Los terroristas que se escudan cobardemente tras el Islam para cometer sus crímenes han recibido un nuevo mazazo.
Al éxito obtenido 24 horas antes por la Guardia Civil en la lucha contra el narcotráfico con la incautación de 13.000 kilos de hachís, se sumó ayer una impecable operación de la Policía Nacional contra el yihadismo. Si el jueves el golpe al crimen organizado fue posible gracias a la colaboración entre España e Italia, en este último caso es fruto de la cooperación hispano-marroquí. En ambos casos, el resultado de estas intervenciones sólo puede provocar la satisfacción general puesto que los arrestos benefician al conjunto del país y a todos los Estados que luchan contra el terrorismo.
Los vecinos de La Cañada tienen desde ayer una amenaza menos en sus calles, lo que debería de llenar de alegría a la totalidad del barrio. Sin embargo, sorprendentemente no es así. De hecho, algunos individuos reaccionaron con hostilidad hacia los agentes que acababan de arrestar al sospechoso y estaban procediendo al registro de su vivienda. Aunque es cierto, como dice Daniel Conesa, portavoz del Gobierno local, que la mayor parte de los vecinos es gente pacífica que desea vivir con tranquilidad, también es verdad que hay elementos que de modo incomprensible se mueven al margen del sentido común. ¿Quién puede querer vivir cerca de un presunto yihadista? ¿Quién estaría dispuesto a correr el riesgo de que su hijo,por ejemplo, empiece a relacionarse con esta clase de individuos? ¿Qué beneficio traen para el barrio estos sujetos?
Es imposible encontrar una explicación sensata al comportamiento de los vecinos que increparon a los agentes, les lanzaron piedras y arremetieron contra los periodistas. Sin embargo, aunque su comportamiento esté fuera de toda lógica, no significa que haya que restar importancia a las acciones de estos sujetos. Tal vez representen el 0,01% de la población de La Cañada, como afirmó ayer Conesa, pero aunque haya sólo uno ya es excesivo. No existe ningún argumento ético que permita justificar las acciones de los asesinos yihadistas ni existe razón alguna para que quienes les apoyan puedan seguir deambulando tranquilamente por La Cañada entre una inmensa mayoría de vecinos que desean vivir en paz. Si ayer los agentes extirparon el cáncer social que pueden llegar a representar individuos como Mohamed Said, hay que tener en cuenta que la enfermedad aún no está curada del todo. Aun en el caso de que ya no quede en el barrio uno solo de los salvajes que colaboran con los terroristas, todavía hay algunos individuos que les apoyan públicamente a esos salvajes, que arremeten contra las Fuerzas de Seguridad y que tratan de amedrentar a los periodistas.
Todavía queda trabajo por hacer en La Cañada, pero tenemos que ponernos todos manos a la obras, empezando por los propios vecinos, con el apoyo de las Fuerzas de Seguridad y el aliento del conjunto de la inmensa mayoría de la ciudadanía que desea vivir en paz. Quienes arremetieron contra los agentes deben ser arrestados en el plazo más breve posible y conducidos al juzgado sin falta. Sujetos como Mohamed Said, si finalmente se demuestra su culpabilidad, no deben sentir ningún tipo de respaldo entre sus vecinos. Todos tenemos que demostrarles que no tienen nada que hacer en Melilla.
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