Me pregunto si soy la única a la que le molesta que en Melilla llevemos ni se sabe cuánto tiempo con la ciudad patas arriba debido a la miasma de obras que no terminan.
Hace poco entraba a un comercio local y la dependienta me comentaba lo triste que estaba siendo la campaña de Navidad por tener la calle levantada y porque los funcionarios vienen tan cargados de compras de la península, que al final terminarán matando a la gallina de los huevos de oro.
Es cierto que una vez terminados los trabajos, da gusto ver cómo va quedando la peatonalización en el centro, pero no quiero ponerme en la piel de los comerciantes y vecinos de la zona. Sólo de pensarlo me dan los siete males.
Me quedan el consuelo y la esperanza de creer que probablemente todas esas obras que nos amargan la vida, los paseos y las ganas de comprar en el centro de la ciudad estarán terminadas antes del 26 de mayo, cuando se celebren las próximas elecciones municipales. Espero que para entonces quede algún comercio abierto en la zona.
Antiguamente, antes de cada cita con las urnas municipal o regional estaban de moda las colocaciones de primeras piedras, pero los votantes se cansaron de que el político de turno pusiera una única piedra y nunca más se supiera de aquello.
A la gente se le puede engañar una vez, incluso, dos o tres, pero llega el día en que se cansa. Por suerte para todos ese día llegó.
Hay ejemplos antológicos, como la primera piedra del trasvase del Ebro que José María Aznar puso en Murcia y Almería en el año 2004. Esa obra hidrológica nunca se hizo ni se va a hacer, pero la foto de la primera piedra pasará a la historia de la ingeniería y de la tomadura de pelo. Abrió un abismo ideológico entre los que se creyeron el cuento y los desencantados.
Las encuestas que circulan son lo suficientemente alarmistas como para que más de uno vaya pensando en cómo se las va a apañar cuando no pueda vivir del erario público. De un color y del otro, que aquí no se libra nadie.
En mi opinión, la de mayo es la cita más importante que los melillenses tenemos con las urnas. Hay quien cree que las elecciones generales lo son aún más, pero cuando uno revisa lo que los representantes de los ciudadanos hacen en Madrid o Bruselas... En fin. Es una pena porque les pagamos los viajes, las comidas, los sueldos y al final, aquí, por ejemplo, el agua sigue como estaba hace al menos siete años: mala, mala y mala. Y no me quejo mucho porque en Melilla siempre se puede estar infinitamente peor.
Y si no, que se lo pregunten a los vecinos que ayer colgaron en Facebook las fotos de sus coches destrozados. A uno le robaron el aparato de música y al otro le quitaron su vehículo de la puerta de casa. Menos mal que la Policía estuvo ágil en la frontera de Beni Enzar porque si no, ese coche termina hecho piezas en un taller de Marruecos.
Por eso, defiendo que necesitamos más seguridad. Casi nada. Si somos españoles, tenemos que serlo para todo, pero especialmente para lo bueno: el respeto a los derechos y libertades de las personas y el disfrute del estado de bienestar. Si en Madrid no hay niños durmiendo en las calles, no quiero tener que verlos en Melilla. Es así de simple. Ni más, ni menos.
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