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Ouariachi, el señor de Sidi Ouariach

Qué humor tiene este señor, se ríe de su sombra. Es marroquí a mucha honra y presume de ello.

Y también se siente español porque, no en vano, se ganó la vida en Barcelona como buen emigrante; emigrante de los especialmente buenos, de aquellos que se integran en las culturas de acogida sin olvidar sus mejores raíces y, por supuesto, perfectamente documentado, como aquellos españoles que se iban a la Germania en los 40 y los 50. Ha vuelto a casa contento, como los hombres honestos que buscan el delta del río de la vida en tierra propia para disfrutar de ella, o sea, de la vida.
El señor don Ouariachi Mohamed es el responsable del cementerio marroquí de Sidi Ouriach, su tierra de origen y nacimiento. Se encarga de cumplimentar todos los penosos trámites de un hecho luctuoso. A pesar de su arraigado buen humor, tiene que olvidar su talante natural, que tiende a lo socarrón, para cumplir una labor que no tiene nada de gracia. No es sólo orquestar la construcción y preparación del túmulo funerario, es también mantener el morabito y dar un beso o un abrazo a los dolientes y deudos en el peor de sus momentos y Ouariachi sabe hacerlo a las mil maravillas y, lo que es más importante, de corazón.
Hay que tener presencia de ánimo para, día a día, ver cómo se despide a seres humanos, esos que no volverán jamás, esos que extinguieron el último hálito de vida. Ouariachi es tan ser humano como los dolientes, se conmueve, incluso llega a llorar pero en su sesera sólo hay un objetivo: Hacer bien el trabajo, no fallar, conseguir que todos los asistentes al acto funerario abandonen el camposanto tristes, como es lógico, pero agradecidos por las atenciones prestadas.
El sujeto y gran señor, sidi por excelencia, Ouariachi divide su vida entre su amado Marruecos y su amada Melilla y, cada vez que puede, se da un rule por las tierras de la Corona Española para tomarse un cafetito en Casa Angelita, o sea, en la Confitería España. Pero no sólo es café lo consumible, sino charla, chascarrillo y amistad. Una media hora de ambiente entrañable que deriva inexcusablemente en los chistes verdes, auténticas salvajadas. Cuando escucha las barbaridades que se cuentan se pone como un semáforo en rojo y se ríe a mandíbula batiente.
Canoso, con mostacho tan cano como poblado, Ouariachi ve cómo la vida puede transcurrir plácidamente haciendo ejercicio diario de la amistad y de la bonhomía. Se trata de dormir todos los días con la conciencia tranquila, cosa nada fácil, por cierto. Él puede porque sabe. Respeta y ama a su familia, por ellos se deja hasta el último gramo de oxígeno que respira.
 Ahora bien, que no le hablen de mujeres porque, queriendo como quiere y respetando como respeta a su santa, se pone de los nervios y se retuerce como una salamandra hasta decir ¡jachoma! Y mandar callar a su contertulio. Es una suerte y un honor saber que se cuenta con la amistad leal de un señor como don Ouariachi Mohamed.

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