Cuando un Gobierno no entiende su papel y se prodiga en autodesgastarse; cuando a la cabeza de algún partido político, en el gobierno o en la oposición, no hay visión de conjunto y sí de proyecto personal, lo papeles de los lugares que le corresponden, pueden tender a cambiarse.
Se produce un estado de tal confusión en el que adolecen los argumentos y predominan los gritos, las razones no fundamentan y los insultos dominan. Es el tiempo de la bajada sin frenos hacia el interés electoral en el que, prácticamente en ningún caso se trata de convencer al contrario, sino de obliterarlo, anularlo, borrarlo o tacharlo.
Es el tiempo en el que incluso lo más nimio o preclaro, lo que se da por sentado de antemano y de común acuerdo, puede ser motivo de controversia y desencuentro. Mucho más cuando los adversarios se confunden e incluso han llegado a este punto como socios.
Puede ocurrir que el gobierno se afane en desgastar a la oposición, fiscalizarla, mientras en su interior hay claros signos de derrumbe. Es lugar idóneo para las ideologías extremas, si es que tienen realmente ideología algunas formaciones de puro carácter sectario al ser más ufanas en demoler que en edificar.
Muchos de los momentos que se brindan a la opinión pública y en el ámbito de las sesiones regladas para la decisión de los asuntos que atañen a la generalidad de la gente, en los términos y modos que suceden, son más propios de un bar iracundo que una sede parlamentaria o asamblearia.
Y es así, o puede serlo, cuando al exigir la ejemplaridad de los cargos electos, con motivo de tal estado de dislate, se pierda por el sumidero la obligación y las consecuencias de no atender las obligaciones morales y éticas de la misma y predomine el “tu más” como razón de peso en el debate.
Jalean las tropas de bancada, algunos miembros callan o miran para otro lado en preminencia de su interés y a otra cosa que el escaño tiene muchos parabienes, no pocos competidores a él y el aura de una excelencia que demasiados casos, por desgracia, no se merece.
En tales circunstancias, por frecuentes indeseadas, se dispara a todos lados y aunque hay formaciones más entrenadas a “nadar y guardar la ropa o lavarla en casa” el espectáculo brindado no deja de tener interés ni tampoco de ser lamentable. Y de ahí, las consecuencias de asuntos que, siendo de verdadera incidencia en la vida de la gente, que es a quien se deben, se demoren hasta que acabe por asaltos el combate y decidan las urnas.
Es esa liturgia, quizás, más extremada que nunca y que da lugar a que por momentos los papeles puedan padecer cambiados.
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