Opinión

El octogenario de la Casa Blanca al que los dedos acusadores culpan a su edad

Cuando el 13/VII/2024 se coronaba a la tarima del estrado para dirigirse con el ímpetu que le caracteriza a sus más incondicionales acérrimos reunidos en un discurso electoral, expositivo y persuasivo en Butler, Pensilvania, Donald Trump (1946-78 años), jamás presagiaría que saliese indemne, cuando escasos minutos más tarde una bala disparada por un desconocido que cayó abatido por francotiradores del Servicio Secreto, atravesara su oreja y por escasos centímetros todo quedase en un sobresalto.

Así de fulminante sería la secuenciación de lo que estaría por acontecer. Tan sólo un santiamén en el tiempo y unos movimientos de cabeza, lo preservaron de un fallecimiento insospechado. Inmediatamente y como es sabido, su reacción con el puño elevado en alto impulsando a sus incondicionales a combatir, mientras su escolta lo desalojaba del escenario, han reforzado en los últimos días su imagen y candidatura.

Lo cierto es, que para Trump y Estados Unidos, esta ha sido una semana enardecida y, a su vez, angustiosa en sus avatares. El exmandatario se salvó por los pelos y de inmediato recibió un sinfín de muestras y recados de apoyo por parte de la órbita política, incluido el Presidente Joe Biden (1942-81 años).

La sacudida de este posible crimen malogrado estacionó durante unas horas la contienda política a la expectativa de tener más datos en cuanto a los frutos de la investigación y las causas que condujeron a un joven del que nadie parece saber casi nada, a pretender y poco más o menos conseguir, el que se hubiera convertido en el quinto intento de asesinato de un Presidente de Estados Unidos.

Pero han transcurrido las semanas y los enigmas prosiguen junto al aluvión de reprobaciones al Servicio Secreto. Luego, cabría preguntarse: ¿cómo pudo un francotirador situarse en la cubierta de un edificio desde el que podía percutir con su rifle a sus anchas contra el ex presidente? Como del mismo modo, ¿por qué se consintió a Trump arrancar con total normalidad el mitin, cuando los allí presentes ya habían avisado de la presencia de un sujeto armado?

Para desconcierto de muchos, cuando el director del FBI se pronunció ante el Congreso que el autor de los hechos había sido reconocido como sospechoso una hora antes de que se iniciara la concentración por su conducta errática, la exacerbación de los republicanos resultó irreprimible y solicitaron en cadena la dimisión drástica de la directora del Servicio Secreto. O séase, el Cuerpo de Seguridad que tiene como única encomienda salvaguardar y defender a los Presidentes.

Quedando en el tintero la investigación, a las pocas horas del conato de magnicidio el torbellino de la política estadounidense volvió a rodar. Primero, en Milwaukee, en el Estado de Wisconsin, se abrió la Convención Nacional Republicana en un contexto enloquecido y triunfalista por el delirio acumulado de que Trump hubiera sobrevivido. Éste retornó con una venda en la oreja y describió que estaba salvo “porque tenía a Dios de mi lado”, dotándose de aires menos desagradable y más humano. Ni que decir tiene, que la venda se ha convertido en el emblema de resistencia y muchos republicanos se la ponen como signo de solidaridad.

Posteriormente, Trump, cuya ventaja sobre Biden en las encuestas se ampliaba, comunicaba a bombo y platillo que el senador por Ohio, era designado para compartir junto a él como aspirante a la vicepresidencia. Ello, al objeto de ser contemplado como una seria apuesta en el tablero hacia la Casa Blanca, encandilando y conquistando a los electores más bisoños, poco enganchados con Trump, así como para recopilar algunos votos en los estados rurales del medio oeste y que en definitiva serían fundamentales en los resultados de la votación.

Mientras tanto, la camarilla demócrata seguía siendo una jaula de pleno alboroto, con cada vez más congresistas reivindicando abiertamente a Biden, que descartara su proposición a postulante para dejar vía libre a un líder más joven y con más expectativas de cara a Trump. Si bien, éste hacía hincapié en que el elegido es él.

“En el marco inestable que se encuentra Biden, se ha producido la crónica de una muerte anunciada. Ello, en su tentativa de continuar diligente y ágil en su competición particular para ser ratificado hacia la Presidencia”

Sin lugar a dudas, según las esferas norteamericanas, una de las que más dinámicamente pretendía que Biden cediese es la congresista por California, con protagonismo en el partido y que desconfía perder su lugar en el Congreso, remolcada por el desplome de la notoriedad de Biden. Y si su contrincante, Trump, emprendió la semana considerando su candidatura pródigamente fortalecida por su plante convenido en el atentado, Biden sostendría unos días repletos de importantes reveses.

Me explico: tras su participación en un acto en las Vegas se le diagnosticó de coronavirus, lo que le impuso aislarse del público, haciéndolo en Delaware. El alcance de la noticia no podía ser más inesperado. Mientras Trump volvía con las pilas cargadas en Milwaukee, entronizado como el dirigente ducho que no se amedrenta, ni ante las balas que lo habían dañado unas horas antes, Biden habría de interrumpir su calendario de campaña, justamente cuando tanteaba meterse en la cintura al electorado de que continúa estando en plenas condiciones para gobernar el país. Y es que, pocas contradicciones hay más perjudiciales para alguien a quien una extensa mayoría de los encuestados perciben como demasiado longevo para el deber de Presidente, no consiguiendo librarse del retrato de ancianidad que dejó su debate contra Trump el 27/VI/2024.

Por si fuera poco, el diario estadounidense ‘The Washington Post’, informaba que el ex presidente Barack Obama (1961-62 años), actualmente el demócrata más acreditado, había señalado en charlas privadas que Biden debía recapacitar sobre su candidatura, ante sus cada vez mínimas probabilidades frente a Trump. Conjuntamente, horas más tarde, hacía lo mismo ‘The New York Times’, refiriéndose que el Presidente comenzaba a reconocer que a la postre no podría ser el aspirante.

Por aquel entonces y todavía apartado por el virus, hubieron de ser los integrantes de su propio equipo quiénes avalasen que permanecía en la carrera “hasta el final”. Con la Convención Demócrata en Chicago pisando a fondo para el 19 de agosto, el partido disponía cada vez de menos tiempo para resurgir del galimatías en el que estaba inmerso. Y mientras, en Milwaukee, Trump, cristalizaba su arenga de aprobación como el elegido republicano y redoblaba a una masa apasionada y rendida a su antigua palabra de “hacer a América grande de nuevo”.

Con estas connotaciones preliminares, en medio del desbarajuste y turbación en que se ha situado la política norteamericana, sea como fuere, la de Trump, es una embarcación que avanza a todo motor en dirección al objetivo a reconquistar: la Casa Blanca. En cambio, en el marco inestable que se encuentra Biden, se ha producido la crónica de una muerte anunciada. Ello, en su tentativa de continuar diligente y ágil en su competición particular para ser ratificado hacia la Presidencia.

A día de hoy, el elenco de discursos presidenciales derivados desde el Despacho Oval, sellan instantes memorables en los que sus ejecutores se dirigen a los conciudadanos envueltos en serias dificultades nacionales o, tal vez, para realizar anuncios de enorme peso. Dicho esto, en esta ocasión era la cuarta vez que Biden optaba por este simbólico entorno para dirigirse al pueblo americano. Esto desenmascara la coyuntura insólita que subyace, fruto del resentimiento que dos de esos momentos se produzcan en el intervalo de una semana y media: la anterior, el 14/VII/2024, día subsiguiente de la intentona de atentar contra Trump. Las otras dos, para aludir el asalto de Hamás en Israel el 7/X/2023 y celebrar la conformidad de un acuerdo presupuestario entre ambas fuerzas políticas, que extendió el techo de deuda hasta enero del próximo año. Y al hilo de lo anterior, en sus doscientos cuarenta y ocho años de Historia de Estados Unidos, cuatro presidencias terminaron anticipadamente por asesinato. Otra, la de Richard Nixon (1913-1994), se derrumbó bajo la propulsión del escándalo del Watergate (17-VI-1972/9-VIII-1974).

La de Lyndon B. Johnson (1908-1973), se esfumó por su renuncia. Es el antecedente más explícito en la reminiscencia más reciente al caso de Biden, porque Johnson satisfizo igualmente no presentarse a un segundo mandato. Y lo forjó hostigado por la funesta Guerra de Vietnam (1-XI-1955/30-IV-1975), además de sus cuestiones de salud y la impresión de desunión con una generación de electores. Y en contraste a lo sucedido en estos últimos días, tomó la decisión antes que Biden.

Aquel 31/III/1968, a escasos siete meses para las Presidenciales, se lo manifestó a sus paisanos en un discurso emitido de cuarenta minutos. Pero la explosión que aquello englobaba en su interior, llegó sin advertencia. Johnson, comenzó haciendo memoria de los “hijos de Estados Unidos en los lejanos campos de batalla”, especificando la sacudida interna del país y matizó que a partir de ahora se dedicaría a “los maravillosos deberes de la presidencia”. Toda vez, que haciendo una pausa y por unos segundos, millones de individuos no supieron qué pensar al respecto. Entonces, agregó: “En consecuencia, no buscaré ni aceptaré la designación de mi partido para otro mandato”.

A esas frases le acompañaron algunos de los meses más trémulos en la vida política norteamericana: los crímenes del senador Robert Kennedy (1925-1968) y del reverendo Martin Luther King (1929-1968), más la jadeante Convención Demócrata de Chicago, en la que los delegados se enfrentaron cuerpo a cuerpo, mientras a las puertas una multitud exaltada gritaba por el conflicto bélico y los antidisturbios se empleaban a fondo. Y por último, el claro triunfo en las urnas de Richard Nixon sobre Hubert Humphrey (1911-1978). Curiosamente, hoy da la sensación de que los demócratas están dispuestos a sortear la rehechura de ese episodio ocurrido, implorando una y otra vez, en el que otra conflagración, la de Israel en Gaza, perjudica gravemente la estampa de Biden entre los votantes más jóvenes. El apresurado cierre de filas en torno a la persona de Kamala Harris (1964-59 años), que obtuvo los delegados precisos en apenas veinticuatro horas, tras recibir el respaldo presto del Presidente, hace pensar que la próxima Convención de Chicago, no será tan crispada como aquella.

Llegados a este punto, Biden argumentó el pasado 24/VII/2024 su disposición de no presentarse a la reelección como el gesto de un elevado acto de generosidad y sacrificio propio por el bien de sus conciudadanos. “Venero este lugar, pero quiero más a mi país. La defensa de la democracia, que está en juego, es más importante que ostentar cualquier cargo”, expuso Biden en unas sentidas palabras desde el Despacho Oval, en el que asimismo preconizó las consecuciones de su mandato y precisó los ejes cardinales para los seis meses que todavía le quedan al frente de Estados Unidos. “Me da fuerza y alegría trabajar por el pueblo estadounidense”, añadió. “Pero la sagrada tarea de continuar perfeccionando nuestra Unión no puede ir sobre mí. Trata de usted. De su familia. De su futuro. De Nosotros, el pueblo”.

Biden mostró su versión de superación como la fórmula de la visión americana de “un chico tartamudo de humildes orígenes”, que en una de sus madrugadas más espinosas trasladaba un mensaje apremiante: “Estados Unidos tendrá que elegir entre avanzar o retroceder, entre la esperanza y el odio, entre unidad y división. La historia está en vuestras manos. El poder está en vuestras manos. La idea de América queda en vuestras manos. Sólo tenemos que mantener la fe, mantener la fe y recordar quiénes somos”.

Fueron algo más de diez minutos colmados de reseñas históricas, en los que pretendió contemplarse en las huellas dejadas por Franklin Roosevelt (1882-1945) o George Washington (1732-1799), pero ni mucho menos se olvidó de la descripción literal de América de Benjamin Franklin (1706-1790): “Una república, siempre que sepamos mantenerla”. “Ha sido el gran privilegio de mi vida servir a esta nación durante más de cincuenta años”, pronunció sobre su trayectoria política. Aquella, era la primera intervención formal del Presidente, desde que el 21/VII/2024 expusiese en la red social X, su parecer de no comprometerse en conservar su candidatura y designar como su sucesora a la vicepresidenta Harris, a la que puntualizó como una compañera de viaje “experimentada, dura y capaz”.

Este discurso plegaba filas a una de las páginas más dificultosas de la su dilatado recorrido político. Pues la renuncia había venido en las postrimerías de las semanas que persistieron a su desafortunado debate presidencial con el aspirante republicano, tras el que se redoblaron los muchos prejuicios sobre las capacidades físicas y mentales de una persona de 81 años para salir confirmado en las urnas y ejercer la que quizás, sea la labor más compleja durante cuatro años más.

"Al ardor que precedió a su renuncia, Biden ha sido testigo directo de asistir a su propio réquiem político y durante el que apenas no cuesta concebir como una de las semanas más arduas de su vida"

Aquel 27/VI/2024 en Atlanta, también se tendió el abanico para que apreciables integrantes de su partido, como afiliados veteranos, medios de comunicación y observadores, se lanzaran a la ofensiva insinuándoles, primero, para requerirle y más tarde, que recapacitara su decisión.

Definitivamente, hubieron de transitar veinticuatro días moribundos antes de que se venciera a la certeza: “He decidido que la mejor manera de avanzar es pasar el testigo a una nueva generación”, concretó con tono grave en horario de máxima audiencia para el que quiso hacerlo en presencia exclusiva de su familia. “Es el momento de dejar que se escuchen nuevas voces, voces más jóvenes”. La estrategia por la “defensa de la democracia” fue inquebrantable y pudo descifrarse como un testimonio apenas oculto a Trump, retratando con empeño a su adversario como una amenaza existencial. Y con anterioridad a la intervención en la Casa Blanca, su rival ya había alardeado de haberlo desterrado: “Hace tres días derrotamos oficialmente al peor presidente de la historia de nuestro país, el corrupto Biden”, ratificó tajantemente.

Queda claro, que el demócrata había extremado concienzudamente las palabras del texto. Setenta y dos horas apresuradas en las que Harris se garantizó los soportes indispensables para su designación como candidata presidencial, en medio de un alud de frenesí y el diluvio de millones de donaciones. Al ardor que precedió a su renuncia, Biden ha sido testigo directo de asistir a su propio réquiem político y durante el que apenas no cuesta concebir como una de las semanas más arduas de su vida.

A decir verdad, mientras trazaba con la asistencia de dos de sus más estrechos asesores el pasaje de su despedida, Biden dispuso del tiempo oportuno para analizar en profundidad las encuestas adversas y completó su decisión que guardó en secreto un minúsculo círculo cercano.

Con su renuncia, recula en su perseverancia de no tirar la toalla para su reelección, pero mantendrá los deberes y compromisos del resto de su presidencia. Una determinación que no ha tardado demasiado en recibir las reprensiones de los republicanos, que entienden que si no es apto para vencer en unas elecciones, igualmente lo está para continuar ejercitando ni una jornada más como Comandante en Jefe.

Decía literalmente Biden: “Durante los próximos seis meses me concentraré en hacer mi trabajo. Eso significa que continuaré reduciendo los costos para las familias trabajadoras y haciendo crecer nuestra economía. Seguiré defendiendo nuestras libertades personales y nuestros derechos civiles, desde el derecho a votar hasta el derecho a elegir”, agregó, en relación al aborto.

Biden lo ha sido, poco más o menos, todo y durante casi todo el tiempo operable en Washington: desde senador hasta vicepresidente y en último lugar, tal y como fue su ilusión desde niño, Presidente de Estados Unidos. Puesto aventajado que alcanzó encaramado por millones de votos y en una situación de extrema división y con una pandemia haciendo estragos. Seguramente, ninguna de esas responsabilidades serían tan ingratas como la de hoy.

En este momento ya es consciente de primerísima mano que tiene los días limitados, pero todavía lucha por resultar relevante mientras a los ojos del mundo su página ya forma parte del ayer. Y no sólo eso: aún le queda un último envite para garantizar que su legado quede vivo. Porque en sus mensajes aseguró dedicar ese tiempo de bonificación, en lidiar el azote de la violencia armada, en apremiar la reforma del Tribunal Supremo y aportar su granito de arena en la defensa y fortaleza de la OTAN.

Véase sucintamente, la carta del comunicado de Biden que precedió a su discurso en el Despacho Oval y en el que se retira de la carrera presidencial de Estados Unidos: “Mis compatriotas americanos, durante los últimos tres años y medio, hemos hecho grandes progresos como Nación.

Hoy, América tiene la economía más fuerte del mundo. Hemos hecho inversiones históricas en la reconstrucción de nuestra Nación, en la reducción de los costos de medicamentos recetados para los ancianos y en la expansión del cuidado de salud asequible a un número récord de estadounidenses. Hemos proporcionado atención crítica a un millón de veteranos expuestos a sustancias tóxicas. Aprobamos la primera ley de seguridad de armas en treinta años. Nombramos a la primera mujer afroamericana en la Corte Suprema. Y aprobamos la legislación climática más significativa en la historia del país. América nunca ha estado mejor posicionada para liderar que hoy.

Sé que nada de esto podría haberse hecho sin ustedes, el pueblo americano. Juntos, superamos una pandemia de una vez en un siglo y la peor crisis económica desde la Gran Depresión. Hemos protegido y preservado nuestra Democracia. Y hemos revitalizado y fortalecido nuestras alianzas en todo el mundo.

Ha sido el mayor honor de mi vida servirles como su Presidente. Y aunque ha sido mi intención buscar la reelección, creo que es en el mejor interés de mi partido y del país, que me retire y me concentre únicamente en cumplir mis deberes como Presidente durante el resto de mi mandato.

Hablaré a la Nación más tarde esta semana con más detalles sobre mi decisión.

Por ahora, permítanme expresar mi más profundo agradecimiento a todos aquellos que han trabajado tan arduamente para verme reelegido. Quiero agradecer a la Vicepresidenta Kamala Harris por ser una socia extraordinaria en todo este trabajo. Y permítanme expresar mi más sincero agradecimiento al pueblo americano por la fe y la confianza que han depositado en mí.

Hoy creo lo que siempre he creído: que no hay nada que América no pueda hacer - cuando lo hacemos juntos. Solo tenemos que recordar que somos los Estados Unidos de América”.

Por ende, la decisión declarada por Biden de renunciar a la reelección a la Casa Blanca, después de un recio intervalo de tensiones en el seno del Partido Demócrata que se imbuye en un terrenal poco franqueado hasta el próximo 5/XI/2024, jornada en la que los norteamericanos deberán resolver quién será verdaderamente su sucesor. Si bien, las alternativas parecen estar trazadas.

Primero, Trump, que ya ha enseñado las artimañas sobre la resignación de su contrincante y sobre el que había dispuesto la arenga de su campaña: “El corrupto Joe Biden no era apto para postulare para Presidente, y ciertamente no es apto para ocupar el cargo, ¡y nunca lo fue!”. Y segundo, se determinará entre los días 19-22/VIII/2024, fecha en el calendario en la que se celebrará en Chicago la Convención Nacional Demócrata y de la que supuestamente saldría como candidato Biden, pero de la que en conclusión figurará otro nombre. Todo se decidirá en este conjunto de estándares, reglas, normas o criterios a modo de Convención, que irrumpe más abierta que en ningún otro tiempo y en la que indudablemente parte con ventaja Harris.

Hoy, la actual vicepresidenta de Estados Unidos ha recogido el relevo de Biden, aunque con algunos visos: aguarda que el cónclave le brinde su visto bueno mayoritario. Mientras resulta ese instante, son numerosos los dirigentes internacionales que se han pronunciado sobre esta renuncia.

Es interesante hacer constar brevemente en esta exposición para no extralimitar la extensión de sus líneas, el chispeo de expresiones, incluida la reacción de su mujer Jill Biden (1951-73 años), correspondiendo al trabajo ejemplar desempeñado por Biden durante estos años.

Llámense la gestión materializada en razón de la crisis epidemiológica que azotó la aldea global; o la ayuda de Estados Unidos en la Guerra de Ucrania iniciada el 24/II/2002; o reconducir las conexiones diplomáticas con el gigante asiático. Y cómo no, hilvanar meticulosamente sin salirse de la tangente, el apoyo excepcional al Estado de Israel en el conflicto armado en curso que comenzó el 7/X/2023, cuando grupos armados de Hamás y de la Yihad Islámica Palestina lanzaron un ataque desde la Franja de Gaza con una andanada de cohetes y comandos en camiones, motocicletas y parapentes motorizados.

Finalmente, tras inacabables meses en la cuerda floja, la compulsión y digamos que el forzamiento en las hendiduras tercas de su formación, surtió efecto y Biden dice adiós como Presidente de los Estados Unidos de América.

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