La Ciudad Autónoma ha adelantado que exigirá a partir del próximo curso que los niños de 0 a 3 años que quieran matricularse en guarderías públicas tengan puestas todas las vacunas obligatorias.
En principio, la medida gusta a la Federación de Padres y Madres, que defiende que las vacunas básicas sean de administración obligatoria, aunque consideran que esto debe ir acompañado de campañas informativas y a favor de la adopción de hábitos de vida y nutricionales sanos. También creen importante no perder de vista a las farmacéuticas, que al final hacen caja con medidas como ésta.
Como madre de un niño que tiene puestas todas las vacunas, a mí la medida me gusta, pero su adopción en Melilla, una ciudad con un calendario de vacunación envidiable, me confunde.
Partamos de que vivimos en una zona atípica y eso hace, por ejemplo, que aquí no tengamos un movimiento antivacunas fuerte, más propio de urbes cosmopolitas, con una potente clase media alta, temerosa de los efectos adversos de la vacunación.
No hay que olvidar que el movimiento antivacunas surgió en Estados Unidos en 1998 tras la publicación de un estudio del doctor Andrew Wakefield en la revista The Lancet, en el que se vinculaba el autismo a los efectos secundarios de la triple vírica (contra el sarampión, parotiditis y rubeola).
Más tarde Wakefield perdió la licencia de médico al demostrarse que sus investigaciones no tenían base científica, pero pasó a la historia por ser el ideólogo del movimiento antivacunas, que año a año gana adeptos en Estados Unidos.
No digo que en Melilla no haya partidarios de creer que el sistema inmunitario del ser humano es capaz de enfrentarse solo a todas las enfermedades del mundo.
Más bien creo que esta medida dejará fuera de las guarderías públicas a niños nacidos en Marruecos, donde la vacunación implica un esfuerzo económico que muchas familias no están en condiciones de hacer.
También afectará obviamente a los padres de bajo nivel cultural de nuestra ciudad, que no dominen el castellano y no hayan estado atentos al calendario de vacacunación.
Por mucho que en Melilla sean gratis esas mismas vacunas, un niño no podrá darse en un mismo mes un chute de las seis necesarias para poder tenerlas todas al día a la hora de entregar la matrícula en las guarderías públicas.
En esencia, esta medida va contra los niños nacidos en Marruecos, hijos de familias en riesgo de exclusión; casos aislados procedentes de clase media-alta y niños con progenitores ‘perroflautas’ de izquierdas. Los dos últimos, aterrados con efectos secundarios y ganancias de las farmacéuticas.
Vamos a recordar que en España no es obligatorio sino recomendable ponerse todas las vacunas. No somos los primeros en poner en marcha esta exigencia a la hora de matricular niños en guarderías públicas porque ya la tienen en Castilla y León y Galicia.
No es ilegal porque hasta en dos ocasiones los tribunales han dado la razón a quienes han acudido a defenderse de decisiones como la que se quiere adoptar en Melilla ya que los jueces han considerado que la prevención de enfermedades en las aulas entra dentro del derecho a la convivencia social y éste no menoscaba el derecho a la educación.
En fin, a mí personalmente no me afecta. Vuelvo y repito, me gusta y hasta estaría dispuesta a defenderla de no ser porque tengo dudas de si se toma para joder a los de siempre: a los que menos tienen y a los que no piensan como yo o para contentar a las farmacéuticas porque compramos poco.
Si vamos a exigir vacunas, también tenemos que exigir que se haga una amplia campaña informativa que llegue hasta la periferia de Melilla para que la gente no se entere en plena fase de matriculación de que en la ciudad hay muchas vacunas gratis y a partir de septiembre son casi obligatorias.