Durante el primer estado de alarma, hace ya más de un año, los españoles salíamos a los balcones, cada tarde, a aplaudir a los trabajadores sanitarios, pero también a los de la limpieza de las calles, a los dependientes de supermercados, a los peones del campo, a los camioneros, al personal socio-sanitario de las residencias… Todos ellos pusieron el cuerpo a un virus del que por aquel entonces no se sabía nada, más allá de que mataba.
Un año después ya tenemos vacunas y resulta que de esos héroes anónimos, sólo hemos vacunado a muy pocos: a los médicos y enfermeras de los hospitales públicos, a los trabajadores de las residencias...
Nos hemos olvidado del personal sanitario de la privada, que sigue a la espera de que llegue el turno de vacunar a los de su edad. Se nos olvida que ellos atienden a nuestros funcionarios públicos. Esto es una cadena, todo esta interconectado.
Es cierto que en cuestión de vida o muerte, todos somos prioritarios. Estoy de acuerdo con que se priorizara en la primera tanda de inmunización a los mayores en residencias; a quienes superan los ochenta años y que luego se pensara en los enfermos de cáncer y otras patologías que los hacen infinitamente más vulnerables al virus.
Pero me parece injusto que la edad sea el único parámetro a medir. Creo que debería tenerse en cuenta también la profesión. No es lo mismo un guardia civil, un policía nacional, un policía local o un agente de Movilidad que con 30-40 años están el día entero en la calle a un administrativo o un diseñador de la misma edad que están haciendo teletrabajo.
Creo que las cajeras de supermercado y las limpiadoras han demostrado con creces que son importantes en nuestra vida. Forman parte del personal que puso el cuerpo al virus cuando todos estábamos encerrados en nuestras casas. Tenemos la responsabilidad de cuidarlos y qué mejor que premiarlos, no con aplausos, sino con una vacuna que les garantice que pueden seguir haciendo su trabajo con mayor seguridad.
Ahora que Estados Unidos ha hecho un gesto de generosidad, levantando temporalmente las patentes de las vacunas COVID para que puedan ser producidas en otros países y acelerar de esta forma la inmunización masiva, deberíamos ponernos las pilas y empezar a producirlas en Europa porque lo que está pasando en la India, con la pandemia completamente descontrolada, puede afectar al resto del planeta. Mientras más rápido nos inmunicemos todos, desde el cuerno de África hasta el polo norte, más probabilidades tenemos de sobrevivir.
A menudo pienso en las personas a las que le tocó ser jóvenes durante la primera y la segunda Guerra Mundial. Pienso en lo terrible que debió ser para esa generación enfrentarse a la muerte en edades tempranas.
Hoy pienso exactamente lo mismo de nuestros jóvenes. Es muy difícil ser veinteañero en estos momentos. Podemos convencerlos de que les espera un futuro prometedor, pero mucho me temo que el presente no les deja espacio para sueños.
Dicen los agoreros que cuando pase la pandemia nos espera una reverdecer económico como el que se vivió en los años 20 del siglo pasado, tras la epidemia de la gripe española. Para creer en eso hay que trabajar para que así sea.
Ahora mismo el paro está bajando en Melilla, pero todos sabemos que no son datos sostenibles en el tiempo y que en cuanto abra la frontera se destruirán muchísimos puestos de trabajo porque los trabajadores transfronterizos salen más rentables a nuestros empresarios, que tienen todo el derecho del mundo a aspirar a ganar dinero después de un año de mala racha persistente.
No sabemos exactamente qué pasará en nuestra ciudad tras el fin del estado de alarma este fin de semana. A las comunidades autónomas no les quedará más remedio que apelar al Supremo si quieren limitar derechos fundamentales. Desde el Gobierno de Pedro Sánchez se dice que no habrá más estado de alarma porque el avance en la vacunación invita a pensar que esto está controlado.
Lo mismo pensábamos el la primavera del año pasado. En junio se levantó el estado de alarma y entramos eufemísticamente en una nueva normalidad que sólo fue nueva para las miles de familias españolas que tuvieron que adaptarse al dolor de perder a uno de los suyos, víctima del coronavirus.
Es una irresponsabilidad dejar desamparadas a las autonomías a sabiendas de que no tienen mecanismos jurídicos que les permitan por ejemplo, prohibir que se fume en las terrazas o imponer un toque de queda que evite las fiestas y botellones clandestinos que todos hemos visto en plena pandemia en Melilla.
Seguimos solos ante el peligro. Y el personal médico de la sanidad privada, más aún.
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