bien y le gusta tanto la ciudad que, cuando alguien de fuera le pregunta, él siempre dice que es de aquí y, cuando sale, manifiesta sin pudor que es de Melilla. Su década favorita es la de los 90, cuando salía “bastante” con su grupo de amigos. Ellos ya tenían su recorrido. Primero iban al Bunker, que estaba en el centro de la ciudad; después al Real, que en esa época “tenía mucha vida, con bares y pubs”; y terminaban en la mítica discoteca Lo Güeno.
Para él, la gente en Melilla es “muy buena y muy acogedora” y la localidad es “muy cómoda para vivir”. Con su vida ya establecida aquí, Pedro incluso renunció a un ascenso porque lo obligaba a marcharse de esta “ciudad maravillosa” y él no quería hacerlo.
Pedro asegura que “no se puede vivir mejor que en Melilla”, sobre todo cuando la frontera funcionaba con fluidez, lo que le permitía hacer escapadas para pasar el día en Marruecos, algo que ahora le parece “casi inviable”. También, cuenta, estuvo un par de veces en el desierto en esas experiencias que no resultan fáciles de olvidar.
Ahora no es lo mismo, reconoce. Con la frontera en las condiciones en las que se encuentra y el precio de los transportes, se le hace difícil salir de la ciudad. Además, aunque antes “no es que hubiera mucha discoteca, había sitios para elegir”, ahora la gente joven sólo “tiene tres o cuatro sitios nada más y a esos lugares va todo el mundo, tanto gente buena como la que busca problemas, lo que hace que las personas se retraigan un poco también a la hora de salir”. En este sentido Pedro sí ha percibido un cambio en Melilla desde hace 30 ó 40 años y, aunque en algunas cosas haya sido a peor, en otras muchas cree que ha sido a mejor. Si no, ¿por qué habría de permanecer aquí?
Él le tiene mucho cariño a la ciudad autónoma, que “siempre ha sido muy acogedora con las personas que vienen de fuera”. Bien lo sabe él por experiencia y así se lo ha mostrado a familiares suyos venidos de Vitoria y San Sebastián que no habían estado en Melilla y “se quedaron maravillados, porque tenían otra imagen de la ciudad”, que, aunque es “muy bonita”, también es “muy desconocida” para la gente.
Su percepción es que se suele pensar que hay muchos inmigrantes en Melilla, pero él siempre opone que los hay más en otros lugares de España. Ello no quiere decir que él tenga nada en contra de ellos, al contrario. “Los que nos consideramos melillenses, porque yo ya soy melillense de corazón, nos sentimos orgullosos de la diversidad cultural y de cómo nos llevamos cristianos, musulmanes, hebreos e hindúes”, afirma, y no es una pose. Como muestra, un botón: tras divorciarse de su primera esposa, en 2005 volvió a contraer matrimonio con una mujer musulmana, con quien tuvo una hija.
Una de las cosas que más le gusta a Pedro de Melilla son sus playas. Además, como vive cerca de una, baja con frecuencia. “Disfruto de ellas, porque tenemos unas playas maravillosas”, zanja.
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