Con el acontecer de los tiempos, se evidencia un esfuerzo inquebrantable por parte de la Institución Castrense, hacedora de la noble tarea de ofrecer ayuda, amparo y acogida a sus huérfanos y huérfanas, aunque no se constatan las primeras auras en el ejercicio emprendedor de proporcionar una atención y protección oficial, colectiva y amparada por las Leyes.
Al hilo de lo anterior, este año 2021, complejo y peculiar por la crisis epidemiológica del SARS-CoV-2 que con zozobra padecemos, se conmemora el ‘Centésimo Quincuagésimo Aniversario’ de la puesta en funcionamiento del ‘Patronato de Huérfanos del Ejército de Tierra’, abreviado, ‘PAHUET’, con un trazado que ha marcado un antes y un después en su idiosincrasia, a la hora de normalizar y aplicar esmeradamente cuantas medidas de apoyo se han cristalizado, con trechos de ingente desvelo y ahínco en beneficio de la ‘Gran Familia Militar’.
Pero, para ver plasmada esta ardua realidad, es indispensable retrotraerse en la fecha del 9/VI/1871, e incrustarse en la Circular N.º 211 de la Dirección General de Infantería, hoy, distinguida como el punto embrionario y el soplo fundacional de una Asociación, que por entonces, expandía su tutela sobre los más desamparados; digamos, en un antes, durante y un después de los conflictos bélicos que zarandeaban el tablero internacional, como seguidamente fundamentaré en esta narración; no si antes, hacer memoria con el recuerdo emocionado para los huérfanos fallecidos en el relato de vida del Patronato estando bajo su protección y cuidado, así como el reconocimiento imperecedero y el abrazo más afectuoso para cada uno de sus familiares.
Con estas connotaciones preliminares, años más tarde, el PAHUET, se ha adecuado brillantemente a las excepciones e índoles presentes, tanto sociales como de bienestar de los posibles beneficiarios, conservando en lo más alto la viveza y agudeza del compromiso, fidelidad y respaldo ilimitado, caracterizado a los huérfanos y huérfanas y parientes con el que en el ayer se enfocó.
En nuestros días y ciñéndome al primer instrumento reglamentado más remozado, me refiero a la ‘Circular 2021’ sobre ‘Normas de protección a los huérfanos’, en su ‘Introducción’ comienza refiriendo literalmente que “el Patronato de Huérfanos de Tierra, tiene como misión acoger bajo su protección a los huérfanos de militares del Ejército de Tierra y de los Cuerpos Comunes de la Defensa adscritos al mismo, proporcionándoles prestaciones económicas que contribuyan a su sostenimiento y formación, en la forma y amplitud que se determina en el actual Reglamento del PAHUET y en la presente Circular”.
Asimismo y para una mejor interpretación de lo que se pretende desmenuzar, ahondando en la conceptuación del sustantivo ‘Patronato’, el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, lo define al pie de la letra como “la fundación de una obra pía”, o el “cargo de cumplir algunas obras pías, que tienen las personas designadas por el fundador”.
Del mismo modo, su estudio lingüístico nos desvela que procede del término latino “patronus” que, a su vez, significa “defensor o protector” y su raíz etimológica es “Pater” o “Patria”, orientado en la praxis de entidades destinadas al socorro de los huérfanos de militares. Con lo cual, ‘Patronato’, contiene una conexión semántica evidente con el entorno de la ‘caridad’ y la ‘beneficencia’.
Toda vez, que no deben eludirse otros matices concretos y coligados al mismo, como el ‘paternalismo’ o la imagen encarnada de ‘Patria’, tan reiterados en la razón de ser del entramado castrense.
Fijémonos al respecto, en uno de los fragmentos extraídos de la acreditada ‘Revista Ejército’ del año 1972, que textualmente refiere: “El Ejército, que ya es el sostén de la Paria, y la Patria que es la Familia, no puede dejar que sus adversidades de la vida caigan sobre uno de sus miembros y queden en el vacío y en desamparo de sus hijos, que son los herederos de las virtudes castrenses, para que el día de mañana, si no como continuadores de la vida militar, sí en otras profesiones civiles que ellos con esfuerzo personal han conseguido la aportación económica y de medios que a su disposición ponen en todo momento los Patronatos de Huérfanos del Ejército”.
Luego, el encaje inconmensurable que comporta el ‘Patronato’, se concibe como una creación piadosa para el culto de Dios y la práctica compasiva al prójimo. Y, como tales, la noción de ‘Patronato’ lleva aparejada la imagen de la reparación de las faltas o errores cometidos, a través de la asistencia a terceras personas. Obviamente, esta intervención de caridad piadosa se identifica por los escenarios apremiantes derivados de los avatares de España, pero jamás se trastean los motivos que lo acarrean.
No cabe duda, que huérfanos de militares siempre han constado, pero los primeros atisbos por esta causa centellan en los siglos XVI y XVII, respectivamente, cuando España está inmersa en una cadena de lances beligerantes, fustigados e impulsados por la política interior y el juego geoestratégico de la diplomacia exterior.
Sin ir más lejos, este incesante y dificultoso contexto origina cuantiosas bajas entre las filas de los Ejércitos y consiguientemente, provoca un sinfín de historias abocadas al desbarajuste y turbación, quedando numerosas unidades familiares desestructuradas y a su suerte. Situación, por otro lado, habitual en la época referida, pero con un matiz: este trance sobrevenido da la sensación de ser menos gravoso para los descendientes varones, porque al cumplir la edad continúan la tradición paterna e ingresan en la milicia; el contraste se acelera en el caso de las féminas, no ya sólo para alimentarlas, sino en lo que atañe a su educación y el aprendizaje equilibrado.
“Con el acontecer de los tiempos, se evidencia un esfuerzo inquebrantable por parte de la Institución Castrense, hacedora de la noble tarea de ofrecer ayuda, amparo y acogida a sus huérfanos y huérfanas”
Las primeras instituciones para la guarda y abrigo de los huérfanos provenientes de los militares caídos sirviendo a la Patria, acompañan a pesar de la distancia en el tiempo, la argumentación benéfico-caritativa, mediante la plasmación de Colegios y Asociaciones, donde se les brinda la oportunidad de recibir una enseñanza y manutención acordes a los instantes imperantes. Sin embargo, la presencia de estos centros, muestra la difícil coyuntura en la que se hallan las viudas ante la inexistencia de una vía oficial o pública de pensiones o ayudas.
En esta tesitura, la Casa de Austria con el que se conoce la Dinastía Habsburgo, vigente en la Monarquía Hispánica desde la proclamación en 1516 como Rey de D. Carlos I (1500-1558), hasta su posterior fallecimiento sin sucesión directa de D. Carlos II (1661-1700), desencadenando el conflicto internacional de la ‘Guerra de Sucesión Española’ (9-VII-1701/7-III-1714), SS.MM. los Reyes no son ajenos a esta cuestión y viven con inquietud el devenir de los menores, de quienes sucumben en el campo de batalla en cumplimiento del deber.
Y es que, cuantas más hostilidades y contiendas derivan, en España se genera la descomposición de su Imperio con las disputas consabidas por la supremacía naval y militar, continental y colonial, salpicando de lleno al conjunto poblacional que se perpetúa dejando un triste bagaje, con una elevada cantidad de enlutadas e hijos desprovistos de los elementos básicos de sobrevivencia y a los que era imperativo sacar adelante.
Para ello, paulatinamente se operó con la voluntad de construir monasterios y concretar obras pías de fundación Real, de manera que accedieran viudas e hijas de damas de la nobleza para consagrarse al recogimiento y la oración. Como igualmente, se amparaba a las huérfanas de los trabajadores de palacio, e integrantes de los Consejos de Gobierno y Oficiales del Ejército, con el propósito de facilitarles el magisterio didáctico y auxiliarlas hasta que poseyeran la edad para desenvolverse por sí mismas.
Adelantándome a lo que en este y otro pasaje sucintamente desgranaré, con los acontecimientos particulares de cualquier organismo, permanece hasta los umbrales del siglo XX con la primicia de las reformas sociales. Si bien, persisten al margen de la evolución y el comienzo del Régimen Franquista (1939-1975).
A la sazón, España, culmina la travesía de las Instituciones con el cuño del Antiguo Régimen al de las propias de un Estado Moderno, ocasionando la creación o fundación de ‘Asociaciones’ y ‘Patronatos’, porque se articulan perfectamente en la significación paternalista y tutelar, no exento de principios católicos y de la complejidad social que aglutina la dictadura.
Lo cierto es, que ante la falta de impulso de un ‘Estado de Bienestar’, el franquismo monopoliza la citada concepción tal como lo verifican Francia, Alemania y otros países occidentales, tras la finalización de la ‘Segunda Guerra Mundial’ (I-IX-1939/2-IX-1945). Evidentemente, esta idea extremadamente arraigada en la Administración del Caudillo, no varía hasta el advenimiento de la democracia. Y, en este marco, la asistencia social comúnmente y el Ministerio de la Guerra especialmente, seguían itinerarios idénticos a otras condiciones que se adecuan a los nuevos menesteres.
Llegados hasta aquí, la desintegración de los espacios filántropos, fusionado a las estrecheces procedentes de los cambios habidos en la España de este período, sugieren la prioridad de procurar una resolución a un inconveniente inaplazable, como consiste la deferencia de los niños y niñas que quedaban huérfanos de militares, ahora agravado por el incremento voluminoso en su dimensión.
Definitivamente, con la transición política a la democratización de la Nación, y por supuesto, la transformación acentuada e intensa de las Fuerzas Armadas, los ‘Patronatos de Huérfanos’ se incardinan en los procedimientos de Acción Social, amoldándose al Estado Social y Democrático, hasta erigirse en una atrayente y sugestiva herramienta para dar satisfacción a las exigencias del PAHUET.
Para percatarnos con una primera panorámica como punto de partida hasta su confluencia efectiva, el PAHUET, se forjó por Real Decreto 2879/1981, de 27 de noviembre, refundiendo los Patronatos de Huérfanos de Oficiales, Suboficiales y Asimilados y de Tropa y la Jefatura de Patronatos de Huérfanos Militares, instaurado por Decreto de 9 de Abril de 1954, con la finalidad de regularizar el papel de los Patronatos; vigorizando y puliendo los ‘Colegios de Huérfanos’ para dotar a sus protegidos de la instrucción y pedagogía necesarias que el saber requería, precisando como era de vislumbrar, una reestructuración en todas sus vertientes.
Conjuntamente, por Orden Ministerial 170/1982, de 2 de noviembre, se firmó el ‘Reglamento del Patronato de Huérfanos del Ejército de Tierra’, acomodado al curso reinante, así como a los hechos cambiantes por la innovación del Consejo Superior de Acción Social y la desaparición del Ministerio del Ejército.
Más adelante, con la publicación de la Ley 17/1999, de 18 de mayo, de ‘Régimen del Personal de las Fuerzas Armadas’, las modificaciones y derogaciones promovidas, fundamentalmente, por la Ley 8/2006, de 24 de abril, de ‘Tropa y Marinería’, así como por la Ley 39/2007, de 19 de noviembre, de la ‘Carrera Militar’ y el tratamiento de las mismas, las innovaciones orgánicas causadas en el seno del Ejército de Tierra, más la experiencia acumulada y los incesantes progresos sociales que el desenvolvimiento del ‘Estado de Bienestar’ incrustaron en todos los terrenos, sugirieron la revisión de la asistencia que el PAHUET destina a sus beneficiarios.
Por lo tanto, en el siglo XVIII, los militares, sus viudas y huérfanos, únicamente se aferraban a la clemencia del Rey en caso de incapacidad o muerte del titular. Amén, que cuando comparece en España S.M. el Rey D. Felipe V (1683-1746), primer soberano de la Casa de los Borbones, conocedor de este contratiempo, a la par que refuerza las entidades fijadas por sus antecesores, predispone el origen de otros ‘Centros de Acogida' para huérfanas en localidades como Valencia y Zaragoza.
No sería hasta el año 1728, cuando se implanta la primera Asociación surtida del Ejército para contrarrestar la huerfanidad de las familias de militares, siendo asentada por el Marqués de Verboom, General del Arma de Ingenieros. A ella podían acogerse los componentes del mismo Cuerpo, a través del desembolso de una suscripción.
A posteriori, por Real Célula de 20/IV/1761, a propuesta del Marqués de la Mina y autorizado por S.M. el Rey D. Carlos III (1716-1788), se constituyeron los ‘Montepíos Militares’ a los que le acompañaron los ‘Montepíos de la Armada’, cooperando los Oficiales con una pequeña deducción de su salario, para asistir con una prestación económica o pensión a las viudas y huérfanos de cualesquiera de las Armas y Cuerpos de la misma categoría.
Para implorar el beneplácito del Rey aquellos puestos y asistencias a las que el Soldado se veía merecedor, se ejercía la costumbre de trasladarse con licencia a la corte y declarar en persona las intenciones a las que se aspiraba.
Es preciso incidir, que era tal la estrechez y penuria de un número considerable de militares, que se sondearon varios cauces que atenuasen la carencia, escasez y desdicha. Entre algunos de los remedios, se concertó la edificación de una ‘Casa de Milicia’ u ‘Obra Pía’, con la que interesarse por los Soldados Veteranos que concurrían y valorar sus aspiraciones; además, de las ventajas materiales inmediatas para las huestes del Rey.
Pero, la cuna del ‘Patronato’ se encumbra en el último tercio del siglo XIX, rotulando entre sus páginas la irrupción de las ‘Guerras Carlistas’ (1833-1840; 1846-1849; 1872-1876); la ‘Guerra Hispano-Estadounidense’ (12-IV-1898/10-XII-1898) y la ‘Revolución Filipina’ (23-VIII-1896/12-VI-1898), volviendo a traer cifras siniestras de huérfanos y huérfanas y la conciencia nacional conmocionada. Indiscutiblemente, era natural que las primeras tentativas por solventar esta desazón, aflorasen en el interior de los Ejércitos, mayormente en el Arma de Infantería.
Habría de ser el Teniente General don Fernando Fernández de Córdova y Valcárcel (1809-1883), Marqués de Mendigorria y Director del Arma de Infantería, cuando ve cumplido su sueño que reside, respetando la literalidad de sus palabras memorables: “Asegurar la suerte de los hijos de nuestros compañeros de armas, que mueren sin dejar otro patrimonio que su espada y su hoja de servicios, y lograr la fundación de un establecimiento que los pusiera al abrigo de la miseria y de la deshonra, proveyendo a su subsistencia decorosamente y abrirles un porvenir proporcionado a su nacimiento y a su primera educación, procurando posteriormente que ingresaran en el Ejército. Las hijas huérfanas de los militares serían asimismo recogidas en un establecimiento específico donde recibirían una educación decorosa, proveyendo luego a su colocación y dotándolas modestamente”.
Dicho diseño se cuajó con la elaboración de la mencionada Circular N.º 211 de 9/VI/1871, inmediatamente desarrollada entre los hombres del Arma de Infantería. Una vez admitida por las Unidades, la propuesta de la estructura de la Asociación se tramitó al Ministerio de la Guerra el 14/VII/1871; ya el 2 de septiembre de este mismo año, quedaba ratificado el ‘Proyecto de Creación del Asilo de Huérfanos’ de los militares del Arma de Infantería, ubicándose en Toledo, para ser más exacto, en el antiguo Hospital de Santa Cruz.
Simultáneamente, por Real Orden de 2/IX/1871, S.M. el Rey ratifica su instauración y delega para que se consignen a este designio las edificaciones vinculadas al extinguido Colegio de Infantería. También, le encomienda a Fernández de Córdova la disposición de este Asilo, que prospera elocuentemente por la circunspección generosa y de compañerismo que ensambla a todas las clases del Arma de Infantería. A este tenor, se aprueba el ‘Reglamento Provisional’ que ha de conducir el Asilo, puntualizándose como objetivos generales el sostenimiento y enseñanza de los huérfanos de ambos sexos, de los Jefes, Oficiales y Tropa de Infantería, hasta que estuviesen en disposición de abrazar una carrera, profesión u oficio.
A estos efectos, se dictamina incluir como se asienta en su Artículo 4º, “que a todos los efectos y obligaciones, se adopte la fecha del 1 de octubre de 1871, como la que empezará la suscripción de los asociados y la admisión de los huérfanos”.
“Valga el recuerdo emocionado para los huérfanos y huérfanas fallecidos en el relato de vida del Patronato estando bajo su protección y cuidado, así como el reconocimiento imperecedero y el abrazo más afectuoso para cada uno de sus familiares”
Por lo demás, fruto de las actuaciones de acondicionamiento y reposición, no es hasta el 30/V/1872, cuando se abren las puertas del ‘Asilo de Huérfanos de Infantería’, después, en 1879, se llamaría ‘Colegio’, albergando a las hijas huérfanas de los militares con una formación honorable, íntegra y digna.
Como interés de lector, inicialmente este Centro se estrena con sólo tres plazas, pero en pocos días se agranda a sesenta; a los tres meses, seiscientos niños y cien niñas lo ocupan y expeditivamente, entre aspirantes e internos, hospeda a dos mil.
Ni que decir tiene, que en escasos años, lo que de antaño representaba el Hospital de Santa Cruz, ahora se atinaba excedido en su capacidad, no reuniendo los mínimos niveles exigibles para su desempeño educativo y formativo, lo que engarzado a las pésimas condiciones de habitabilidad, más los gastos exorbitantes acordados para su rehabilitación, hacen que en 1881 se contemple su reubicación en otra circunscripción contigua.
En esta composición de lugar es imprescindible recular al año 1758, lapso en el que la Corona construye en Aranjuez el inmueble denominado ‘Cocheras Reales’, perteneciente a la Reina madre Dª. Isabel de Farnesio (1692-1766), devastado en 1808 por la invasión de las fuerzas napoleónicas. Más tarde, en 1832, con una amplia remodelación se convierte en el ‘Colegio María Cristina’.
Ya, en 1881, la Reina Consorte Dª. María Cristina de Habsburgo-Lorena (1858-1929), viuda de D. Alfonso XII (1857-1885) y madre de D. Alfonso XIII (1886-1941), muy afligida por las penurias de los huérfanos y defensora de éstos, cede las ‘Cocheras Reales’ para disponerlas como centro didáctico, hasta adecuarse en el ‘Colegio de María Cristina’ para huérfanos del Arma de Infantería.
Consecuentemente, quedando en pausa la primera parte de este texto, no es difícil entrever el testigo transferido en los años mediados de su ciento cincuenta conmemoración, en la ilustre y admirable labor que ejecuta el PAHUET, al proveer el apoyo armónico y aliviar la pérdida punzante de los hijos de los militares, que ante todo, supieron dar lo mejor de sí en los conflictos armados; o desempeñando su deber con la paz; o sencillamente, que ya es mucho, subyugados por la aflicción, la enfermedad o el infortunio.
Pero, tampoco ha de quedar en el anonimato, el quehacer encomiable y digno de elogiar, que el Ejército de Tierra efectúa desde las etapas inaugurales, allá por el año 1871, hasta tocar el hoy más reciente, cubriendo los costes producidos del sostenimiento de los huérfanos y huérfanas con enormes sacrificios, y ayudándoles gracias a la magnánima y bondadosa contribución y donaciones benefactoras de los integrantes de las Fuerzas Armadas, como de los ‘Asociados Voluntarios’, que quien suscribe tiene el honor de colaborar mensualmente con una pequeña aportación y confirmar un hecho constatado: el bien que esta realidad simboliza en los Soldados de todos los tiempos, que nos contemplan desde el cielo.
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