Un preso se ha escapado este mes de la cárcel de Melilla durante un permiso reglamentario. De momento tres fuentes distintas dan fe de que no ha regresado a la cárcel y otras consultadas por El Faro lo sitúan en Marruecos. De confirmarse, sería la segunda vez, en menos de un año, que un recluso que cumple condena en la ciudad huye al país vecino tras salir de la prisión con la autorización de Instituciones Penitenciarias.
Algo similar ocurrió en septiembre de 2021, cuando tres reclusos marroquíes, con orden de expulsión de España, salieron con un permiso de la prisión local y se marcharon en motos de agua a Marruecos.
En ese caso, muy sonado en la prensa nacional, los presos se pagaron 'el billete' en la moto de agua con el sueldo que cobraban por trabajar en la cárcel. Lo tenían todo planificado. Antes de salir del permiso retiraron todo el dinero que tenían ahorrado.
De ahí que los sindicatos pidieran en ese momento que no se autoricen las salidas a reclusos marroquíes porque está claro que tienen muchas papeletas para no volver.
Hace poco, supimos también de una fuga espectacular de la cárcel de Melilla protagonizada por un interno llamado Bilal Momouni, que trepó por las paredes y se largó a ver a su madre el 15 de diciembre de 2020. La huida de este recluso terminó en sanción para los funcionarios que estaban ese día de guardia.
El caso es que, al menos que sepamos, entre finales de diciembre de 2020 y abril de 2022 se han producido 5 fugas de presos de la cárcel de Melilla lo que evidentemente invita a pensar que tenemos un problema de seguridad.
Si fuera un centro penitenciario ubicado en un municipio de las afueras, la cosa no tendría mayor relevancia, pero la cárcel de Melilla está a escasos 5 minutos del centro de la ciudad, en la zona del Monte María Cristina, un barrio donde sus vecinos se quejan continuamente no sólo de la prisión sino también de la incineradora que les ensombrece las vistas espectaculares que hay desde esta parte alta de Melilla.
El caso es que hay un problema en la cárcel y existe además la necesidad de resolverlo. Los sindicatos han declarado la guerra al director de la prisión, Francisco Rebollo, porque consideran que su gestión deja mucho que desear, especialmente desde que a finales del año pasado, Rebollo se convirtió en el único director de prisiones de España que no solicitó el complemento de productividad extra para sus trabajadores.
Puede que él no lo haya hecho con mala intención, pero el mensaje que se envía a una plantilla cuando se le niega un complemento que reciben el resto de trabajadores de toda España es que su trabajo no ha estado a la altura. Eso en tiempos de covid significa que no ha habido implicación ni sobreesfuerzo durante la pandemia. ¿Es que han dado el mínimo?
Rebollo se ha defendido asegurando que en años anteriores, la concesión de ese plus salarial a un trabajador y no a otros ha sido motivo de conflicto y que por eso decidió cortar por lo sano y sólo premiar el trabajo de los médicos y del equipo directivo de la cárcel.
La decisión desde luego es cuestionable, pero Instituciones Penitenciarias ha dejado en manos de los directores de las prisiones la decisión de premiar o no a los trabajadores. Él ha hecho lo que ha entendido, aunque por el camino haya incendiado los ánimos del equipo con el que está obligado a trabajar.
Todos los sindicatos de la cárcel de Melilla piden el cese del director. Es una situación difícil para la Administración porque hacer lo que piden los sindicatos sienta un procedente peligroso. Pero dejar las cosas estar, no parece una solución sensata.
No dudo que en todos los centros penitenciarios del mundo se dan incidentes a diario. Partimos de que tras las rejas hay delincuentes con un código ético y un margen de error, como mínimo, alejado de lo que marca el civismo.
Pero en los últimos meses trascienden incidentes registrados en la cárcel de Melilla que no se ven ni en las películas de Hollywood: que si un preso intenta electrocutar a un funcionario; que si un recluso escupe lejía en un ojo a un trabajador del centro penitenciario... Son cosas demasiado graves como para situarlo en un punto intrascendente del paisaje carcelario.
Repito, hay un problema por resolver en la cárcel de Melilla, justo cuando la prisión registra la menor población reclusa de su historia. ¿Cómo se explica entonces la ecuación de que con menos internos hay más conflictos? Eso por no hacer referencia a las condiciones sanitarias que denuncian los funcionarios y que ha llevado a una trabajadora a informar por escrito que en la zona donde se cambia de ropa encontró tres ratones dentro de su zapato.
Todavía no me explico cómo es posible que haya esquivado el infarto. Yo habría caído redonda en ese momento. También me habría dado un ictus si veo una rata descomunal pasearse por la cocina recién fregada de la prisión. Esas imágenes han trascendido y con esos truenos es difícil entender cómo es que aún sigue en pie ese centro penitenciario.
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