LOS datos del paro difundidos ayer por el Ministerio de Trabajo echaron un jarro de agua fría sobre Melilla. Sólo la ciudad y Aragón se quedaron al margen de la ligera recuperación económica que se ha notado este mes en todo el territorio nacional. El incremento del desempleo en un 6,88% deja un sabor amargo en Melilla, no sólo porque estamos hablando de 866 parados más de un mes para otro, sino porque la ciudad rebasa la barrera psicológica de los 13.000 desempleados y es previsible que en cuanto concluyan este mes los más de 300 contratos que aún quedan de los Planes de Empleo, esta cifra (13.448) vaya a más.
En el aumento del paro en Melilla influyen muchos factores. En primer lugar, como ya se ha repetido hasta la saciedad, está el incremento de la población. Es una evidencia. Antes de la crisis éramos menos, empezamos a estar mal y con la crisis también comenzaron a llegar hijos, nietos, hermanos o parientes que estaban peor en la península.
El retorno a casa de los que lo han perdido todo, hasta la esperanza, dice mucho de la fortaleza de la familia que, como institución, ha demostrado ser la más sólida de este país y Melilla de eso puede estar orgullosa.
También influye la ausencia de tejido productivo en una ciudad de 12 kilómetros cuadrados que no tiene fábricas de automóviles como Valladolid, Barcelona o Zaragoza. Tampoco tenemos una agricultura con la que frotarnos las manos como Murcia o Almería. Ni podemos fardar de una flota pesquera como la de Cádiz o Galicia.
Nos ha afectado, además, el hecho de que la contratación pública se haya paralizado en todo el país. Otra puerta cerrada para una localidad en la que las nóminas de los funcionarios alientan el comercio local. Y por si no fuera suficiente, están las constructoras de la península que vienen a trabajar aquí y se traen consigo a sus trabajadores.
Melilla es una ciudad donde el sector Servicios manda y para nadie es un secreto que el consumo cojea en toda España.
Lo vemos continuamente en los telediarios. El consumo no levanta cabeza entre los españoles. No porque de pronto nos hayamos levantado antisistemas y consumistas renegados. No. No consumimos porque de donde no hay no se puede sacar y los presupuestos familiares están tiritando. Hoy, por ejemplo, sube la factura de la luz.
La clase media española ha recibido un puñetazo en el estómago. Se ahoga, pero por primera vez parece que empieza a verse luz al final del túnel.
Puede que dudemos de lo que nos cuentan los políticos y los economistas caseros, pero el Fondo Monetario Internacional, que hasta ahora no había parado de tirarnos de las orejas, acaba de confirmar que los números no mienten. España se recupera.
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