De un tiempo a esta parte es uno de los argumentos estrella que se esbozan cuando se quiere reprochar y afear al contrario cualquier actitud y aptitud ante los nada desdeñables asuntos que constriñen al presente, el patriotismo. Pero, visto lo visto y escuchado lo escuchado, hay varios tipos de patriotismo según convenga o sea necesario para los intereses oportunos.
Los hay fecundados por la espontaneidad, patriotismo que emana de las emociones ante algo que las agita y remueve. Suelen ser circunstanciales y, quizás, poco estructurales, como las que incitan los éxitos y hazañas (cuasi bélicas) u otros lances deportivos de una selección en su conjunto o en la individualidad de algún exponente excelso. Acabada la competición, se guardaran camisetas, banderas o muñequeras, se hará el silencio en la comunicación y se apagaran los gritos y proclamas hasta mejor ocasión.
De otro lado está el oportunista desde el punto de vista político y las ambiciones. Patriotismo que suele apropiarse de los símbolos y valores (claramente determinados por una facción) de una patria en la que únicamente caben quienes se atienen a ellos y que con una ostentación, tantas veces ridícula, buscan siempre la diferenciación, que no la similitud y cuyo destino preferente es la “hinchada” partidaria. Es un patriotismo firmemente conciliado con los extremos, con los dos, aunque uno probablemente más que el otro. Se alimenta en demasía el odio.
Es posible que exista un tercer modelo de patriotismo que, sin ser perfecto, deriva de la reflexión, el sentido común, la honradez, la lucha contra la corrupción o la solidaridad; más humanista y que estructura en la sociedad real de una manera justa, o al menos que lo intenta, haciéndola sostenible, accesible e inclusiva. Es este modelo el necesario cuando se pretende acentuar la identidad como algo de imprescindible impermeabilidad convirtiéndose en un error no asumir que la relativa porosidad es lo que puede mantenerla viva y fuerte.
Cualquier país medianamente civilizado aspira a que la inmigración, que también tanta riqueza aportó y sigue aportando, se produzca de manera ordenada conciliando sus intereses como receptor y las aspiraciones de quienes migran a él. Nadie pone en duda que existen desvaríos que alteran el sosiego y la sensación de seguridad de una sociedad cada vez más diversa y mestiza.
Pero, sin duda, se viene alimentando el rechazo del “otro”, focalizándolo casi en exclusiva y criminalizando de forma genérica, como parte de una ideología que busca el enfrentamiento y la consiguiente victoria. Se enarbola, casi sin otro discurso, la bandera del repudio hacia quien le arroga la casi total responsabilidad de esa alteración, el “otro”. No se puede negar que réditos consigue. Enlazar patriotismo con esto no solo es injusto, sino absurdo. Conviene proteger la memoria.
La situación de menores migrantes no acompañados, no siendo un fenómeno nuevo, durante estos días ha dado de sí a un enfrentamiento político de magnitud y con consecuencias. Escuchar o leer afirmaciones sobre “deportaciones o rechazos masivos” retrotraen a espacios, además de imprácticos, de triste recuerdo. Patriotismo no es sinónimo de negacionismo.