Categorías: Editorial

Nos jugamos la vida

Un motorista atropelló ayer a un niño de 11 años en el paso de peatones que está frente al campo de fútbol del Tesorillo, a la altura de la confitería La Perfecta.

El accidente podría incluirse entre los 27 atropellos que de media se registran cada día en nuestro país. Pero resulta que Melilla tiene unas estadísticas de vértigo. Aquí en 2013 se registraron casi 19 accidentes por cada 100.000 habitantes frente a los 4 de la media nacional, según un estudio del RACE.
Tráfico ha mirado estas cifras con desdén porque, asegura, en Melilla no llegamos a 100.000 habitantes, por lo que el margen de error de la estadística se dispara.
Si asumimos este argumento a pie juntillas, entonces también deberíamos desechar las estadísticas del paro, los barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) o las Encuestas de Población Activa (EPA).
Error estadístico, haberlo, haylo. Pero atropellos, también. En Melilla, peatones y conductores echan un pulso a diario a ver quién se arriesga más.
Para empezar, en esta ciudad los conductores tienden a acelerar cuando se acercan a un paso de cebra y luego, con suerte, levantan la mano en señal de disculpa.
No podemos llenar las calles de Melilla de ‘dormilones’. Habrá entonces que tomar medidas más eficaces y, desde luego, a los irresponsables hay que darles donde más les duele: en el bolsillo.
No se trata de animar a la Ciudad Autónoma a que haga caja poniendo multas por exceso de velocidad, pero  estamos en un punto en el que, o se hace, o nos tocará enterrar a un ser querido.
En Melilla tenemos conductores temerarios y peatones arrojadizos. Así que las multas habría que repartirlas entre los que cruzan por donde les viene en gana y entre los que pisan el acelerador como si no hubiera un mañana. Lo de esta ciudad ya no tiene nombre.

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