Elvira Fernández es una enamorada de las letras que no puede separar su amor por la lectura de su devoción por la escritura. Su relato ‘Delirio en bronce’ ganó el concurso Encarna León 2013
Elvira Fernández no puede precisar cuándo comenzó a escribir. Es de esas personas que enlazan su amor por la lectura con su necesidad de juntar letras y componer frases sobre aquellas cosas que rondan su mente. Confiesa que conoció hace mucho tiempo el concurso de relato corto Encarna León, pero que se le pasaba el plazo para presentar alguno de sus escritos. Lo más seguro es que leyera las bases y el anuncio en una página literaria. Le gusta estar informada de lo que ocurre en el mundo de las letras. Esta malagueña se alzó el pasado 7 de marzo con el premio de Relato Corto Encarna León. Su historia sobre una escultura, Camille Claudel, que nunca fue reconocida en el mundo del arte, cautivó al jurado que no dudó en resaltar lo brillante que es este texto.
‘Delirio en bronce’, el relato de Fernández, será publicado en formato libro con otros textos que destacó el jurado de este año, como son ‘Limo’, ‘Al hijo de la nube’, ‘La consecuencia de leer tanto a Kafka’ y ‘División Kepler’.
–¿Ha participado en otras ocasiones en este concurso de relato corto?
–No. Ha sido la primera vez. Sabía de dicha convocatoria y la importancia del certamen. Su trasfondo me había llamado la atención. En un par de ocasiones, se me pasó por la mente presentar algún texto, pero o bien había expirado el plazo o no me determiné a ello seriamente, pensando eso de a ver si estoy atenta la próxima vez.
–¿Cuándo se enteró de que había ganado?
–El jueves 7 de marzo. Y ya entrada la noche. Eso siempre lo voy a recordar. Fue mediante llamada telefónica. Una auténtica sorpresa que me emocionó mucho.
–¿Es la primera vez que recibe un premio por sus textos?
–No. He participado varias veces con el envío de algún original en certámenes cuya temática o características me han suscitado interés. Y en alguna que otra ocasión, he tenido la fortuna de que hayan sido galardonados.
–¿Desde cuándo ha tenido la inquietud de sentarse a escribir?
–Probablemente, y como buena andaluza, exagerando, casi desde que aprendí a hacer ambas cosas. Imagino que se trata de una necesidad expresiva connatural a ciertas personalidades. Desde siempre las palabras ejercieron en mí un enorme magnetismo. No podría recordar cuándo ocurrió esto. Y luego los cuentos, las historias que me gustaban y terminaban. ¡Se quedaban cortas! Me encorajinaba salirme de alguna ficción que me hubiese atrapado y entonces seguía poniendo vicisitudes o añadiendo personajes. Supongo que, andando el tiempo, en una de esas, me toparía con el otro gran atractivo que supone crear y que es la libertad. Descubrir que nadie manda en tus invenciones es bastante adictivo.
–¿Alguien en su familia está relacionado con la escritura o el mundo literario?
–Tradicionalmente en casa todos hemos sido lo que antes se denominaba de ‘letras puras’. Nos ha gustado hasta la médula la Historia, la Literatura, el Arte e incluso la Gramática. Con decir que tengo un hijo licenciado en Filología Clásica, cuando ahora los únicos latines que oímos vienen a cuenta de las novedades vaticanas. Nos ha gustado un diccionario más que un helado de chocolate. La cara adversa de este idilio ha sido un sufrimiento casi genético en lo relativo a matemáticas o formulaciones químicas, claro.
–El relato corto es un género muy particular. ¿Suele escribir en este tipo de formato o comenzó con otros géneros?
–En la adolescencia, ¿quién no ha escrito versos?, como decía la letra de la canción. La poesía es una tentación que siempre está ahí, haciendo picos, muy íntimamente ligada a experiencias emocionales. Pero la poesía, personalmente, me exige una capacidad de abstracción y depuración demasiado intensa. Me siento más a gusto con la narrativa, que tampoco está reñida en sentido estricto con lo anterior, quizá porque entiendo o experimento que me proporciona un margen de maniobra más amplio, más cómodo, o si se quiere, más afín a mi modo de expresar lo que deseo y cómo lo deseo.
–¿Qué dificultades tiene el relato corto frente a otros géneros para usted?
–Si le hablo de mí, evidentemente la condensación. Tiendo a la ‘amplificatio’. Es lo que tradicionalmente se entiende como que el texto crece y se te va yendo de las manos. Supongo que es una dificultad inherente a la naturaleza del relato corto, en que hay que construir una historia cuidando especialmente el equilibrio. Trazar psicología de personajes, situaciones, conflictos, lo que deseas, sustancialmente, narrar y concluir la historia sin llegarla a cerrar jamás. Todo eso en pocos folios. Cada género, evidentemente, conlleva su complejidad particular.
–En relación al relato que escribió para el Encarna León, ‘Delirio en bronce’, ¿qué destacaría de él?
–Es muy difícil para mí responder a esa cuestión. Encuentro que la mayor diferencia entre el autor y el lector es que el segundo conoce el texto como algo ya dado; lo que lee es definitivo. Para el autor hay una serie de fluctuaciones, motivaciones y tensiones que quizá afloren, quizá no. Por más que se empeñase no le sería posible ser objetivo. Por esa razón me cuesta mucho definir o destacar determinados rasgos en textos propios. Pero no deseo salirme por la tangente. Para mí, este ‘Delirio en bronce’ es un clamor, pleno de pasión, tristeza, impotencia, rabia, odio, amor y súplica.
–¿Está relacionada con el mundo del arte y por eso conocía la historia de Camille Claudel?
–Yo desearía fervientemente estar tan relacionada con el mundo del Arte, que tuviese que, a la fuerza, peregrinar varias veces al año a Roma, París, Florencia o Nueva York. Creo que sin el consuelo del arte, en el que englobo la música, sería mucho más difícil vivir. Pero mi relación con las artes plásticas, al margen de deseos ilusorios, es bastante más estrecha. Mi hija estudió Bellas Artes en Sevilla, licenciándose en la especialidad de escultura. De mano familiar tuve oportunidad de acercarme a las enormes dificultades que ello requiere. Fue ella quien me ilustró hace años acerca de Camille Claudel. Recuerdo que me mostró una imagen con detalle de ‘La edad madura’, una de sus obras más elocuentes. Me produjo un enorme impacto. Impacto que se agigantó cuando indagué más sobre su vida. Me pareció una biografía demoledora y ahí quedó, larvada durante años, hasta que una noche se vertió en un papel. Varias personas conocidas me han confesado ignorar la existencia de Claudel y que la lectura del relato los ha espoleado a saber algo más. Ciertamente, si esos párrafos han contribuido mínimamente a, no sólo homenajearla, sino también reivindicarla, me siento doblemente satisfecha.
–¿Qué le aporta la escritura? ¿Se dedica en pleno a este oficio o sólo forma parte de sus minutos de ocio?
–La escritura, tal como la lectura, aporta la posibilidad de vivir otras vidas. A mucha gente le divierte mentir, fabular, exagerar o tergiversar anécdotas, circunstancias o hechos. Nuestra existencia, por regla general, no suele ser tan rica en peripecias. Pero imaginar qué pasa con ‘otros’ sí es una posibilidad muy seductora. Y su efecto catártico es innegable. No voy a negar que la escritura demanda un esfuerzo, pero también el corredor de fondo o el alpinista sufre lo suyo. Sin embargo, reincide una y otra vez. Al margen de cualquier otra cuestión, que existe el aliciente está fuera de duda.
La segunda parte de la pregunta la respondería, a su vez, a la gallega, con otra pregunta: ¿Qué son los minutos de ocio? El mejor ocio es no hacer nada. ¡Y no sentir remordimientos!
–¿Qué le inspira a la hora de escribir? ¿O es de esos escritores que se sientan en el ordenador o frente a un cuaderno y trabajan para que les llegue la inspiración?
–Son dos cuestiones. A la primera le diré que, humilde y llanamente, no lo sé. Hay ocasiones en que un detalle nimio, una música, una frase, un gesto, provoca una reacción en cadena. Otras veces se busca y no se encuentra. Hay técnicas para hacer fluir lo que subyace, y, naturalmente, hay que ponerse a ello, con rigor y voluntad, pero si no es el día, no es el día. En ocasiones, pese al trabajo, se detecta que algo no funciona. Y vuelta a empezar.
Confieso que me produce una sonrisa interior la alegre afirmación, bastante extendida, de que se tiene facilidad para hacer algo. Yo siempre he admirado a quien hace algo bien como si fuera fácil. Pero no hay procedimiento que nos ponga en la mano un objetivo milagrosamente fácil, al menos que yo conozca, ni para aprender idiomas, ni para adelgazar, ni para hacer volteretas o tocar el violín. La escritura no es una excepción. Hay que invertir mucha tinta y muchos folios, muchas horas y mucha obstinación.
–¿Animará a otras persona que no se deciden a escribir o participar en concursos a que lo hagan?
–Las personas que encuentran placer en la escritura no necesitan que nadie les dé el empujón. Sin embargo, muchas obras reposan en una especie de limbo, faltas de lectores, ya que su autor, quizá vacilante o inseguro, escribe sólo para sí mismo. Porque una cosa es escribir y otra vencer el pudor de exponer la creación propia. Está en su derecho, naturalmente, pero conviene que recordar que la naturaleza de un texto es eminentemente comunicativa. Particularmente, opino que escribir para nadie deriva, tarde o temprano, en fuente de frustración. Hay concursos para multitud de vertientes artísticas ¿Por qué no participar en certámenes literarios? ¿Por qué no mostrar la propia creación? Siempre constituye un acicate, un estímulo. ¿Qué puede ocurrir? ¿Que no se gane? Es lo más probable. Lo sorprendente, lo extraordinario, lo magnífico es recibir, pese a calibrarla como posibilidad remota, esa llamada que te arranque de la incredulidad.