Nos jugamos el futuro

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se ha propuesto hacer cumplir la ley a rajatabla. Eso significa que revisará el historial de los extranjeros con residencia temporal en el país y quienes hayan solicitado ayudas públicas no podrán renovar el permiso ni mucho menos aspirar a conseguir la nacionalidad en USA.

En Estados Unidos, como en España, un extranjero consigue la residencia temporal si acredita que dispone de medios para atender sus gastos de manutención y los de su familia durante el período de tiempo que la solicita.

Eso es lo que dice la ley. Sin embargo, en la práctica, tanto en Estados Unidos como en España, hay extranjeros que se acogen a ayudas sociales porque las necesitan. Eso no significa que se estén aprovechando del Estado de Bienestar, sino que el sistema de concesión de permisos de residencia es vulnerable y las acreditaciones de medios de subsistencia han sido, por tanto, insuficientes.

La inmensa mayoría de los inmigrantes nos marchamos de nuestros países hechos a la idea de que tenemos que trabajar duro, a veces siete veces más duro que los demás, para conseguir dinero para nosotros y para la familia que dejamos atrás, en nuestra patria.

Venimos a trabajar, a hacer grande este país y a crecer con él. Así fue hasta que llegó la crisis y los inmigrantes fuimos los primeros en sufrirla porque nosotros no tenemos un colchón debajo. Cuando nos caemos, vamos directo al vacío. Nadie nos tiende una mano porque nadie puede hacerlo.

Fue a partir de ese momento, que familias extranjeras de clase media, acostumbradas a pasar el verano en sus países de origen y a viajar cargados de regalos, lo perdieron todo en España, como muchos españoles, y tuvieron que, en el mejor de los casos, regresar a casa con algo de ahorro o con lo puesto. En el peor, quedarse en este país malviviendo de subvenciones públicas o de la caridad.

De la misma manera que la inmensa mayoría de los inmigrantes somos muy trabajadores, hay una exigua minoría que no trabajaba en su tierra y que tampoco lo hace aquí porque no tiene formación para hacerlo, sufre alguna limitación, no quiere o no puede.

Añado a este grupo, aunque muy separado del resto, a quienes delinquen y a los enganchados a las subvenciones públicas que, en mi opinión, son responsables, en parte, del clima de animadversión hacia el extranjero que está echando raíces en Europa pero también en Quebec, donde la derecha populista ha ganado con su discurso antiinmigración a los independentistas. Lo nunca visto.

La deriva es peligrosa porque al final este conflicto nos afecta a quienes hemos venido a Europa a trabajar y a buscar un futuro mejor para nuestros hijos: igual que lo hicieron durante años los españoles.

Soy inmigrante y en casi 20 años en España nunca he pedido una sola ayuda social. No soy una excepción. Entre mis conocidos y allegados no conozco a un solo inmigrante que viva de ayudas. Por eso desconfío del discurso que proclama que venimos en fila india a chupar del bote.

Tampoco quitamos trabajo. En un mundo globalizado eso es absurdo, entre otras cosas porque hacemos trabajos que los españoles no quieren o no pueden hacer.

Los inmigrantes en general estamos siendo víctimas de discursos nacionalistas, racistas, xenófobos, machistas, cargados de falsedades... No venimos a quitarle nada a nadie pero si alguien lo hace, la responsabilidad última no es de quien pide sino de quien da.

En ciudades como Melilla, con tanto paro y pobreza, somos caldo de cultivo para el populismo antiinmigrante. La gente rara vez entiende que otro que viene de fuera tenga derecho a... Los de fuera tenemos que ser muy, muy escrupulosos con estas cosas porque nos jugamos el futuro de todos.

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