La agenda del ministro del Interior, con independencia del partido político que haya ganado de las elecciones, tiene periódicamente una cita ineludible con su homólogo marroquí. Se trata de un tradicional encuentro que siempre tiene entre los principales temas a tratar la inmigración ilegal y el crimen organizado, en el que también se incluye el terrorismo. Son reuniones en las que parece que no se acaba de encontrar una solución definitiva a los asuntos que se ponen encima de la mesa.
El resultado más inmediato, si todo transcurre según lo previsto, inicialmente será un mejor entendimiento entre los mandos policiales de ambos lados de la frontera y, por lo tanto, en una mayor colaboración por parte de los agentes marroquíes. Sin embargo, más adelante, pasado un tiempo, volverán a surgir las dudas sobre si nuestros vecinos hacen todo lo que está en sus manos, aunque de manera oficial se alabará la colaboración de la Policía marroquí y se suavizarán sus posibles errores u omisiones. Hasta que la situación justifique una nueva reunión, encuentro o cumbre que vuelva a poner las cosas en su sitio. El incremento del 50% registrado el año pasado en el número de inmigrantes que ha cruzado ilegalmente la frontera es uno de los motivos que justifican el viaje del ministro Jorge Fernández Díaz.
Parece como si las relaciones entre España y Marruecos estuvieran condenadas a recorrer interminablemente un circulo del que es imposible escapar. Da la sensación de que los responsables políticos de ambos países bailan una vieja e interminable danza con cuidado de no llegar a pisarse, siempre con la misma melodía y repitiendo idénticos pasos.
El resultado del encuentro, al margen de las diplomáticas felicitaciones y llamadas al entendimiento entre dos países vecinos, tendremos oportunidad de comprobarlo de primera mano en unos días observando qué nos llega o deja de llegar del otro lado de la frontera.
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