Josep Buades, coordinador del equipo de Frontera Sur del Servicio Jesuita a Migrantes, ha explicado a El Faro que es posible que los entre 600 y 800 tunecinos que tenemos en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Melilla (CETI) no sean trasladados a la península para evitar un roce diplomático con Francia.
En teoría, los nacionales de Túnez, que han participado activamente en las protestas que han tenido lugar en el CETI, deben salir de la ciudad para regresar a su país, pero en la práctica se da por hecho que en cuanto toquen tierra en la península, van a enfilar hacia la frontera francesa en un visto y no visto.
Algo similar estaría ocurriendo con los egipcios varados en el CETI, que están deseando seguir camino hacia el Reino Unido, pero el Ministerio del Interior de Grande Marlaska lo impide para evitar, cómo no, otro conflicto diplomático con el gobierno británico.
En Madrid están tan pendientes de quedar bien con los de fuera, que se les olvida que con quien de verdad deben quedar bien es con los melillenses. Nosotros somos los que vamos a depositar el voto en las urnas en las próximas generales y espero que aquí a nadie se le olvide que si hoy tenemos el coronavirus hasta en la cárcel es por el incumplimiento flagrante de los protocolos de sanidad en un CETI lleno hasta la bandera, donde las personas con positivo en COVID comparten lugares comunes con las sanas y salen por Melilla a darse un paseo sin que nadie se plantee impedirlo.
Sabemos perfectamente que es difícil proponer a Europa que vamos a meter a todos los tunecinos, argelinos y marroquíes que tenemos hacinados en Melilla en un barco y los vamos a poner en ocho horas en Málaga. Vale, es comprensible que la UE nos exija responsabilidad porque al haber libertad de movimiento en el espacio Schengen y una crisis brutal de empleo en España, evidentemente los inmigrantes utilizarán nuestro país como tránsito hacia los países nobles (¿frugales?) de la Unión.
Pues digo yo que será más fácil preguntarle a Europa qué hacemos con toda esta gente varada en Melilla o podemos ser más directos aún: qué hacemos para ayudar a Melilla. No pueden seguir tratándonos como un almacén de esperanzas. Hay que solucionar de una vez el problema de hacinamiento que tiene el CETI en plena pandemia.
Entiendo que la ministra socialista de Exteriores, Arancha González Laya, haya salido corriendo para Túnez en cuanto se ha formado Gobierno con el ‘dossier de Melilla’ bajo el brazo. La inestabilidad política que vive este país ha impedido llegar a un acuerdo de repatriación de los entre 600 y 800 tunecinos que siguen varados en una nuestra ciudad, muchos de ellos con una orden de expulsión que su país se niega a aceptar, pero la verdad es que no nos sirve de nada saber que plantean nuestros problemas y no logran encontrarles soluciones. Me niego a pensar que no hay salida a nuestra situación.
Mientras tanto, tenemos en el Comarcal el primer niño nacido de una madre positiva en COVID-19. Tenemos el virus ya en la cárcel porque algún listo de esta ciudad determinó que no era importante hacerle las pruebas PCR a los 33 inmigrantes detenidos tras el motín del CETI, que ingresaron en el centro penitenciario local, a sabiendas del descontrol sanitario que hay en el centro y del incumplimiento de cuarentenas por falta de espacio físico.
Hay nueve personas positivas de coronavirus ingresadas en el hospital de Melilla y ya llevamos tres fallecidos. ¿Qué más tiene que pasar aquí para que alguien dé explicaciones y asuma responsabilidades? ¿A qué están esperando, a conseguir a la fuerza la inmunidad del rebaño?
La gestión de la segunda ola del coronavirus en la ciudad está siendo nefasta. Todos pasaremos el virus antes o después. Si bien las personas jóvenes somos más resistentes a la enfermedad, lo que de verdad preocupa, además de nuestros mayores, es nuestra economía y la necesidad de no llegar al extremo del confinamiento para salvar los pocos negocios que siguen en pie en nuestros barrios y el centro.
El ocio nocturno, los bares, la frontera, el puerto… Todo está de capa caída y seguimos preocupados por la reacción diplomática de Francia o de Reino Unido. Las soluciones no pueden ser una promesa eterna. En algún momento tendrán que hacerlas, cumplirlas o dimitir, que también es una salida que, entiendo que a estas alturas, más de uno debe estar barajando en el Gobierno del cambio.
A nuestro súperconsejero no le está yendo bien la cosa. No da abasto. Está desbordado. La COVID-19 le ha pasado por encima y lo ha dejado fuera de juego. Tampoco es que sus compañeros de partido se maten por echarle una mano y ni te cuento de los adversarios políticos o de los socios de Gobierno. Mohamed Mohand Mohamed está en caída libre y nadie quiere acercarle un paraguas para que amortice el aterrizaje y consiga remontar el vuelo en plan Mary Poppins. Es el precio de querer liderar algo que hoy hemos comprobado que se le queda grande. Para escalar en política, lo mejor, es hacerlo con nocturnidad y alevosía. Lo que el ojo no ve, la envidia no lo desea. Pintan bastos.
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