Opinión

El paisaje decadente y desolador que nos deja la pandemia

No hace tanto en el tiempo, conceptos tan redundantes como ‘confinamiento’, o el ‘uso obligatorio de la mascarilla’, o el ‘distanciamiento social’, entre algunos, eran prácticamente ignorados por la amplia mayoría de nosotros. Actualmente, forman parte ineludible del glosario cotidiano, mientras el coronavirus se antepone inexorable y continúa afligiéndonos.

Sabemos que diversas pandemias han transitado a lo largo de la Historia, comenzando por la peste negra en la Edad Media, hasta desembocar en las enfermedades que arribaron en el Viejo Continente, y más tarde al otro lado de Atlántico, asolando la población autóctona de América. Según los analistas, expertos e historiadores, se estima que entre la gripe, el sarampión y el tifus, perecieron aproximadamente, entre 30 y 90 millones de personas.

En nuestros días, no son pocos los que desentierran del baúl de los recuerdos lo sucedido con la ‘Gripe Española’ (1918-1919); a la que le acompañó la ‘Gripe Asiática’ (1957-1958)) y, posteriormente, la ‘Gripe de Hong Kong’ (1968); el VIH desde la década de 1980; la ‘Gripe Porcina H1N1’ (2009-2010); el ‘SARS-CoV-1’ (2002-2004); el ‘Ébola’, detectado por vez primera en 1976 y con su mayor brote entre los años 2014 y 2016, respectivamente; el ‘MERS-CoV’ (2012-2015) y ahora, el ‘SARS-CoV-2’. Sin embargo, ninguna vez habíamos experimentado una cuarentena global, o que de manera vertiginosa esta situación nos reportase al Estado de Alarma. Sin ir más lejos, casi un tercio de la humanidad se halla en un atmósfera de post-confinamiento.

Y es que, en la cara de una misma moneda a nivel internacional, en su anverso, se cierran fronteras externas; además, de disponerse inspecciones internas, reproducirse el precedente de la seguridad y el control, o demandarse el aislamiento y distanciamiento social; mientras, en el reverso, quienes hasta no hace mucho amparaban las políticas de reducción del Estado, hoy enarbolan y refuerzan una argumentación en base a la inevitable interposición estatal, se detractan los programas de austeridad que sacuden de lleno la salud pública, y así, podría extenderme con un largo etc.

Sin querer rozar el pesimismo, resulta difícil cuestionarse que en términos del sistema económico y social, algo pueda ser como era en el pasado. El coronavirus nos proyecta a un duelo, en el que interesan las apuestas de los contendientes: pensar en la sociedad de aquí en adelante, o cómo dejar atrás la crisis que padecemos; o qué modelo de Estado requerimos para recuperar mínimamente la normalidad. Y por si no bastase lo que converge en torno a una espiral viciada, se trata de entrever el futuro de la civilización que podría estar al borde del colapso sistémico.

Luego, con estos mimbres, el escenario epidemiológico nos ofrece lecciones dolorosas de asimilar y, a su vez, con las que hilvanar algunas hipótesis acerca del entorno presumible que se nos presenta con un horizonte brumoso, más el añadido, de los escepticismos derivados de la campaña de vacunación.

Ante esto, reformulando una perspectiva que dilucide la balanza de los pros y contras que se anteponen, existe un intento de regreso al Estado Social, porque las medidas empleadas comportan una participación resuelta de los Gobiernos, lo que acarrea tomando la colaboración de actores dinámicos como Francia y Alemania, hasta Administraciones con una contrastada vocación liberal como Estados Unidos. Toda vez, que el laberinto derivado de la pérdida de empleo es de tal calibre, que los economistas más liberales contemplan la coyuntura de un segundo ‘New Deal’ (1933-1938).

“El escenario epidemiológico nos ofrece lecciones dolorosas de asimilar y con las que hilvanar algunas hipótesis acerca del entorno presumible que se nos presenta, con un horizonte brumoso y los escepticismos derivados de la campaña de vacunación”

A medio y largo plazo, el interrogante que por activa y por pasiva sigue candente, ¿qué esferas se sienten más favorecidas, y a cuáles les perjudica menos las políticas para restablecer los sectores sensibles de la economía?

Ni que decir tiene, que la anomalía sanitaria viene seguida de mayores controles sociales que se hacen ostensibles en numerosos estados, bajo la artimaña de la violación de los derechos humanos, así como de la movilización militar de los territorios, o de la contención de las zonas más desamparadas.

Realmente, antes que una sociedad de vigilancia digital al modo asiático, lo que se descubre es el florecimiento de un patrón de observación menos sofisticado, y puesto en escena por las diferentes Fuerzas de Seguridad, en nombre de la guerra contra la pandemia que asesta a las partes más sensibles.

Indiscutiblemente, los estados periféricos a diferencia de los semiperiféricos, tienen mucho menos recursos, por más medidas de índole progresista que se formalicen. Todo parece apuntar, que el remedio es integral y precisa de un enfoque radical de las relaciones, en el trazado de un multilateralismo democrático que dibuje la plasmación de estados nacionales, en los cuales, lo social, ambiental y económico, se muestre interrelacionado y en el centro de gravedad de la agenda.

La epidemia evidencia el peso de las desproporciones sociales y la predisposición al centralismo de la riqueza que hay en el planeta. Esto ni mucho menos es algo novedoso, pero sí que conlleva una profunda reflexión sobre las escapatorias que otras crisis globales han arrastrado.

En esta misma línea, la referencia más cercana que aparece con idénticos visos, pero sin la repercusión del virus y con peculiaridades distintas, es la que atañe al año 2008, ocasionada por la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos de orden financiero, y como no podía ser de otra manera, proliferando rápidamente a otros lugares para erigirse en una sacudida económica de proporciones indescriptibles.

Así, la reconfiguración fue regresiva, porque aunque la economía volvió a reponerse, el 1% de los más ricos dio un salto y la grieta de la desigualdad aumentó. Recuérdese al respecto, el surgimiento en 2011 de una rama de la acción de protesta ‘Movimiento 15-O’, denominada ‘Occupy Wall Street’, cuyo lema era ‘somos el 99%’.

Lo cierto es, que millones de personas perdieron sus viviendas, quedaron empobrecidas y sin empleo, el desnivel en la desigualdad se socavó, los procedimientos de ajuste y la desinversión en salud y educación se propagaron, algo que revela de modo catastrófico un estado como Grecia, pero, que apremiantemente se ensanchó a España, Italia e incluso, Francia.

Ya, en las inmediaciones del ‘Foro Económico Mundial’ celebrado en enero de 2020, un ‘Informe de Oxfam’ consignaba las políticas monetarias asimétricas, advirtiendo la senda del Banco de la Reserva Federal estadounidense y la europea, al tiempo, que los de China y Japón hacían lo propio.

Indudablemente, todo lo anterior desencadenó grandes inestabilidades esmaltadas por la irrupción de partidos y liderazgos totalitarios y autocráticos, con una derecha anárquica y opresora que incluye desde el ‘Tea Party Mowement’, como movimiento político estadounidense de derecha, centrado en una política fiscalmente conservadora y definido por el originalismo o vuelta a los orígenes filosófico-constitucionales de los Estados Unidos, como el llevado a cabo por el expresidente Donald Trump (1946-74 años); o desde Jair Bolsonaro (1955-66 años) hasta Scott Morrison (1968-52 años); o Matteo Salvini (1973-48 años) hasta Boris Johnson (1964-56 años), entre algunos.

Conjuntamente, si hasta no hace demasiado se distinguía que Latinoamérica transitaba en dirección contraria al proceso de radicalización en clave derechista, y que hoy franquean Estados Unidos y Europa con sus efectos en la acentuación de divergencias, xenofobia y antiglobalismo, hay que indicar con inquietud el alzamiento de otras corrientes que barren las regiones del continente americano.

Si inicialmente sostuve que la reconfiguración social, económica y política inmediatamente a la crisis de 2008 alcanzaba los peores pronósticos, es preciso detenerse sucintamente en los elementos ambientales de la pandemia.

En la actualidad, se analizan en varios artículos avalados por estudios científicos, que los virus que golpean a la humanidad están directamente relacionados con el desmoronamiento de los ecosistemas, el agotamiento de la superficie forestal y el comercio de animales silvestres para el montaje de monocultivos. No obstante, da la sensación que la atención del patógeno y las estrategias adoptadas, no han complementado este eje central en sus discursos.

Acaso se ha oído alguna alusión en los mensajes de Enmanuel Macron (1977-43 años), o Angela Merkel (1954-66 años), o en la complejidad ambiental que está detrás de todo ello, con alguna política perseverante y protectora y con toma de decisiones en un Comité de Expertos. Los fundamentos socioambientales del contexto epidemiológico prueban que el enemigo no es en sí mismo, el virus, sino aquello que lo ha motivado.

Si concurre un enemigo común y mortífero, ese es nada más y nada menos, que el prototipo de globalización depredadora y la dependencia implantada entre el capitalismo y la naturaleza. Si bien, la temática que deambula por las redes sociales y los medios de comunicación, curiosamente no entran en las agendas políticas. Por lo tanto, esta ofuscación epistémica, engendra una apología bélica sin precedentes.

La difusión de alusiones agresivas y la resonancia de la ‘Segunda Guerra Mundial’ (1939-1945), enhebran los discursos de Macron, Merkel y hasta Xi Jinping (1953-67 años). Algo que se calca en el presidente argentino Alberto Fernández (1959-62 años), quien habla del enemigo invisible. Objetivamente, podría avivar la cohesión de una sociedad ante la sospecha del contagio y la muerte, pero no ayuda a concebir la fuente del asunto, sino a esconderlo; además, de aclimatarse y prosperar en el control social de aquellos puntos distinguidos como ambiguos.

El alegato bélico enmaraña y disfraza las raíces enquistadas, embistiendo los síntomas que aclararían la realidad, pero no la génesis que tiene que ver con el carácter de sociedad establecida por el capitalismo neoliberal, con el suplemento de la extensión de las fronteras de explotación y en este molde, por el intercambio de animales silvestres que proceden de ecosistemas empobrecidos.

Por último, el menester bélico se aúna más al miedo que a la solidaridad, conllevando el incremento de la vigilancia ante la infracción de los mandatos dictaminados por las autoridades, al objeto de impedir la propagación de los contagios, que dan cuenta de la confabulación entre la apología violenta y la figura del ciudadano policía, convertido en centinela y presto a delatar el menor traspié de las normas de obligado cumplimiento citadas al comienzo de esta narración.

En definitiva, es imprescindible posicionarse en los factores ambientales de la pandemia, junto con los sanitarios e implementarlos en la agenda pública. Lo que nos reforzaría positivamente a responder en la lucha de la crisis climática.

Con lo cual, el coronavirus nos aloja en una encrucijada irresoluta, de cara a otras alternativas políticas y éticas, que nos permite reflexionar desde otro panorama, tanto en términos de la prospectiva territorial y de los liderazgos públicos como en los geopolíticos.

O bien, nos encaminamos a una globalización neoliberal más arbitraria, reflejo del paradigma de la seguridad y la vigilancia digital apostada en el modelo asiático, aunque menos tergiversado y en el indicativo de un capitalismo del caos.

O sin dejarnos llevar por una mirada ingenua, el desequilibrio reinante podría abrir un resquicio en la construcción de una globalización más democrática, por el camino del reconocimiento de la solidaridad y la interdependencia como vínculos sociales e internacionales, como de políticas públicas conducentes a una nueva alianza ecosocial y económica, que simultáneamente acometa la justicia social y ambiental.

No ha de soslayarse, que en este entramado podrían generarse procesos de liberación cognitiva, lo que daría pie a la transición de la conciencia de los afectados potenciales. Pudiendo vencer el pesimismo o la inactividad y haciendo creíble aquello que hasta hace poco era inconcebible. En otras palabras: significa percatarse que la suerte no está echada y que quedan circunstancias para un ejercicio transformador en medio del naufragio.

Lo peor que podría suceder es que nos quedemos de brazos cruzados movidos por la insinuación que las cartas están marcadas, y ello, irremediablemente nos reporte a la pasividad o el entumecimiento, premeditando que no merezca la pena pretender ayudar en las metodologías sociales y políticas que se despliegan, así como en las agendas públicas que se están estableciendo. Amén, que nos hallamos ante en una etapa extraordinaria de crisis sistémica y que el paisaje eclipsado y amargo no está concluido, como de hecho persiste en discordia.

En esta envolvente, algunas puertas deben clausurarse, como por ejemplo, no admitir un desenlace como el acaecido en el año 2008, que favorezca a las partes más concentradas y contaminantes. Y otras puertas habrían de inaugurarse y paralelamente fortalecerse, tanto para fraguar la salida de este trance, como para conjeturar otros mundos operables. Se trata de plantear posibles escapatorias a la globalización que contradiga el detrimento de la naturaleza y de los ecosistemas, como a la noción de sociedad y las trabas sociales manifiestas por el interés particular, o la mercantilización y la falacia de la autonomía.

Llegados hasta aquí, los postulados de ese lenguaje han de ser la consolidación de la moderación, como marco sociocognitivo y la culminación de un pacto social y económico. Para ello, es fundamental valorar el respeto del otro y tener conciencia que la supervivencia es una necesidad vital que nos concierne e involucra como seres sociales.

“Hoy, no son pocos los que desentierran del baúl de los recuerdos  lo sucedido con la Gripe Española, a la que le acompañó la  Gripe Asiática y, posteriormente, la Gripe de Hong Kong; el VIH; la Gripe Porcina H1N; el SARS-CoV-1; el Ébola; el MERS-CoV y ahora, el SARS-CoV-2”

Sus aportaciones nos ayudan a reconsiderar los nexos entre lo humano y lo no humano, debatiendo la conceptuación de autonomía que ha creado la idea moderna del mundo y la ciencia, instalando en el foco generalidades como la interdependencia, correspondencia y complementariedad.

Esto encarna reclamar que los quehaceres diarios emparejados al sostenimiento de la vida y su reproducción, han sido históricamente burlados con el capitalismo y, más aún, por excelencia conforma el argumento ecológico.

Allende a la imagen de aparente autonomía a la que lleva el individualismo liberal, hay que interpretar que somos seres interdependientes y desechar los espejismos antropocéntricos e instrumentales, para regresar al pensamiento que formamos un todo, con los otros y con la naturaleza. A este tenor de desdicha humanitaria a escala global, el cuidado no solo doméstico, sino también sanitario como cimiento de la sostenibilidad de la vida, adquiere un mayor alcance.

Primero, porque comprende una revalorización de la responsabilidad del personal sanitario, hombres y mujeres, médicos, epidemiólogos, intensivistas y generalistas, enfermeros, etc., que desafían el día a día de la pandemia, con las limitaciones, quebrantos y carencias de cada estado, al mismo tiempo, que interpela el abandono de la lógica mercantilista y un redireccionamiento de las investigaciones en las funciones de asistencia y cuidado. Y, segundo, las exposiciones y experiencias acumuladas de los equipos de la salud, serán cada vez más indispensables para encasillar en la agenda pública la complicada conexión evidente entre la salud y el medio ambiente, con miras al trastorno climático.

Irremisiblemente, nos esperan otras pandemias, al igual que la diseminación de padecimientos asociados a la contaminación y decadencia del cambio climático. Pese a la intensa mercantilización de la salud a la que estamos asistiendo en los últimos lapsos, la medicina no ha perdido su dimensión social y sanitaria.

En consecuencia, la incidencia del SARS-CoV-2 sigue al alza y la velocidad de los contagios se incrementa en la población con edades comprendidas entre los 25 y 59 años; tendencia atribuida a las resultantes perjudiciales de las variantes del coronavirus que circulan a sus anchas.

Retrocediendo en los meses transcurridos desde que se desencadenase esta pesadilla, se confirma un antes y un después en la divisoria de los decesos a nivel mundial: hicieron falta nueve meses para alcanzar la cifra dramática de un millón de extintos; otros cuatro meses, para rebasar los dos millones y tres, para sobrepasar lo que al cierre de este pasaje se contempla como el techo de cristal: 3.061.478 fallecidos.

Hoy por hoy, el COVID-19, es el desafío en toda regla desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Y los antídotos para contrarrestarlo han traído aparejado la peor recesión económica desde la Gran Depresión (1929-1939).

En este entorno indeterminado y con una incontrastable ausencia de coordinación política ante el avance fluctuante del patógeno, consiente que ha asestado un duro revés al entresijo multilateral, no son pocos los que porfían si el escenario que trascenderá de todo, será reminiscente a la etapa siguiente de la Primera o Segunda Guerra Mundial. Porque, en el fondo de la cuestión, no se trata de poner cerrojos a las fronteras y a cuantas indirectas se entrecruzan en el tablero geoestratégico entre los Estados Unidos y China.

Si acaso, este sesgo nacionalista y unilateral va a contramano del protagonismo que los norteamericanos asumieron para levantar organizaciones como la ONU, o lograr acuerdos como el ‘Bretton Woods’ (1944); e incluso, arrimar el hombro para reconstruir Europa con el ‘Plan Marshall’ (1948-1952). En cambio, otros van más allá y sugieren que sin una implicación activa de la primera potencia mundial, con una caída económica histórica y tiranteces entre los países, el cuadro que se perfila se parece al período de ‘entreguerras’ (1918-1939).

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